Guy de Maupassant

Traducción de Mauro Armiño. Páginas de Espuma. Madrid, 2012. 2.928 páginas, 94 euros

El protagonismo en la historia de la novela moderna corresponde a dos tipos de escritores, los dedicados a observar el mundo, la realidad, y quienes prefieren describir lo experimentado en su interior. Guy de Maupassant (Dieppe,1850-París, 1893) pertenece al primer tipo, como su maestro y protector Gustave Flaubert, Émile Zola o nuestro Galdós. Los cuatro coincidieron en un propósito común: desvelar la hipocresía enquistada en las entrañas de la burguesía. Maupassant, tanto en sus cuentos como en sus artículos de Prensa, se opuso a la llamada alta literatura, criticando el valor social de, por ejemplo, los tratados de moral o las traducciones al francés del poeta latino Horacio, que, en su opinión, de nada servían. Lo que conviene, sostenía, es redactar libros prácticos, por ejemplo, sobre cómo romper amigablemente con la amada cuando el fuego del amor se apaga, para evitar escenas embarazosas. Su obra supone, pues, la decidida y desenfadada entrada de los secretos del hombre en el texto, de lo que se callaba, del adulterio, de la crueldad, de las miserias humanas, la avaricia, la cobardía, la sumisión. Los temas tocados por los románticos con un estéril guante blanco, él los abordará sin ningún embarazo.



La pieza emblemática del autor se titula "Bola de sebo" (1880), un cuento largo o novela corta, no importa, la obra donde su conocimiento del ser humano representa con toque maestro el egoísmo, o mejor dicho, la relación entre la cobardía y la conducta egoísta. Un grupo de burgueses obliga a una joven a someterse al chantaje carnal de un militar para obtener la libertad. Cuando al fin ella se sacrifica, sus acompañantes la despreciarán.



Maupassant, un narrador inmisericorde, desvela la debilidad espiritual del hombre a lo largo de estos trescientos tres relatos. Cada cuento ofrece una trama interesante, una gema literaria que ilumina la multitud de artimañas con las que esquivamos la verdad. El protagonista de "Los domingos de un burgués de París", convierte el viaje de recreo en un entretenimiento serio; marcha, por ejemplo, al puerto de El Havre, "a fin de elevar su alma con el espectáculo del mar", lo que le inspira al narrador la siguiente consideración sobre el personaje: "Estaba lleno de ese buen sentido que confina con la estupidez" (pág.136). Los viajes del buen burgués, el turista superficial de hoy, se planean de manera que anulan las posibilidades de aventura, y su banalidad linda con la tontería humana.



La variedad de estilos del autor resulta sorprendente. Junto a los cuentos que denominamos realistas, de observación, los hay específicamente naturalistas, donde el asunto se describe siguiendo un argumento puramente fisiológico, como el escalofriante "El bautizo" (pág. 1821), homenaje a la novela La taberna, de Zola. Unos padres llevan a bautizar a un bebé, le desnudan en la iglesia cuando hace un frío bestial, y una vez terminado el acto, en lugar de regresar a casa,se van con él de juerga. Terminan borrachos, en una zanja, y el niño muere. Al notificar la desgracia a la madre, y para levantarle el ánimo, en vista de que nos les queda aguardiente, le dan petróleo de la lámpara, y fallece también. Este retrato de la bestialidad humana, que aparece en diversos relatos, recuerda las pinturas negras de Goya.



Hay también relatos menos pesimistas, cuando el autor ofrece una cara diferente, más sensorial de la vida. "En venta" comienza así: "Partir a pie cuando el sol se levanta y caminar sobre el rocío por los campos, a orillas del mar en calma, ¡qué embriaguez! Qué embriaguez, entra en nosotros por los ojos con la luz, por la nariz con el aire ligero, por la piel con los soplos del viento" (pág. 1805). Relatos de este tipo recuerdan a los de Bécquer, donde el romanticismo se disuelve en un incipiente impresionismo. Otra variante atractiva de relato maupassiano es el satírico, un poco a lo Bouvard y Pécuchet (1881), de Flaubert, como "El hombre de Marte" (pág. 2425), que le sirve no tanto para burlarse de un hombre que cree en la existencia de planetas habitados, sino para criticar el aburrimiento del rentista.



Esta espléndida edición de Mauro Armiño, ilustrada con ricos materiales adicionales, además de una joya editorial, hace una importante aportación a nuestra cultura, recordándonos la conexión existente entre el autor y la vida representada en la obra, que devuelve la utilidad a la literatura.