Image: Cómo nació la idea de España

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Letras

Cómo nació la idea de España

álvarez Junco, Javier Fernández Sebastián, Antonio Morales Moya y Juan Francisco Fuentes debaten el nacimiento de la conciencia nacional

7 noviembre, 2002 01:00

De izqda. a dcha. y de arriba a abajo, álvarez Junco, Fdez. Sebastián, Morales Moya y J. F. Fuentes

"El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre", escribió García Márquez y puede aplicarse perfectamente al XIX español, un siglo en el que conceptos como "nación" o "libertad" sufrieron una revolución cuyas consecuencias aún sentimos. Un siglo en el que se produjo el nacimiento de la conciencia nacional de España, en el que asomó el alumbramiento de las Españas posibles de que hablara Lluch y comenzó a plantearse el problema nacionalista. Un siglo, en fin, que reinventó el lenguaje político y social. La cuestión viene de lejos pero nunca ha estado de más actualidad, como demuestra la reciente publicación de un excepcional Diccionario político y social dirigido por los catedráticos Fernández Sebastián y Juan F. Fuentes, y la concesión del premio Nacional de Ensayo al profesor álvarez Junco por Mater Dolorosa, también sobre la España decimonónica. Todos ellos, junto a otro máximo especialista, Antonio Morales Moya, analizan el despertar de la conciencia nacional y el uso y abuso de los nacionalismos actuales.

-¿Cómo se produce, en el siglo XIX español, el nacimiento de la conciencia nacional?
-José álvarez Junco: Por conciencia nacional hay que entender algo más que conciencia de identidad, en mi opinión. Esta última es sólo identificación con un grupo humano, al que se atribuyen determinadas características culturales, pero sin consecuencias políticas. Y esto, en relación con España, existía ya desde la Edad Moderna. Había conciencia de ser españoles, y eso significaba ser católicos, buenos guerreros, estar permeados de valores caballerescos, etc. Pero a lo largo del XVIII, para algunos intelectuales muy avanzados, y durante la guerra napoleónica, a nivel mucho más masivo, nace la conciencia nacional: es decir, somos un grupo humano, una nación, dueño de este territorio al que se llama España. De ahí que Napoleón no tenga derecho a imponernos a su hermano como monarca; y que, aún suponiendo que las renuncias de los Borbones en favor de Bonaparte sean libres y auténticas, éstas sean inválidas. Porque este país, como dice la Constitución de 1812, no pertenece a la familia real, sino a los españoles. Eso es conciencia nacional.

-Juan Francisco Fuentes: Los conceptos de patria y nación tienen ya una enorme importancia en el ideario reformista de la Ilustración y en el discurso revolucionario posterior a 1789. En España, la Guerra de la Independencia proporcionó una ocasión única para poner en marcha un proyecto de cambio histórico de carácter liberal articulado en torno a la idea de patria, un concepto que podía servir de punto de encuentro entre las elites liberales que gobernaban en Cádiz y las masas populares que luchaban contra los franceses. El problema era que el reconocimiento de los derechos de la nación pasaba por la supresión de los viejos privilegios estamentales y por un recorte sustancial del poder del rey y, sobre todo, de la Iglesia. Nación y patria pertenecían, pues, al universo mental y simbólico de la Revolución liberal, que entendía la patria como una comunidad de ciudadanos libres e iguales. ése es el sentido de las palabras con las que Argöelles presentó en 1812 la Constitución gaditana: "Españoles: ya tenéis patria". Si ahí nace el nacionalismo español, hay que decir que es un nacionalismo de raíz liberal, a diferencia de otros nacionalismos peninsulares que tienen sus orígenes en el carlismo. Tenía algo de razón, por tanto, Sabino Arana cuando dijo que el castellano era "el idioma del liberalismo", que es lo más hermoso que se ha dicho de nuestra lengua. Pero el desarrollo de aquel proyecto histórico alumbrado en Cádiz se fue complicando por muchas circunstancias, entre ellas la desidia de los gobiernos moderados que privaron a la patria liberal de sus principales medios de socialización: escuela pública y sufragio universal. El hecho es que a partir de los años 30/40 nos encontramos con una situación que tiene algo de anomalía histórica: que en España la izquierda tendía al federalismo y la derecha al centralismo. La persistencia de las múltiples diversidades territoriales heredadas del Antiguo Régimen llamó tanto la atención a Alejandro Dumas, que llegó a vaticinar, a raíz de un viaje suyo por la Península, que "aunque España forme un solo reino, nunca formará un solo pueblo".

