Mario Muchnik. Foto: Sergio González.

Anda un poco desmoralizado en estos últimos meses Mario Muchnik (Buenos Aires, 1931). Y se le puede entender. A mediados del año pasado publicó Oficio de editor (El Aleph), un libro en el que trataba de recoger de forma sumaria su amplio bagaje en ese mundillo de la edición de libros. Es un híbrido entre unas memorias profesionales y un ensayo (divertido, sin ánimo de cargar) el sector. Un día, por curiosidad, se puso a buscarlo en El Corte Inglés y no lo encontraba. Preguntó a uno de los dependientes y éste le guió amablemente hasta la estantería de... ¡lingüística! Allí había recalado Oficio de editor, tras la decisión de algún responsable de tienda por lo que se ve no muy bien informado. A Mario Muchnik se le cayeron los palos del sombrajo. Cabe imaginárselo con las manos en la cabeza, intentando contener su contrariedad para que no pagase el pato el dependiente. "Hombre, yo sé que no voy a vivir con lo que escribo, pero al menos me gustaría que a quien le interese leer mis libros los pueda encontrar. Con eso me conformo", explica a elcultural.es con resignación.



Con este panorama de progresiva decadencia en los niveles culturales, denunciado por Vargas Llosa en su último ensayo ("Estoy totalmente de acuerdo con él: vivimos en una sociedad que empuja a no pensar"), y en mitad de la pertinaz recesión económica, lo de editar se ha convertido casi en un empeño de románticos. Él representa la vieja estirpe de editores que amaban a la literatura. Que no despreciaban el dinero, porque también lo perseguían, pero no lo tenían como exclusivo leitmotiv de sus apuestas editoriales. "Ahora hay una ansiedad muy peligrosa. Se piensa que todo libro tiene que ser un éxito y vender muchísimo. No tiene por qué ser así forzosamente. Cada libro tiene su propio recorrido. Hay algunos que vendiendo 500 ejemplares ya han cumplido su función. No hace falta que vendan más".



Pero estos razonamientos no caben en la cabeza de los que tienen la sartén por el mango en los grandes grupos editoriales que dominan hoy el mercado. En esas mentalidades mercantilistas los libros son un mero producto al que hay que sacarle la máxima rentabilidad. Lo que no vende no merece la pena ser editado. "Así pasa, que muchas editoriales desde hace un tiempo ya sólo editan el mismo tipo de libros. Es una época en la que a uno se le quitan las ganas de editar. Ya no tengo moral para hacerlo", lamenta Muchnik.



Él es un veterano de la resistencia literaria en la industria de la edición. Esa rebeldía a someterse al signo de los tiempos y su extensísima carrera como editor es lo que ha motivado el homenaje que le brindará la Casa Sefarad este lunes (18.30), Día del Libro. Junto a él estará su colega Jorge Herralde ("el mejor editor español junto a Beatriza de Moura") y el periodista Juan Cruz. Lo de los homenajes le agradan pero le dejan también con una pequeña mosca detrás de la oreja. "Ya Rosa Regás me dedicó uno en la Biblioteca Nacional cuando era su directora. Estaba el anfiteatro a tope. Me agradó mucho encontrar allí a figuras como Jaime Salinas, el propio Herralde... En mi intervención la comencé diciendo: 'Qué privilegio es asistir a tu propio funeral'. Lo sigo creyendo, más incluso ahora que me queda menos tiempo".



En su última editorial, Del taller de Mario Muchnik cocina ahora los clásicos rusos a fuego lento. "La crisis está pegando duro y desde El Aleph [sello con el que tiene un acuerdo comercial] me piden que edite uno o dos libros al año como mucho. Pero estoy satisfecho. De Guerra y Paz hemos vendido 15.000 ejemplares, y es un libro del que se siguen vendiendo dos o tres ejemplares al mes. No está mal. La literatura, hay que entenderlo, tiene el ritmo de los astros no el de la calle. Es algo que decía Ismail Kadare".



Entre sus proyectos futuros no se encuentra el de editar en formato digital. Y no es porque su edad, digamos avanzada, le sitúe fuera de la alfabetización electrónica. Él es un pionero que ya en los años 80 tenía un Mac que le liberó de muchos de los engorros de su oficio. "El problema del libro electrónico es que se carga reglas de disposición tipográfica que se han ido asentando durante siglos. Me da la sensación de que quien lee en estos aparatitos no aman realmente la literatura. Son lectores ocasionales. Y cada vez le tengo más manía. Antes sólo me parecía feo y torpe, ahora me siento un militante contra el libro electrónico".