Juan Carlos Rulfo

La Noche de Los Libros es una aluvión de propuestas entre las que es difícil delimitar un itinerario. Por fuerza, hay actividades que uno se tiene que perder. Pero hay algunas que suenan demasiado interesantes como para dejarlas a un lado. Una de ellas es la conferencia (Casa de América, a partir de las 19.30 horas) que Juan Carlos Rulfo dará sobre la figura de su padre, el autor de Pedro Páramo y El llano en llamas, dos títulos clave en la literatura del siglo XX. No estará solo en la tarima de ponentes: Boris Izaguirre también recordará a Hemingway, Mario Gas a Valle-Inclán y Raúl Argemí a Ernesto Sábato.



El director y guionista mexicano aún tiene el tenebrismo ibérico de Goya incrustado en la mente -viene de darse una paseo por El Prado- cuando descuelga el teléfono para atender a elcultural.es: "Nunca había visto sus pinturas negras juntas. Son impresionantes, sientes al verlas que el desastre se acerca. Tenía mucho trabajo en México cuando me invitaron a La Noche de los Libros, pero venir a Madrid siempre merece la pena". Goya y las pinturas de la pinacoteca le vuelven a confirmar una de las enseñanzas que más valora de su padre: "Tener presente siempre los sentidos, lo sensorial, en el trabajo creativo. Es muy importante no perderlo de vista en estos tiempos de twitter e Internet".



Rulfo hijo se encontró de bruces este año con una nueva efeméride que le hizo pensar en su padre, un poco más de lo habitual: el 7 de enero se cumplieron 25 años de su muerte. "Pensaba dónde podía estar, cómo lo recuerdo todavía, después de todo este tiempo, si por la voz, o por las fotos, o por sus textos...". Dudaba. Hasta que se dio cuenta de que su padre encarnó una especie de "alegoría de los sentidos", porque a través de ellos fue "como siempre se acercaba a la realidad que le rodeaba", la que luego retrataba tecleando la máquina de escribir o presionando los botones de sus cámaras fotográficas.



Y sobre todo esto disertará Juan Carlos Rulfo en la Casa de América. Porque para él hablar de su padre no es para nada un peso: "El peso es que me pregunten siempre si ser su hijo es un peso. No lo es: es un honor. Además, cuando camino por la calle no voy pensando que soy el hijo de Rulfo; pienso en mis preocupaciones, en si me duele la panza, en mi trabajo...".



Aunque su trabajo muchas veces ha confluido con su padre. Al célebre escritor y a su memoria vuelve recurrentemente. "Cuando no sabes bien lo que hacer lo mejor es volver a los orígenes, a lo tuyo". Es lo que hizo cuando murió. Fue a la zona de Jalisco donde nació Rulfo y se puso a preguntarles a los lugareños por él. Pero casi sin excepción la gente le hablaba de su abuelo. Por su padre pasaban de puntillas. Pero no se descorazonó: el documental resultante (El abuelo Cheno y otras historias, 1995) se centró al final en el abuelo en lugar de en el padre. Esa flexibilidad también se la enseñó éste último: "Él sabía escuchar y estar abierto a que lo que le contaran le llevara al destino que fuese".



El documental sobre su padre llegó cuatro años después, Del olvido al no me acuerdo (1999). Y en los últimos años también ha rodado varios cortos que rastreaban aspectos diversos de la figura paterna (proyectados este martes en la Casa de América). No le importa mucho si se acuerdan de su padre o no, si ocupa el espacio y la relevancia pública que merece. "Es algo que no me interesa", confiesa. Así que no se molesta cuando en Comala, si pregunta por un tal Juan Rulfo, nadie le sabe dar razón de él. "Eso es lo bonito del libro y de su autor, que se quedó en aquel pequeño pueblo como un fantasma que nadie puede ver".