-Antonio Morales Moya: Creo que se produce antes. Los siglos XVIII -especialmente su segunda mitad- y XIX deben ser considerados, en sus aspectos políticos, sociales y económicos, como un conjunto coherente en el que las nove-
dades que se producen en las Cortes de Cádiz, no deben ocultar anticipaciones y continuidades, decisivas también. Así, el Estado español del XVIII inicia, desde el amor a la patria, la construcción de la nación española, concebida entonces como "cuerpo social" , centralizando, uniformizando, racionalizando las estructuras político-administrativas, las leyes, las lenguas, la geografía y la historia, en cuanto definitoria del tiempo y del espacio nacionales... La constitución histórico-nacional surge en España , como en Europa, con la Ilustración. En la Guerra de la Independencia, derruido el Estado, emerge la nación soberana que en las Cortes de Cádiz iniciará la constitución del Estado liberal.

-Javier Fernández Sebastián: Conciencia nacional puede ser una expresión un tanto engañosa, si se interpreta como el necesario punto de llegada de un camino inapelable y sin alternativas, como si existiera una "esencia de la nación" que pugnara desde siempre por aflorar en las conciencias de los españoles. Lo que se produjo más bien durante la Edad Moderna fue un largo proceso de maduración de una comunidad humana plural y variopinta, vinculada por un monarca común, y por otros lazos de tipo histórico y cultural: lingöísticos, económicos, religiosos… Y esa prolongada convivencia empezó a experimentarse por parte de un sector de las elites ilustradas del XVIII en clave patriótica o republicana, en el sentido antiguo de este término (e incluso en clave nacionalista en algunos autores de finales del XVIII, como Cadalso, Forner o Capmany). A partir de ahí, la intervención napoleónica en la península provocó una reacción populista que elevó súbitamente la fiebre nacional de una gran parte de la población española del momento. En conjunto, la historiografía actual -por ejemplo, el libro de álvarez Junco, en su última parte- ofrece un balance mediocre del XIX en ese campo. A mi modo de ver, sin embargo, conviene evaluar el proceso de nacionalización desde otros ángulos, además del prisma de la acción nacionalizadora estatal. En esa progresiva "toma de conciencia nacional" también hay que tener en cuenta las aportaciones que se hicieron desde abajo, e incluso me parece que hasta cierto punto el nivel de la nacionalización alcanzado pudiera verse como el resultado no intencional de la interacción de un gran número de agentes sociales dentro de unas fronteras que apenas variaron durante siglos.

-¿Qué cambios sufre el concepto de "nación" en el siglo XIX?
-J. F. Fuentes: Por un lado, los derivados de la aparición a finales de siglo de los nacionalismos vasco y catalán. Por otro, un lento proceso de convergencia entre nación y catolicismo, que álvarez Junco explica muy bien en su libro, que daría lugar a una idea de España alternativa a la del liberalismo y que podríamos identificar con eso que luego se llamó "nacionalcatolicismo". De todas formas, nación y catolicismo nunca llegaron a soldarse completamente, porque la pretensión última de la Iglesia era subordinar la nación a una cosmovisión teocrática.

-J. Fdez. Sebastián: Simplificando mucho, y ciñéndonos al campo liberal, yo dividiría el siglo en dos fases. En la primera predomina una idea política de nación, mientras que la segunda aparece marcada por el sello identitario de la nación cultural. Hasta la década de los 40, la publicística nos transmite básicamente una idea de nación políticamente activa y poco o nada "etnicista": la nación es el conjunto de los ciudadanos que encarna la soberanía, el sujeto del poder constituyente. Por el contrario, desde mediados de siglo, con el triunfo definitivo de los moderados y los nuevos aires intelectuales que soplan en Europa, la nación empieza a ser entendida como un legado histórico, e incluso como un espíritu particular que hay que pre-
servar de cualquier intromisión extraña. Este último sentido alcanzará gran predicamento no sólo entre los conservadores, sino también en los medios republicanos influidos por el krausismo.

-Morales Moya: La nación soberana, tal como la concibió nuestro primer liberalismo, el de las Cortes de Cádiz, era un proyecto inseparable de los valores de la libertad y la igualdad, que continuaron demócratas y republicanos y que tendrá su expresión literaria en los Episodios Nacionales de Galdós. Para el liberalismo moderado, la nación compartirá la soberanía con la Corona. Su aportación a la construcción del Estado y la Administración es innegable, pero la orientación al futuro se diluirá en el conservadurismo y la nostalgia de un pasado glorioso. A finales de siglo, lo ha contado álvarez Junco, la nación católica predomina sobre la nación liberal.

