Los Beatles durante una sesión de grabación

Geoff Emerick comenzó a trabajar como asistente de grabación en los estudios Abbey Road de EMI en 1962, cuando contaba sólo quince años. Lo que no podía imaginar es que aquellos cuatro trovadores de peinado heterodoxo y corbatas de punto que conoció en su segunda jornada laboral se convertirían en la banda de rock más influyente de la historia. Ni que trabajaría con ellos durante los siete años siguientes, ya como ingeniero de grabación. 'El sonido de los Beatles' es un testimonio único sobre lo que ocurre al otro extremo del cable del micrófono, tras el cristal de la sala de control, con el indiscutible valor añadido de que la historia gira en torno a los Beatles. Grabadas las tomas, comienza la mezcla de las pistas, la ecualización del sonido, la adición de efectos, la masterización... Es la apasionante, minuciosa y creativa labor de los productores y los ingenieros de sonido (a menudo reunidos en la misma persona), que pueden convertir un diamante sin pulir en una delicada pieza de joyería lista para triunfar... pero ninguna quinceañera pega sus fotos en la carpeta del colegio. A continuación ofrecemos un fragmento del libro, que muestra a unos Beatles que iniciaban el vuelo con descaro y una actitud autosuficiente que su inminente éxito legitimaría.




3

El día que conocí a los Beatles



Tengo que confesar que al empezar mi segunda jornada de trabajo no pensaba mucho en la sesión vespertina. Por aquel entonces los Beatles eran unos completos desconocidos fuera de Liverpool, y sólo podía atenerme al entusiasmo de Chris Neal. Aquella mañana, Richard tenía asignada una sesión de música clásica, y en un momento dado me permitió pulsar el botón de grabación del magnetófono. Para mí fue muy emocionante, y recuerdo haber pensado que sería el momento culminante del día.



A la hora del almuerzo, Richard y yo subimos a la sala de personal, donde atacamos hambrientos los bocadillos que nos habíamos traído de casa y charlamos entre bocado y bocado. Richard se estaba convirtiendo rápidamente no sólo en mi adiestrador, sino en mi amigo, y hacía todo lo posible por orientarme; nunca tuve la sensación de que me viera como un rival o una amenaza para su empleo, y yo se lo agradecía muchísimo. Al cabo de unos momentos se nos unió Chris, tan animado y entusiasta como siempre.



-¿Sigues asignado a la sesión con los Beatles de esta noche, Richard? -fueron las primeras palabras que salieron de sus labios. Richard asintió, con la boca llena de queso y tomate, y Chris no tardó en contarnos todo lo que sabía sobre el grupo.



-Son desaliñados y llevan chaquetas de cuero y se peinan hacia delante. ¡Durante la prueba, uno de ellos tuvo el descaro de decirle a George Martin que no le gustaba la corbata que llevaba! Pero hacen unas armonías geniales, como los Everly Brothers, y tienen una actitud muy rockera.



Chris Neal en todo su esplendor era un espectáculo digno de ver. Me agotaba sólo de mirarlo.



Chris nos dejó rápidamente, con la intención indudable de propagar su evangelio en otros puntos del complejo del estudio. Con el borde de la servilleta, Richard se limpió la boca cuidadosamente y me dio un poco más de información sobre George Martin y Norman Smith.



-Los dos son bastante mayores, pero son buenos tipos cuando los conoces un poco -dijo-. George es uno de los productores en plantilla, pero que yo sepa nunca se ha ocupado de ninguna sesión de rock&roll. Supongo que intenta subirse al carro. Por lo menos ha tenido el sentido común de utilizar para la sesión a Norman, que además es un músico de pop buenísimo».



