Portada de Fans, cinéfilos y cinéfagos

El cine es una pasión de nuestra cultura sin competidores, más allá del bien y del mal, que ha forjado nuestro acervo cultural y dotado de sentido la biografía de varias generaciones. Pero a lo largo de su ya más de un siglo de historia las mutaciones de tal pasión cinéfila han sido tan vastas que han centrado la atención atención de historiadores, sociólogos e interesados sin más por entender el mundo a través de su representación en la pantalla grande. La profesora Cristina Pujol persigue en su último libro, Fans, cinéfilos y cinéfagos (Universitat Oberta de Catalunya) el estatus histórico del cine dentro de la cultura de masas, y los usos y discursos que lo explican hoy, ante el vértigo de la colonización digital.



P.- ¿Vivimos en un mundo de frikis, también cinéfilos y cinéfagos?

R.- Vivimos en una sociedad en la que los individuos se identifican a través de sus gustos culturales y estilos de vida. Construimos nuestra identidad a través del consumo y, en caso del cine, las películas y productos audiovisuales que consumimos nos adscriben a una estética e ideología subcultural concreta.



P.- ¿Qué diferencia al amante cibertecnológico del cine actual del otrora cinéfilo seguidor de filmoteca y, más allá, del que se sociabilizó en el cine de verano con el Hollywood más clásico?

R.- El cinéfilo contemporáneo es más autónomo y transnacional, no depende de las decisiones de proyección de una filmoteca o centro cultural, hay un acceso muy rápido a títulos de todo el planeta. Internet ha democratizado la cinefilia, antes restringida a los habitantes de grandes ciudades con acceso a salas fuera del circuito comercial. Ahora una conexión a Internet permite un acceso fácil y bastante rápido a productos audiovisuales de todo el mundo. Plataformas como Filmin o Netflix concentran y fomentan la cinefilia contemporánea.



P.- ¿Qué suman y qué restan las modernas tecnologías a la relación entre el espectador y el filme?

R.- La experiencia del visionado ha pasado de ser colectiva a individual, esto es uno de los grandes cambios que implica la incorporación de las nuevas tecnologías en el hogar. Durante un tiempo se perdió la comunión de espectadores, el ritual del visionado colectivo, con lo que ello conlleva: la charla anterior y posterior a la proyección, el comentario durante el visionado, la complicidad... En la actualidad, sin embargo, se han abierto espacios que devuelven la posibilidad socializadora de la cinefilia en acontecimientos que funcionan como punto de encuentro entre colectivos que comparten gustos culturales y estilos de vida: la semana del Cine Raro de San Sebastián, el ciclo itinerante Trash entre amigos, etc. A menudo, en estos encuentros, el cine es lo de menos, lo importante es la experiencia compartida. Por otro lado, las redes sociales abren la posibilidad de que los espectadores puedan influir en algunas decisiones de producción, como demostró la presión de los fans para que Peter Jackson fuese el director de El Hobbit.



P.- ¿La configuración del gusto cinematográfico se ha hecho más horizontal y colectiva desde la irrupción de Internet?

R.- Los gustos cinematográficos son indisociables del consumo de otros productos culturales. En este sentido, con el cine analógico, la socialización del gusto cinematográfico se producía de forma colectiva y análoga: generaciones de espectadores crecieron viendo las mismas películas, series y programas de televisión. La experiencia era necesariamente compartida. A partir de los 80 con el VHS y sobretodo en los 90, con la irrupción de Internet, algunos fenómenos pueden marcar una generación, como Harry Potter, Crepúsculo o Perdidos, pero la configuración del gusto cultural depende en gran medida de la ideologia subcultural compartida por un entorno o colectivo determinado.



P.- ¿Están, como se afirma, las series televisivas comiéndole el terreno al cine tanto en calidad como en público y pasión?

R.- Las series han permitido alargar la experiencia cinematográfica. Y el placer espectatorial. Los guionistas crean mundos habitados por personajes y los espectadores queremos sumergirnos en ellos. Ya sea la Tierra Media de El señor de los Anillos o el pueblecillo Forks de Crepúsculo o el Manhattan de Mad Men. Las series permiten desarrollar narrativas extensas y permiten a los espectadores una inmersión prolongada en los universos que proponen. Hacer eso en cine es difícil. Se hacen sagas como Harry Potter, Crepúsculo o El señor de los Anillos pero finalmente hablamos de 9-12 horas de narración. Las seis temporadas de Los Soprano suponen unas 60 horas de arco narrativo. Y de placer.



P.- ¿Qué futuro imagina para un cine con más público que nunca pero igualmente menos dispuesto a gastar un solo euro?

R.- No estoy de acuerdo en que los espectadores no queramos gastar dinero en cine. Pero somos cada vez más exigentes con los productos que consumimos, tenemos más información y sabemos más que nunca qué vale cada cosa. ¿Por qué pagar lo mismo, 6 euros, para ver una película con un presupuesto de 1 millón de euros, dura 84 minutos, tiene 4 personajes y 7 localizaciones que por otra que ha costado 600 millones, dura 3 horas, tiene una docena de personajes más extras y se ha construido un mundo propio para desarrollar la historia? Por otro lado, con las nuevas ventanas y nuevos sistemas de distribución digital, el acceso a las películas es más rápido y diverso. Los distribuidores de contenidos deben adaptarse a los cambios y a las nuevas demandas. Los consumidores no estamos dispuestos a esperar por contenidos que sabemos accesibles.