Morning Sun, de Edward Hooper.

"Mis propias experiencias sobre habitaciones inundan por completo este relato. Pero cada uno de nosotros tiene las suyas, y este libro es una invitación a regresar a ella, porque son muchos los caminos que conducen a una habitación: el nacimiento, el reposo, el deseo, el amor, la meditación, la lectura, la escritura, la búsqueda de uno mismo o de Dios, la enfermedad la muerte". Así describe Michelle Perrot la importancia capital de las alcobas en la vida de las personas, analizada con minuciosidad en su libro.



La historiadora Michelle Perrot (París, 1928) nos sitúa en este ensayo ante el microcosmos de la alcoba. La habitación como átomo, se constituye, según sus palabras, en partícula elemental de la vida humana. Desde el parto a la agonía, los dormitorios han sido en la historia de la humanidad el escenario de nuestra existencia. En el itinerario de alcoba en alcoba que propone Perrot resuenan, amplificados hasta formar un relato colectivo, los ecos del Viaje alrededor de mi habitación de Xavier de Maistre. Pero también los paseos interiores de Pascal, de Proust, Kafka, Virginia Woolf, George Sand o Colette, acompañan la lectura apasionante de este libro, ganador del premio Femina en 2009.



Las escenas habitacionales de la profesora Perrot dan vida al documento exhaustivo (pero no agotado) de unos interiores que ponen sobre el tapete a la sociedad entera. De la cámara real de Luis XIV a los dormitorios colectivos obreros; de las celdas monacales a los saloncitos de las preciosas; de las reclusiones amorosas a los cubículos de las prisiones; de los gabinetes de los escritores a los cuartos de las criadas, Perrot evocará los espacios íntimos para contornear sus significaciones sociológicas y políticas.



Codirectora con Georges Duby de la Historia de las mujeres, persigue desde hace tiempo el propósito de estudiar las relaciones complejas entre lo privado y lo público, y sus correspondientes representaciones y espacios, a menudo entretejidos. Perrot ilustra así la propuesta de Foucault de concebir una historia de los espacios que sea asimismo "una historia de los poderes, desde las estrategias de la geopolítica hasta las pequeñas tácticas del hábitat". El desarrollo del alojamiento a lo largo del tiempo indica hasta que punto la "habitación propia" es una conquista de la civilización moderna. Política, racionalización e higiene han estado presentes en la evolución de la sala común, intergeneracional y multifuncional, único recinto en el hábitat campesino durante siglos. Igualmente, los gobiernos del antiguo régimen ejercían el poder entre amantes, intrigas y consejeros, desde sus cuartos privados.



La autora no procederá de un modo cronológico en su investigación. El viaje se inicia en la cámara versallesca de Luis XIV, un espacio construido en el centro del patio de mármol, "de cara al sol naciente en una centralidad imperiosa". Para Perrot el hecho de que la capilla real quedase desplazada hacia el norte, habla del absolutismo monárquico y de su sacralización: "el rey sustituía a Dios en el recinto cerrado de su cámara". Desde este dormitorio cósmico (los pasos que daba el rey para ir de un lugar a otro de la habitación correspondían con la distancia entre el sol y algún planeta), Perrot lanza inteligentes hilos conductores y se desplaza en círculos concéntricos y en líneas diagonales para establecer una red marcada por ciertos puntos de referencia que se van anudando entre sí hasta recorrer gran parte de la historia de las sociedades modernas . "Alcobas conyugales", "habitaciones de escritores", "estetas y coleccionistas", "la habitación infantil", "el convento y la celda", "trabajadoras a domicilio", "cortesanas y mantenidas", "palacetes y grandes hoteles", "Jean Genet: vida y muerte en el hotel", "alojar a los obreros", "camas de hospital", "celdas de prisiones": el recuento de todos los apartados del libro sería largo, Perrot ha dado vueltas y más vueltas alrededor de su temática, mostrando la extrema importancia de estos espacios cerrados en el curso del desarrollo humano.



