Camba en su cama del Palace de Madrid. Foto publicada en blanco y negro

A Julio Camba (Villanueva de Arosa, 1884-Madrid, 1962), como a cualquiera de nosotros, le habría gustado ser embajador. Eso de conocer mundo siempre está muy bien y se puede conocer a personas muy interesantes. La diferencia está en que a él le pudo haber ocurrido. Proclamada la República, de forma un tanto inesperada, en abril de 1931 los improvisados gobernantes españoles recurrieron a hombres de letras para ocupar las embajadas de un régimen que pretendía representar una completa renovación de la vida española. Salvador de Madariaga, a Washington; Ramón Pérez de Ayala, a Londres; Gabriel Alomar, a Italia; Ricardo Baeza, a Chile; Américo Castro, a Berlín; Julio Álvarez del Vayo, a México.

No era de extrañar que Camba, a quien la proclamación de la República le había sorprendido en Nueva York, pensara que por qué no a él. En definitiva, estaba habituado a vivir en el extranjero, por su trabajo como corresponsal, y no escribía peor que algunos de los antes citados. Ese sería el argumento de un artículo -"Diplomacia y literatura"- que publicaría en ABC a comienzos de junio de 1931, basándose en una lista apócrifa de nombramientos diplomáticos, supuestamente publicada en The New York Times. En el artículo parecía dirigirse a Lerroux, el ministro de Estado en aquel gobierno provisional. "Yo también hablo varios idiomas. Yo también he escrito en El Sol. Y si, a pesar de todo esto, no se me concede una representación diplomática, lo menos que podría hacer el Sr. Lerroux, para dejar mi honor a cubierto, sería publicar una nota diciendo que el planeta no llega para todos, pero que yo no padezco lepra ni estoy siquiera procesado por estafa. O bien diciendo que, como ya estoy en el extranjero, no hay ninguna necesidad de echarme..."

Era una salida humorística, como la mayoría de los artículos que componen este libro, publicado por primera vez en 1934, en el que se recogen también un buen número de colaboraciones que le habían sido devueltas por los periódicos a causa de la mordacidad de sus críticas al régimen republicano y, muy especialmente, a los políticos socialistas. Pedro Sáinz Rodríguez, que era un conocido monárquico y director de la editorial CIAP, le ofreció la publicación de aquellas colaboraciones rechazadas. Son artículos muy breves, verdaderas ráfagas de humor irónico, que revelan mucho de la ilusión ingenua con la que se acogió al régimen republicano. Toda la intención crítica del libro parecía concentrarse en la preposición "de", como explicaba el propio autor: "dejaríamos de andar haciendo de República para ser una República realmente".

El volumen sería recogido en las obras completas de Julio Camba (Plus Ultra, 1948) y tendría en 2003 una cuidada edición de Xavier Pericay (Cuatro historias de la República, Destino) que ya fue revisada aquí. En el volumen actual se añaden algo más de 40 artículos publicados en ABC entre 1931 y 1940. No deben ser todos los que publicó durante aquellos años porque, en lo que podría considerarse una simple cata, en el libro no aparecen dos artículos ("Una barba" y "Don Suave") que dedicó a Fernando de los Ríos entre agosto y septiembre de 1937.

En cualquier caso, la lectura de Camba siempre resulta refrescante y su recuperación en este volumen no deja de ser una buena noticia que debemos agradecer a los responsables de esta joven editorial barcelonesa.