-álvarez Junco: Pasa de ser una idea liberal, revolucionaria y cosmopolita a ser una idea conservadora socialmente y agresiva, imperialista. Al principio, defender la nación significaba declarar soberano al pueblo, al conjunto de los habitantes, frente al monarca. Más tarde, una vez se vayan extendiendo los regímenes representativos, la idea de nación se utilizará para apaciguar u ocultar las tensiones sociales y para fomentar movilizaciones y rivalidades con las naciones vecinas. Hay que recordar que el final del XIX es el momento de la máxima expansión imperial europea y que las pugnas en-
tre los europeos eran tan fuertes que acabaron en la I Guerra Mundial.

-¿Cuáles son las diferencias entre el nacionalismo del XIX y el del XX? ¿Cómo será el del XXI?
-Morales Moya: Así como en el XIX el nacionalismo tuvo frecuentemente un carácter liberal, político, emancipador, en el siglo XX ha predominado, con consecuencias trágicas, un nacionalismo cultural, étnico, frecuentemente tribal. En todo caso, el nacionalismo del siglo XXI debe tiene que identificarse, con lo que se viene denominando "patriotismo cultural", término ampliamente difundido por Habermas pero que también encontramos en las Cortes de Cádiz. Es decir, la nación ha de ser la de los ciudadanos, unidos por unos mismos derechos, unas mismas libertades, una misma constitución. Tal nacionalismo, además de su fundamentación ética, permite afrontar la realidad multicultural de las sociedades actuales.

- J. Fdez. Sebastián: Creo que el punto de inflexión fundamental se produjo a finales del XIX. Lo que sucedió en España en torno al 1898 -eclosión casi al mismo tiempo de los nacionalismos catalán y vasco, y de un nacionalismo español atribulado y esencialista, que tendría su prolongación en el nacional-catolicismo franquista- tiene mucho que ver con una coyuntura internacional en la que, como señaló Hobsbawm, van a cobrar mucha importancia sobre todo dos variantes del nacionalismo: el nacionalismo de "pueblo pequeño" y el chauvinismo imperialista de gran potencia. Por si fuera poco, también entonces se producen dos novedades ideológicas fundamentales: por un lado, los sectores más conservadores hacen suya la causa nacionalista; por otro, la retórica antiliberal del nacionalismo empezó a converger con otra de tipo izquierdista y anticapitalista. Ese camino llevaría con el tiempo al nazismo y, entre nosotros, al falangismo o al abertzalismo. En cuanto al momento actual, me temo que el panorama es poco halagöeño: el auge de las "identidades asesinas" en varios lugares del mundo amenaza llevarnos a la catástrofe. Por fortuna, el futuro es imprevisible y tal vez estemos en el umbral de una época cosmopolita. Ojalá fuese así, y que, al revés de lo que sucedió en el XIX, cuando, como notó Isaiah Berlín, los pensadores decimonónicos no se tomaron en serio al nacionalismo como ideología que pudiera tener relevancia en el siglo XX, los pronósticos de muchos científicos sociales se vean desmentidos por los hechos, y el siglo XXI se vea libre de la plaga de los nacionalismos identitarios.

-J. F. Fuentes: Se ha dicho que el nacionalismo es la religión del siglo XX. En realidad, empieza a serlo ya en el XIX, pero es cierto que el siglo XX le da una dimensión extraordinaria, primero porque aparece un nacionalismo de masas con un gran protagonismo en algunos momentos históricos, como el período de entreguerras, y, en segundo lugar, por la descolonización. En cuanto al nacionalismo del siglo XXI, quiero recordar aquello que decía en broma Juan Valera: que la historia es la ciencia que permite predecir el pasado. Así pues, daré una respuesta que tendrá para el lector por lo menos el interés de saber lo que no sucederá. Ciñéndonos a Europa, se dan varios factores que favorecen el desarrollo de un nacionalismo defensivo: el miedo a la inmigración, el miedo al "peligro amarillo" -el siglo XXI será, probablemente, un siglo asiático- y la crisis de identidad que provoca la globalización y la "sociedad red" y que, como muy bien ha explicado M. Castells, genera una necesidad patológica de identidades -incluso microidentidades- primarias y fuertes. Creo, sin embargo, que la fuerza cohesionante de la Unión Europea podrá más que la posible fuerza disgregadora y autodestructiva de las pequeñas identidades.

-álvarez Junco: La primera mitad del XX es muy parecida al final del XIX. El verdadero cambio viene tras 1945, cuando salen a plena luz las locuras criminales de los nazis. Los fascismos se interpretan entonces como una versión extrema de los nacionalismos, y se tiende a reaccionar contra ellos. En Europa, en especial, la segunda mitad del siglo está dedicada a la construcción de una unidad supranaciónal. Hay excepciones, como España, donde los nacionalismos no estatales adquieren un inesperado prestigio por el hecho de que se han opuesto a la dictadura, o como el Este de Europa, donde llenan el vacío dejado por la devastación comunista.