La lectura de estos recorridos por los recintos de la intimidad, trazados y sostenidos sobre la historia social y política, la antropología, las referencias literarias, la estadística o el psicoanálisis, nos lleva a pensar que estamos ante una suerte de obra coral cuyo propósito no es otro que permitirnos husmear en alcobas ajenas para comprender mejor el mundo que nos rodea. Interesante propósito en estos tiempos en los que, como dice la autora, hemos pasado a hacer público lo privado con los realitys televisivos. Observar al vagabundo Genet, abandonando su pijama y escapando de todos sus alojamientos hasta que vino a morir en el Jack's, un hotel insignificante. Imaginar a las costureras de finales del XIX sin salir de sus pobres habitaciones más que para entregar sus labores y buscar nuevos trabajos. Presenciar la muerte de George Sand en su mansión de Nohant rodeada de su familia y doctores, pero también asistir a los antiguos fallecimientos campesinos en la sala común, cuando había que borrar rápidamente las trazas del difunto para evitar el terror de las criaturas hacinadas junto a sus padres y abuelos.



De cuarto en cuarto nos lleva Perrot a contemplar a las autoras que prefieren escribir en la cama: Anna de Noailles, Françoise Sagan, Marie Cardinal, Colette. Esta última, al final de su vida, no abandonaba jamás su "cama-balsa", regalada por la princesa de Polignac. Y por supuesto la autora de este ensayo nos lleva a Proust. Ningún estudio sobre la relación de los seres con los espacios interiores podría prescindir de él. En busca del tiempo perdido contiene entre sus páginas todas las ansiedades y placeres que los gabinetes, los dormitorios, los cuartos de hotel, los boudoirs, los recovecos pueden generar en los personajes de una novela. Poeta de habitaciones de hotel, dice Perrot, Proust se nutría de su sustancia. El aire proustiano se respira en sus cuartos aristocráticos, habitaciones de oficiales, dormitorios infantiles bañados por las brumas del recuerdo.



No hay que olvidar que Michelle Perrot en sus trabajos como investigadora ha abordado tanto la historia de los movimientos obreros como la de las instituciones penitenciarias, y por supuesto es una de las grandes historiadoras de la vida de las mujeres y pionera de los estudios de género en Francia. Nadie mejor que ella para trazar las líneas maestras de esta Historia de las alcobas donde el amor, la muerte, la enfermedad, los sueños, la mística, lo prohibido, la oración, la pobreza y el lujo se reformulan y ocupan su lugar entre cuatro paredes y su enclave en lo social. Se dibuja aquí una nueva cartografía de las habitaciones. Se sugieren las estancias íntimas a través del tiempo pero también las posiciones de las gentes en esos espacios. Se recurre al etnólogo del siglo pasado, Marcel Mauss, para acentuar la importancia de las posiciones y condiciones del dormir. El repliegue corporal, el hacinamiento de trabajadores en una misma cama, la dureza de una tabla, el frío, la intemperie bajo una escalera, el desmadejamiento de la desnudez, la blandura de las camas de la nobleza, son aquí los asuntos de la historiadora.



Este libro espléndido de escritura sutil y nada tartamuda, pese a la infinidad de citas, de puertas entreabiertas y secretos en penumbra, tiene mucho de alcoba de alcobas y, personalmente, me hace recordar aquella idea de Bachelard en La poética del espacio: " la casa es el primer mundo del ser humano, antes de ser lanzado al mundo […] en nuestros sueños la casa es siempre una gran cuna".

Habitaciones, por Fernando Aramburu

Las habitaciones son el alma de la gente. La gente duerme a resguardo de inclemencias y congéneres entre las cuatro paredes de su alma. Cuando la gente es pobre y no tiene casa, su alma consiste en un banco público o en una yacija de cartón. Si quieres conocer bien a una persona asómate a su habitación. La colcha de plumas, las prendas tiradas, el póster de Monet, el crucifijo, las fotos y medicamentos sobre la mesilla, los libros en los anaqueles, los barrotes de la ventana, nos dan el reflejo exacto de su personalidad, sus sueños y sus circunstancias particulares. No encerramos un alma; un alma de tantos y cuantos metros cuadrados nos encierra. A ella nos acogemos para ajetrearnos y descansar, para gozar y sufrir, para ensayar a diario, bajo una manta, las posturas corporales de los muertos. Deberíamos rezar por el descanso eterno de las habitaciones.