Richard tenía buenas referencias de la prueba de los Beatles, y no sólo de parte de Chris. Al parecer habían causado un buen revuelo en el estudio, tanto por su personalidad poco ortodoxa y su actitud descarada como por sus habilidades musicales. Estaba claro que el personal los consideraba uno de los nuevos grupos más prometedores de emi, y había mucho interés por comprobar si George y Norman serían capaces de convertirlos en un grupo de éxito. También despertaba bastante curiosidad que fueran «del norte». En aquellos tiempos, existía una verdadera frontera de clase entre los londinenses y la gente que venía de fuera de la capital, sobre todo de los mugrientos centros urbanos norteños como Liverpool. Era casi como si Inglaterra tuviera dos países separados. Al parecer, todas las estrellas de pop autóctonas vivían en Londres, lo que tenía cierto sentido, teniendo en cuenta que todos los estudios de grabación estaban allí. Por lo tanto, que un grupo viniera de fuera de Londres ya era una novedad, que provocaba un montón de comentarios y habladurías entre el personal del estudio. Empezaba a notar que aquella noche iba a ocurrir algo especial.



Pero primero tenía que pasar toda la tarde. Como Richard no tenía asignada ninguna sesión al mediodía, nos dirigimos a una de las salas de montaje y pasamos varias horas tediosas empalmando cinta. Cuando los auxiliares no estábamos trabajando en las sesiones, una de nuestras tareas era poner cinta guía blanca entre tema y tema de las copias en cinta de álbumes enviados por Capitol desde los Estados Unidos, pues la mayoría de sus discos de pop se remasterizaban en Inglaterra, lo que hacía que las grabaciones fueran de segunda generación, con el consiguiente siseo de cinta añadido. Esto, junto con el hecho de que nuestro equipo de masterización no era comparable al que se utilizaba en los Estados Unidos, era la razón por la cual las versiones inglesas de los discos estadounidenses nunca sonaran tan bien como los originales.



Las horas pasaron volando, y pronto el personal empezó a desfilar hacia la puerta una vez concluida la jornada. Richard y yo cenamos algo en el pub de enfrente y luego nos dirigimos a la sala de control del estudio 2, donde me presentaron a Norman Smith. Era un hombre delgado y pulcro con el pelo cuidadosamente peinado, y me tranquilizó inmediatamente con un comentario humorístico sobre mi tez rojiza.



Al ocupar mi lugar junto a Richard en la parte trasera de la estrecha sala de control, me fijé en la tranquilidad con que Norman y él bromeaban mientras comprobaban el equipo para asegurarse de que todo estuviera en orden. Había claramente un respeto mutuo por la capacidad de cada uno, y en ese momento me di cuenta de que aquel trabajo iba mucho más allá de dominar los aspectos técnicos. Comportarse con naturalidad y ser capaz de llevarse bien con la gente parecía igual de importante, y decidí modelar mi comportamiento imitando el de Richard.



El estudio 2 tenía una particularidad poco usual en el complejo de EMI (en realidad, poco usual en ningún otro lado), y era que la sala de control estaba un piso por encima de la zona de grabación donde se encontraban los músicos, dominando la sala desde lo alto en vez de estar a su mismo nivel. Para ir de un espacio al otro había que pasar por unos estrechos escalones de madera, y las comunicaciones desde la sala de control se transmitían a través de un par de enormes altavoces que colgaban de la pared más alejada del estudio, directamente encima de la salida de emergencia. Poco después de las siete, oí unas voces que provenían de los micrófonos abiertos, y me acerqué al cristal de la sala de control para ver qué estaba pasando.



Mi primera visión de los Beatles no fue nada memorable. Había siete personas moviéndose por el estudio, pero por los cortes de pelo poco ortodoxos era obvio cuáles eran los miembros del grupo, aunque llevaban corbatas y camisas blancas bien planchadas en vez de las chaquetas de cuero que Chris tanto admiraba. Supuse que el caballero alto, delgado y más mayor que estaba junto a ellos era el productor, George Martin, y como los otros dos (uno de los cuales era un hombre enorme, corpulento como un oso, que llevaba gafas, y el otro un tipo anodino de complexión ligera) estaban ocupados montando la batería y los amplificadores de guitarra, supuse que eran el equipo de montaje.