-¿Existen motivos para inquietarse por la imagen oficial que del pasado se da a los jóvenes, especialmente en el País Vasco y Cataluña?
-álvarez Junco: Sí, creo que las imágenes del pasado en términos unilaterales ("nosotros" somos una cosa y sólo una; siempre hemos sido eso y debemos seguir siéndolo) son, para empezar, falsas. "Nosotros" no se sabe bien quiénes somos, venimos de muchas tradiciones diferentes y deberíamos interpretarnos en toda nuestra complejidad. Si a eso se añaden planteamientos dolidos y reivindicativos ("a nuestros antepasados se les hicieron tales y cuáles agravios"), se crea un clima para el en-
frentamiento, en vez de para la convivencia. Ahora bien, hay que añadir que el nacionalismo español es tan simplificador y doliente como los demás; afortunadamente, hoy está más apagado.

-J. Fdez. Sebastián: A este respecto es difícil ser optimista. Las autoridades debieran tener un cuidado exquisito en la gestión de la memoria colectiva. Lamentablemente, al menos en el caso vasco, que conozco más de cerca, la escuela y los medios de comunicación autonómicos transmiten machaconamente la imagen de un pueblo vasco ancestral diferenciado de su entorno "español", asentado sobre el mismo territorio desde la prehistoria. El resultado lo tenemos a la vista: muchos jóvenes vascos están tan convencidos de la existencia multisecular de Euskal Herría como una nación oprimida como de la artificialidad de España, concebida como una entidad estatal ajena y opresora.

-Morales Moya: Absolutamente. La situación actual es desoladora. Por una parte, la historia se manipula y por la otra, donde ello no ocurre, se ignora. Los conocimientos de Historia de un alumno que llega a la Universidad son mínimos. Las deficienciasde nuestro sistema educativo me parecen incuestionables.

-J. F. Fuentes: Juzgar desde Madrid cómo se imparte la historia en el País Vasco o en Cataluña me parece aventurado. Me consta que en los ámbitos nacionalistas más radicales predomina una visión del pasado que tiene que ver más con la mitología que con la historia y que recuerda bastante la historia que se enseñaba en la España de la posguerra, cambiando la "Pérfida Albión" por la "Pérfida España". En cuanto al maltrato de la Historia de España en los planes de estudios, habría mucho que contar sin movernos de Madrid.

-¿Cómo se pueden combatir las manipulaciones de la historia, con los cambios de los planes de estudio?
-J. F. Fuentes: El problema básico es la escasa presencia que la historia y las humanidades, en general, tienen en los currículos, en virtud de un viejo pacto no escrito, que empezó con la LGE de 1970, entre los defensores de una enseñanza tecnocrática y los apóstoles de una escuela mayosesentayochista. Los alumnos llegan a la Universidad con un nivel muy aceptable de Historia Contemporánea Universal y un desconocimiento casi absoluto de la Historia de España. Respecto a los planes de estudios, soy partidario de las reformas hechas desde arriba, con todo el consenso posible, porque si se hacen desde abajo, como en la Universidad, serán el resultado de correlaciones de fuerza y de la intervención de los grupos de poder de más peso en cada ámbito.

-álvarez Junco: Deberían servir. Si se incluyera más historia europea y universal y menos historia local o inmediata, se abriría la mente de los estudiantes hacia la comprensión de la complejidad del mundo. Pero eso debería ir acompañado de un cambio en la mentalidad y la actitud de los profesores, que jamás pueden ser instigadores de actitudes resentidas o de sospecha frente a otros grupos humanos. Sólo así serán capaces de preparar a las futuras generaciones para la convivencia en un mundo plural, como el que inevitablemente se nos viene encima.

-Morales Moya: No estoy seguro. Es evidente que los cambios de planes de estudio, aun cuando hubiera que hacerlos, no resuelven los problemas. Las competencias educativas se utilizan frecuentemente por las Comunidades Autónomas para fortalecer identidades regionales o para construir su nación. Creo que la política cultural del Estado se encuentra ante un difícil reto.
-J. Fdez. Sebastián: Por desgracia, creo que Azaña tenía razón cuando reconocía la relativa inmunidad de ciertos mitos ante la crítica historiográfica, y prueba de ello es que, aunque la mayoría de los historiadores vascos no somos nacionalistas, ciertos tópicos descartados desde el rigor histórico siguen muy presentes en nuestra sociedad. Sin duda, hay que intentar poner coto a los errores más flagrantes desde las instituciones, pero no nos engañemos, la enseñanza está en manos de las autonomías, y allí donde están controladas por un nacionalismo irredento, como en el País Vasco, parece difícil pensar en un cambio de rumbo que no pase por la alternancia en el poder autonómico.