Terenci Moix. Foto: Domènec Umbert.

'Sadístico, esperpéntico e incluso metafísico' condensa, según Ana Maria Moix, "todas las particularidades del universo erótico y sentimental de Terenci". La novela, inédita en castellano, ha sido presentada hoy en Madrid. Ha sido editada por Berenice, tras haber permanecido en una especie de limbo durante muchos años. El autor catalán denuncia a través del relato de la vida sentimental de Manelet, el protagonista de la trama, los estragos de la educación nacionalcatolicista en su universo erótico y amatorio. La obra ganó en su día el premio Estelrich y fue publicada, en 1976, originalmente en catalán por Dopesa en 1976 con "una edición llena de erratas", según Manuel Pimentel, editor de Berenice. A continuación les ofrecemos su simpático prólogo, en el que el autor barcelonés razona sobre los motivos de su reincidencia en el erotismo a lo largo de su obra.




PRÓLOGO PARA LECTORES PROPENSOS A IRRITARSE



En una entrevista, o en varias, me preguntaron las razones de lo que el entrevistador consideraba mi insistencia y reiteración en el tema del erotismo. Respondí (y se recoge en el libro Preguntar no es ofender ) que toda mi obra está escrita DESDE DENTRO de un universo erótico (entendido el erotismo como forma de creación) y que muchos de los aspectos de esta obra sólo se entenderían si se les examinaba bajo este prisma. Eso por una parte.



Por otra parte, hay una persistencia en un tipo determinado de protagonista que Guillem Jordi Graells y Amadeu Fabregat llamaron, creo que por vez primera, "el típico héroe moixiano", de características que he dejado bien presentes en todas mis novelas y en algún cuento de La Torre de los Vicios Capitales (en "El demonio" especialmente).



De esa calificación de Graells y Fabregat hubo, ciertamente, alguna premonición en críticas de Joaquim Molas, Joaquim Marco (que hacía referencia al mito de Narciso) y Joseph Maria Carandell (por no hablar de las varias alusiones que, en conversaciones, me hicieron Maria Aurelia Campmany y Jaume Vidal Alcocer a unas reminiscencias, en toda mi obra, de la pugna entre actitudes vitales de los dos personajes masculinos de la novela Un lugar entre los muertos. Si añadimos que sobre el caso de uno de mis personajes más "moixianos" (el Oliveri de Olas sobre una roca desierta) Joseph Fauli escribía que era uno de los personajes más singulares de la literatura catalana, y que Jaume Melendres, con razón o sin ella, hacía arrancar de Oliveri una especie de teoría de la fuga que caracterizaba a la joven novela catalana, es evidente que me encuentro en condiciones de hablar de una continuidad muy precisa en mi obra; o, al menos, de la persistencia de un antihéroe, portavoz de algunas obsesiones y, lo que es más importante: la revelación de unas condiciones históricas muy precisas.



El lector me perdonará el autoestudio, elemental como es. Me parece, de cualquier modo, absolutamente necesario a la hora de presentar, cinco años después de mi última novela, una especie de super-Oliveri, que es el personaje central del universo erótico que aspira a ser esta novela.



Que el presente Joan Manuel se parezca a Oliveri no habrá de extrañar, pues, a nadie: se aleja tanto que habría podido ser él, y Oliveri habría sido lo suficientemente valiente como para llegar al fondo de su sexualidad.



Hace tiempo que asumí, como condición definidora de mi obra, el proceso de espirales y la dinámica de los temas permanentemente abiertos. Entiendo, pues, que el sentido último de esta novela fuese el de llevar hasta su saturación unos temas esbozados con anterioridad, y unas formas (estilo) que desesperadamente busco agotar. La saturación de este estilo no es sin embargo la razón más secundaria de una novela en la que los habituales de mi pobre literatura no encontrarán tanto parentesco con la prosa de otras novelas mías como el que tiene el antihéroe Joan Manuel con Oliveri, con Siro, de Melodrama, con Jordi o Lleonard, de la novela, aún sin terminar, El sexo de los ángeles. Con todo, en la novela que el lector tiene entre las manos me arriesgo a una experiencia mucho más brutal (y por eso mismo, más esclarecedora) que mis otros libros de tema tangencialmente erótico. Aquí, la necesidad de observar la experiencia erótica desde dentro de la misma médula, me ha llevado a saltarme toda una serie de reglas protectoras que la prudencia más elemental me habría aconsejado respetar. He creído útil trasladar a una experiencia que quería definitiva, algunos problemas privados de mis héroes de siempre: la soledad, la inmadurez, el desarraigo, el sentido burgués del dominio, la necesidad castrada de creación, la ambivalencia sexual y el distacco absoluto de la realidad.



Trasladar este entretejido a una experiencia onanista me ha parecido la coartada dramática que me era necesaria para agotar, definitivamente, mi ciclo de fugitivos de los años sesenta.



¿Será el próximo paso un personaje como Canalazzo -eterno oponente de mis antihéroes- que, lejos de las formas mistificadas de la deslumbrante década pasada, rechaza el onanismo con tal de alcanzar, mediante la asunción de la propia "sexualidad hereje", un nuevo sentido del combate?



Debe ser evidente que me arriesgo al escándalo, si lanzo estos dos personajes a pasear su extraña relación a lo largo de un viaje prestigioso desde un punto de vista cultural (Italia y Grecia) que tampoco es nuevo en mi obra. Teniendo en cuenta los materiales de la epopeya, así como la voluntad de agotarlos, el escándalo debe ser inevitable. Sobre todo cuando, entre las motivaciones ESTÉTICAS que mueven el onanismo de mi protagonista luce de manera muy significativa la religión y las nociones cristianas de dolor (muy señaladamente, a través de una estética del Martirologio). No entenderé a los que, en nombre de la moral, puedan encontrar en esta novela un escarnio de la religión, que la novela está muy lejos de proponerse. Una lectura que no sea malintencionada no caerá, evidentemente, en una acusación de este tipo. Ni encontrará, al final del periplo de Joan Manuel y Canalazzo, otro propósito que no sea edificante.



Al menos en mi concepción de lo que es edificante.