Hoy en día casi me avergüenza reconocerlo, pero lo que más me sorprendió de los Beatles la primera vez que los vi fueron las corbatas estrechas de punto que llevaban. Recuerdo incluso que le hice un comentario al respecto a Richard, que se acercó al cristal para verlas por sí mismo. A las pocas semanas, ambos compramos corbatas similares y nos las pusimos para trabajar; al cabo de poco tiempo, todo el mundo en EMI las llevaba.



Todavía quedaban muchos preparativos por hacer, de modo que regresamos a nuestro lugar en el fondo de la sala mientras Norman continuaba sus metódicas pruebas.



-¿No tiene que colocar los micrófonos? -le pregunté a Richard en un momento dado. Me explicó que los ingenieros de balance de EMI no se ensuciaban las manos haciendo eso. Más bien decían a los de las batas blancas (los ingenieros de mantenimiento) qué micros querían utilizar y dónde colocarlos, y todo esto se hacía con antelación. Norman o Richard podían realizar los ajustes menores necesarios durante la sesión, pero sólo los de las batas blancas tenían permitido cambiar el cableado o alterar la dirección de la señal. Se me antojó un modo estúpido de trabajar, pero al parecer en EMI había reglas para todo. Pocos años más tarde iba a desobedecerlas todas.



Tras un breve período de afinación, empecé a escuchar la música que se filtraba a través de los altavoces de la sala de control, lo que hizo que me acercara de nuevo al cristal. Los cuatro Beatles estaban ensayando, con George Martin sentado en un taburete alto entre los dos cantantes. La canción que estaban tocando era ligera, nada fuera de lo normal, pero sin duda el ritmo era pegadizo. Detrás de un par de altas pantallas acústicas podía ver al batería sacudiendo el instrumento. Era un hombre muy bajito con la nariz muy grande, y no parecía saberse las canciones tan bien como los demás, que paraban la canción cada dos por tres para darle instrucciones. Mientras ensayaban el arreglo, Norman se había encorvado sobre la mesa de mezclas y ajustaba cuidadosamente el balance entre los diversos instrumentos. Yo estaba muy impresionado por el sonido al que estaba dando forma y por la calidad de los altavoces de la sala de control (llamados «monitores»), que era mucho mejor de lo que yo había oído nunca. Aquella claridad me permitía escuchar literalmente cada nota de cada instrumento.



Por fin se produjo una pausa en la música, se abrió la puerta de la sala de control y entró George Martin. Aristocrático en su comportamiento y su locución (sonaba casi regio a mis oídos del norte de Londres) saludó a Norman, y luego hizo un gesto a Richard antes de lanzarme una mirada.



-¿Y quién puede ser este caballero? -preguntó. Sentí como me ponía rojo como un tomate mientras le tendía la mano.



-Geoff Emerick, señor. Soy el nuevo ayudante; he venido para observar a Richard.



Me estrechó calurosamente la mano.



-Ah, otro pulsador de botones para añadir a la causa.



George estaba muy animado y me cayó bien de inmediato. Sin más prolegómenos, la sesión comenzó, y Richard recibió la orden de poner en marcha la máquina grabadora de dos pistas. (En aquella época la máquina más avanzada en EMI era de cuatro pistas, pero sólo había dos de aquellas máquinas para los tres estudios, y estaban reservadas únicamente para ser usadas por artistas de éxito, y no podían desperdiciarse en un grupo acabado de fichar). Norman Smith entonó con gravedad el título de la canción y el número de la toma para la posteridad, y luego procedió a encender la luz roja de grabación.



-«How Do You Do It», toma uno -dijo, y hubo un breve instante de silencio antes de que uno de los miembros del grupo diera la cuenta con la voz temblorosa y todos empezaran a tocar.



