Wallace Stevens

El prestigioso crítico neoyorquino Harold Bloom se embarca en La escuela de Wallace Stevens (Vaso Roto Ediciones) en la tarea de construir, partiendo de este poeta, un árbol genealógico de la lírica estadounidense del siglo XX, con una antología poética en la que incluye a reconocidos autores como Elizabeth Bishop, James Merrill o A.R. Ammons, y a otros menos conocidos, como May Swenson, Joh Hollander o Amy Clampitt, hasta llegar a los aún en activo: John Ashbery, W.S. Merwin, Mark Strand, Charles Wright, Jay Wright... A continuación les ofrecemos una selección de poemas extraídos del libro.




El cisne negro

James Merrill



Negro en el agua lisa tras los juncos,

el cisne negro traza

un caos privado que gorjea en su estela,

asume, como cuarta dimensión, el esplendor

que acerca al niño con blancas ideas de cisnes

al verde lago

donde cada paradoja significa maravilla.



Aunque el negro cuello se arquea indistinto

de una interrogación sobre el lago,

el cisne condena todo cuestionamiento fácil:

algo en sí mismo, equívoco, presentido,

como el dolor o el canto de mujeres en el despertar;

y el canto del cisne que canta

es el hondo silencio del cisne.



Ilusión: el cisne negro sabe irrumpir

en la expectación, el pico

apunta ya a su pecho, ya a su imagen,

y atraviesa nuestras vidas, si el lago es vida,

y por el suave giro de su cuello

transforma, a tiempo, los daños del tiempo;

en menos que una pluma negra, el dolor del tiempo.



Hechicero: el cisne negro ha aprendido a entrar

en el perdido centro secreto del dolor,

donde, como en fiestas de mayo, diversas tragedias

se entrelazan, listones en el poste, para compartir

un mismo hundimiento, médula de invierno puro

que no cambia y es

brillo siempre en hielo y aire.



Siempre se mueve en el lago el cisne negro. Siempre

llega el momento de mirar

cómo, alto emblema, vira y se desplaza

hacia la otra orilla, siempre. El niño rubio en

la ribera, manos llenas de complejas maravillas, permanece

ya en éxtasis, ya en incertidumbre.

Sus labios alientan: amo ese cisne negro.







El vaso roto

James Merrill



Decir que alguna vez contuvo margaritas y campánulas

Es ignorar de algún modo

su brillo indeleble, donde, en añicos contra el suelo,

yace el ancho vaso como si acogiera al sol,

orladas sus verdes hojas, deshecho su entero resplandor,

esparció su vidriada integridad por todas partes;

Liberados espectros hablarán

de un florecer más frío donde roto quedó el frío cristal.



Aunque fragmentos se desplomaron de la unidad al caos,

Cada arista retiene

la nota opalina de la imperfección

cuyos rayos, asimétricos, emitirán

más de una red de ángulos de luz

que al anochecer se dirijan hacia puntos ilesos

Y esbocen en la estancia

las posibilidades del fuego y su aceptación.



Las generosas curvaturas de vidriado artificio

Dan fe de su pureza

en unidades lúcidas. Libre de estas,

como el amor triunfa sobre la irrelevancia

y construye armonía de disonancias

y de algún modo vive entre nosotros, roto, como si

El tiempo fuera un vaso roto

y nuestra última alegría asumir que no se puede remediar.



Astillas presagian ruina desde el suelo,

Cortan estructuras en el aire,

delimitan, como ojos o brújulas, un rostro

de matemática fijeza, haz de luz

en cuyo círculo podemos apreciar

todas las soledades del amor, espacio para el rostro del amor,

Reverdecidos proyectos de amor,

los monumentos del amor como lápidas en nuestras vidas.







La verdad se impone

May Swenson



Como no soy honesta en persona

busco ser honesta en la poesía.

Si hablo contigo, mirándote a los ojos,

miento porque no tolero

evidenciar la verdad.

Decir toda la verdad

sería como quedar desnuda.

Perdería mis más preciados bienes:

distancia, silencio, intimidad.

Quedaría expuesta. Y me poseerías.

Equivaldría a una total rendición

(a ti, mirándote a los ojos).

Me mirarías detenidamente.

Me tendrías en tus manos.

Todos tus ojos se me echarían encima.

De ahí en adelante me vestirían

tus punzantes, lascivas, deseosas abejas.

Que seas uno o dos o muchos

da igual. Siento como si, en realidad,

un par de ojos fuera el enjambre entero.

Así que miento (mirando tus ojos)

dejando sin voz la esencia de las cosas

o bien mostrándome como una copia

y no lo que soy.



Uno debe ser honesto en algún lugar.

Quiero serlo en la poesía.

Con la palabra escrita.

Donde pueda decir y tachar

y volver a decir y decir con rodeos

y decir por encima de y decir entre líneas

y decir en símbolos, en enigmas,

en doble sentido, bajo las máscaras

de cada rasgo, en la piel

de toda criatura.

Y en mi propia piel, desnuda.

De hecho me siento feliz de anhelar

desnudarme en la poesía,

imponer la verdad

en el poema,

que, al escribirlo, si es real,

no copia, me diga

y después a ti (todo o nada, mirándonos)

mi entero yo,

la verdad.







Un silencio

Amy Clampitt



antiguo parentesco o género

lo que trasciende al entonar los cantos

lo oculto

la infinitesimal

línea de error

una ilimitada

interioridad

más allá del tapiz

del unicornio la doncella

(por el hombre creada por gusanos devorada)

Dios en su cadera

incipiente

sin transfigurar

algodonados

jacinto y prímula

crece silvestre una fresa

desazón terrores nocturnos

desvanecida luz terrena

sobrenatural mascarada



(seremos transformados)



se abre un silencio



§



el criador de larvas

desnudo velludo voraz

inventando desde dentro

de sí

la cruda sustancia

de un hilo sostenida

se rinde

tras la máscara

la nata trémula

tendón gelatinoso

rígido transitorio

avaricia en la reinversión



§



hemos dado un

nombre (revelación

kif nirvana

síncope) a

cualquier gracia

no solicitada

que hace nacer



torrentes

fijaciones

reencarnaciones

de ángeles

Joseph Smith

tolerando

el martirio



una profunda

contrición gobierna

a los charlatanes-fundadores

allí encontraron

el amor infinito

de Dios

y experimentaron

(George Fox

uno de ellos)

grandes revelaciones







Llegar a esto

Mark Strand



Hemos hecho lo que hemos querido.

Descartamos sueños, optamos por el trabajo duro

de cada uno, aceptamos el dolor

y denominamos ruina a los hábitos imposibles de dejar.



Pero ahora estamos aquí.

La cena está servida y no podemos comer.

La carne se asienta en el lago blanco del plato.

El vino aguarda.



Llegar a esto

tiene sus recompensas: nada se nos promete, nada se nos quita.

Sin corazón o gracia que nos salve,

ningún sitio a donde ir, ninguna razón para permanecer.