Francamente, después de toda la propaganda por parte de Chris y el resto de personal de emi, fue un poco decepcionante. El cantante solista, que también tocaba la guitarra rítmica, tenía una voz nasal muy original y cantaba afinado, pero sin demasiado entusiasmo, y el guitarra solista parecía algo torpe. Seguramente lo mejor de la interpretación eran la potencia y la melodía del bajo. Espiando desde el cristal, vi que el bajista también cantaba las armonías.



Tras unas cuantas tomas, durante las cuales George Martin utilizó el micro de mano de comunicación interna, todo el mundo pareció satisfecho, y el grupo se encaminó a la sala de control para escuchar la grabación, cosa que me permitió ver de cerca por primera vez a los Beatles. Nadie me los presentó, y tampoco a Richard, cuando se pusieron a hablar animadamente con Norman con su curioso acento de Liverpool. Pero desde mi privilegiada posición estudié con atención sus rostros.



El cantante solista, que llevaba unas gruesas gafas con montura de carey, parecidas a las de Buddy Holly, tenía la nariz aguileña y se comportaba de manera brusca. Era bastante inquieto y bastante divertido (no paraba de llamar «Normal» a Norman) y hablaba deprisa y en voz alta. En cambio, el batería, que era ciertamente más bajito que los otros, casi minúsculo, parecía algo abatido y no tenía nada que decir. También me sorprendió lo delgado (casi escuálido) que parecía el guitarra solista, y lo joven que era; parecía apenas unos años mayor que yo. Lo más intrigante era que tenía el ojo morado, según supe más tarde a consecuencia de una pelea que había protagonizado en un club de Liverpool donde habían tocado unos días antes.



Y luego estaba el bajista. No solamente era el más convencionalmente apuesto de los cuatro, sino también el más agradable y atractivo. En un momento dado, incluso nos dirigió un saludo a Richard y a mí. Era evidente que también era él el más interesado en cómo sonaba la grabación. Aunque no alzaba tanto la voz como el cantante, tuve la clara impresión de que era el líder del grupo. Cuando él hablaba, los demás escuchaban atentos y asentían invariablemente con la cabeza, y antes de cada toma era él quien los urgía a dar el máximo. En retrospectiva, es curioso que la mayoría de la gente considere a John Lennon (el cantante de nariz aguileña de aquella primera canción) como el líder de los Beatles. Tal vez al principio fuera su grupo, y es cierto que asumió el papel de portavoz en las ruedas de prensa y las apariciones públicas, pero a lo largo de todos los años en que trabajé con ellos, siempre pensé que Paul McCartney, el bajista de voz suave, era el verdadero líder del grupo, y que nadie hacía nada a no ser que él diera su aprobación.



Mi recuerdo principal de aquella primera noche con los Beatles, sin embargo, fue la cantidad de bromas que se hacían entre ellos. John y Paul parecían los más animados, rebosaban confianza, y eran claramente buenos amigos. El guitarra solista y el batería, George Harrison y Ringo Starr, parecían tomarse las cosas mucho más en serio, o tal vez estaban más nerviosos, era difícil de discernir.



Tras hablar un rato con Norman y escuchar otra vez la toma, George Martin anunció que estaba satisfecho con la versión de la canción, aunque quería superponer unas palmas. La superposición era el equivalente al overdub moderno, el proceso mediante el cual se añade un nuevo sonido a una grabación ya existente. Como la canción había sido grabada directamente en una cinta de dos pistas (en lugar de cuatro), el modo de lograrlo era cargar un carrete de cinta virgen en una segunda máquina y ponerla en modo de grabación mientras la primera máquina reproducía la canción, esencialmente haciendo una copia de la cinta original, junto a la parte superpuesta. Los cuatro músicos volvieron a bajar al estudio, tres de ellos por las escaleras, y Paul tomando la ruta menos convencional de deslizarse por la barandilla, mientras Richard preparaba las grabadoras. Como George Martin quería palmas únicamente durante el solo de guitarra, sólo se necesitaba reproducir aquella parte de la cinta. Richard me explicó que únicamente empalmarían y montarían aquel trocito en la cinta máster para que sólo una pequeña parte de la canción fuera de segunda generación. Observé fascinado cómo añadían las palmas y empalmaban con una rápida eficiencia, y luego los cuatro Beatles desfilaron escaleras arriba para escuchar el resultado.



«How Do You Do It» la había compuesto Mitch Murray, uno de los compositores de canciones más importantes de Gran Bretaña. Había sido elegida por George Martin para que la grabara el grupo, ya que en aquellos tiempos el responsable de artistas y repertorio (A&R) merecía realmente el título, pues elegía tanto al artista como al repertorio. Aunque la versión grabada aquella noche nunca sería publicada (por lo menos hasta la aparición de Beatles Anthology, en 1994), la canción alcanzó posteriormente el éxito en versión de Gerry and the Pacemakers, otro grupo de Liverpool perteneciente a la escudería del representante de los Beatles, Brian Epstein.



Una vez la sección superpuesta se hubo montado en la toma máster y reproducido para satisfacción de George Martin, me di cuenta de que los Beatles se revolvían incómodos en sus sillas. Estaba claro que había algún desacuerdo en sus filas. Lennon no se anduvo por las ramas:



-Mira, George -dijo, dirigiéndose sin rodeos al productor-, perdona que te lo diga, pero esta canción nos parece una mierda.



La mirada de alarma de Martin le hizo rectificar un poco.



-Bueno, tampoco está tan mal, pero no es lo que queremos hacer.



-Bueno, ¿y qué es exactamente lo que queréis hacer? -dijo el atribulado productor.



Quitándose las gafas y lanzando a Martin una mirada estrábica, Lennon no se mordió la lengua:



-Queremos grabar nuestro propio material, no un rollo patatero escrito por otro.



George Martin parecía levemente divertido.



-Te diré lo que vamos a hacer, John -contestó-: cuando podáis escribir una canción tan buena como ésta, la grabaré.



Lennon le lanzó una mirada venenosa, y por un momento hubo un silencio que no auguraba nada bueno.



Entonces Paul tomó la palabra, con educación pero con firmeza:



-Mira, buscamos un rollo diferente -dijo- y creemos que tenemos una igual de buena. Si no te importa, nos gustaría probarla.



George Martin intercambió miradas recelosas con Norman. Parecía dudar entre ejercer su autoridad o ceder a la voluntad de los músicos. Durante un rato estudió el rostro de cada uno de los miembros del grupo, tomándoles la medida. Por fin, George rompió el silencio y dijo con suavidad:



-Muy bien, enseñadme lo que tenéis.



Mientras los cinco volvían a bajar las escaleras hacia el estudio, Norman se volvió hacia nosotros, negando con la cabeza.



-Estos chicos son unos insolentes -dijo-, pero supongo que así es como han llegado hasta aquí.



Con la nariz pegada al cristal, pude ver a los Beatles ensayando, con George Martin en medio. George Harrison había dejado la guitarra eléctrica y tocaba una acústica, que rasgueaba con confianza. Pese a su ritmo lento y pesado, la canción, titulada «Love Me Do», tenía una melodía pegadiza. A través de los micrófonos pude oír parte de la conversación.



-Bien, supongo que ahí tenéis el principio de algo bueno -dijo Martin al grupo, sin comprometerse-, pero necesita algo extra para que destaque -y, volviéndose hacia Lennon, dijo-: ¿No tocas un poco la armónica, John? ¿Puedes tocar algo en plan blues? Tal vez podrías hacer un solo.



Lennon asintió, y uno de los ayudantes del grupo se acercó a una funda de instrumento y le pasó la armónica. Mientras Lennon probaba unas frases sencillas, pensé que, por primera vez, estaba recibiendo una lección objetiva de cuál era exactamente la función de un productor, el papel que jugaba en dar forma a una canción.



Siguieron ensayando, y luego pararon para hablar un poco más. No pude discernir exactamente lo que decían, pero la siguiente vez que pasaron la canción, vi que Paul estaba cantando la voz principal en lugar de John, una decisión de conveniencia, pues era obvio que Lennon no podía tocar la armónica y cantar al mismo tiempo.



-¡Mira eso, Richard! -exclamé, ligeramente asombrado-. ¡Ahora canta el otro!



Norman Smith se rió entre dientes.



-Ése es uno de los puntos fuertes de este grupo -nos contó-: descubrimos durante la prueba que tienen dos buenos cantantes solistas, no sólo uno. Hasta el guitarrista canta un poco, aunque no es tan bueno como los otros dos.



Me gustó mucho el sonido de la voz de Paul; su tono más fluido contrastaba con fuerza con el timbre más estridente de John. Lo más impresionante era la mezcla entre las dos voces, cuando Lennon añadía una armonía baja durante las frases en que no tocaba la armónica. Chris Neal tenía razón, sonaban realmente como los Everly Brothers, aunque la música de los Beatles era mucho más agresiva.



Al cabo de un rato, George volvió a la sala de control y pidió la opinión de Norman.



-No está mal, George, no está mal -respondió éste-. Tal vez no sea un éxito instantáneo como la otra, pero está claro que tiene algo.



El productor asintió, algo mustio. Era evidente que no estaba convencido de que perder el tiempo en la nueva canción fuera una buena idea. Ordenó a Richard que pusiera en marcha la grabadora y empezó la verdadera grabación.



Sin embargo, los Bealtes parecían tener muchos problemas para tocarla bien: estaba claro que no la habían ensayado tanto como la otra. Ringo tenía dificultades para mantener el ritmo, y Paul empezaba a enfadarse con él. Después de cada toma miraban expectantes al cristal de la sala de control, y George Martin hacía todo lo posible por animarlos a través del micrófono interno, pero cuando hablaba en privado con Norman criticaba el ritmo desacompasado del batería. Por fin hicieron una interpretación con la que pareció razonablemente satisfecho, y tras consultarlo brevemente con Norman, dieron por acabadas las actividades de la noche, sin molestarse siquiera en invitar al grupo a la sala de control para escuchar la toma. El reloj de la pared marcaba las nueve y media, y todavía quedaban montajes y mezclas por hacer. (Aunque habían tocado en directo, sin overdubs, los instrumentos y las voces se habían grabado en pistas diferentes para permitir que el ingeniero los equilibrara a posteriori y, en caso necesario, añadiera eco y cambios de menor importancia a la calidad tonal).



George Martin bajó a despedirse, mientras Norman se sentaba junto a la grabadora, desplazando a Richard. Con una velocidad y una precisión asombrosas, procedió a empalmar los mejores trozos de las dos tomas más satisfactorias y luego volvió a la mesa para hacer una mezcla rápida. Instantes más tarde nos encargó a Richard y a mí que lleváramos la mezcla en mono a la sala de corte para que las copias de escucha en acetato pudieran estar listas a la mañana siguiente.



No llegué a despedirme de los Beatles (en realidad no les había dirigido la palabra en toda la noche), pero cuando Richard y yo salimos a la calle, repasamos emocionados los acontecimientos de las horas pasadas. A pesar del modo abrupto en que había terminado la sesión, no teníamos ninguna duda de que habíamos presenciado algo nuevo y excitante. Pese a algunos momentos de angustia y frustración, en la sala había reinado una energía optimista que se había trasladado a la grabación. Richard expresó su esperanza de volver a tener la oportunidad de trabajar con ellos en breve.



En mi interior, yo también lo esperaba.