Letras

La cazzaria

Se publica un tratado erótico del Siglo XVI

19 marzo, 2000 01:00

Hace cinco años se descubrieron en una casa de Barcarrota (Badajoz) once incunables entre los que se encontraba La cazzaria (La carajería), un libro pornográfico del siglo XVI escrito por Antonio Vignali. Escondido de la Inquisición desde entonces, ahora la Editora Regional de Extremadura está a punto de publicar el facsímil, en edición crítica de Elisa Ruiz, que explica para El Cultural los pormenores de su trabajo. Publicamos en estas páginas el primer capítulo de este curioso libro, oculto y perdido durante cuatro siglos.

Aunque nuestro Ardiente se muestre siempre enemigo de las mujeres en cualquier ocasión, sin embargo lo considero tan ávido de ellas, a escondidas, como la mona de los cangrejos. Bien es verdad que el bribón sólo va tras alguna sirvienta holgazana, cosa que siempre me ha maravillado, y por no poder comprender el motivo, me propuse una tarde preguntárselo. él, después de haberse reído de mi necia demanda, me demostró a través de mil razones que no había otro amor en el mundo como el de las criadas, y me contó a este respecto mil historietas para llegar a la conclusión de que no hay nada como yacer con una mujer grasienta, sucia, desaseada y cuanto más sórdida mejor, porque así da una vaharada de mal olor. Y como yo me burlaba de sus gustos, a él se lo llevaban los demonios, y me pidió que aceptase hacer una prueba, ofreciéndome tener trato carnal con una morenilla poco agraciada, habitual suya, a la caída de la tarde. Así, mientras que él me había dejado en su habitación, esperando que la trajese allí a través de azoteas, me empezó a parecer la espera interminable -como sucede siempre a quien aguarda con el miembro en ristre- y, por pasar el rato, me puse a rebuscar entre sus libracos, en medio de los cuales encontré varios borradores de obras suyas, en verdad, bastante buenas. En esto me cayó entre las manos el presente diálogo y, por parecerme breve al hojearlo, me lancé a leerlo. Y por desgracia fui a parar al mayor embrollo de vergas que imaginarse pueda. Conforme iba leyendo, sentía un mayor placer al comprobar que éste había encontrado todo género de razonamientos sobre las circunstancias relativas al trato carnal. De repente, me vino en mente Vuestro Aturdimiento, quien la mayoría de las veces no razona conmigo de otra cosa que no sea esto. Y considerando lo mucho que le gustaría echarle un ojo a semejante obra, decidí al momento robarla -a causa de tener yo tantos motivos de agradecimiento- y en consecuencia la escondí entre la ropa. Al punto llegó el Aturdido con su carroña y me obligó a cumplir en contra de mi deseo, hecho que me impregnó de tal manera de olor a cebolla y a hediondez que por espacio de quince días no he encontrado a un cristiano que no haya salido corriendo al aproximarse a mí, como si fuese un apestado.

Ahora me dispongo a mandaros la obra, con la condición de que me la devolváis tan pronto como la hayáis leído. Y sobre todo cuidad que nadie le eche el ojo encima, pues como aquél viniese a darse cuenta y a saberlo -como no hay nada más irritable que un culo- cogería tal enfado y se encolerizaría tanto que nunca más me dejaría entrar en su lugar íntimo, y yo quedaría privado de poder ver otras hermosas cosas, o mejor dicho, obrillas, de las que hace mención en este diálogo. Si el interesado no se percata de esto, yo confío en hacérselas llegar por este mismo conducto. Por consiguiente, léala lo más rápidamente posible y devuélvamela.

De momento no tengo otra cosa con que pueda complacerle. Tenga presente, si lo tiene a bien, que yo soy su fiel servidor.

Antonio VIGNALI

Comprometido y comprometedor

En los últimos días del año 1995 los medios de comunicación difundieron la noticia del hallazgo de un alijo de libros del siglo XVI en el desván de una casa de Barcarrota (Badajoz). Como éstos aparecieron emparedados, el hecho suscitó una natural curiosidad y, sobre todo, el interés de los especialistas por conocer cuántas y cuáles eran las piezas descubiertas. El examen de las mismas no defraudó. En realidad, se trataba de un pequeño tesoro bibliográfico compuesto por once ejemplares de temática muy variada. A pesar de su heterogeneidad argumental, las obras tenían un denominador común: todas ellas quedaban del lado de la transgresión de acuerdo con los principios ideológicos de la época. Esta circunstancia quizá explica la particularidad de que algunos libros recibieran una falsa encuadernación en forma de una hoja de pergamino cubierta con textos religiosos o técnicos, con el fin de otorgar a los volúmenes, así protegidos, una vitola de aparente respetabilidad. El surtido comprende diez impresos, redactados en diversas lenguas y publicados en distintos países en un arco temporal de una treintena de años (1525-1554), y un único manuscrito. Una de las muestras más notables del conjunto es un Lazarillo de Tormes, estampado en Medina del Campo en 1554 y de cuya edición no se conocía ningún ejemplar. Otro tanto cabría decir de un curiosísimo texto en portugués que responde al título de La Oración de la emparedada. En este caso se ha recuperado una versión, de carácter popular. Un Alboraique, un par de tratados de quiromancia, una obra de Erasmo, etc. completan la serie.

La Junta de Extremadura, tras la adquisición del fondo, decidió darlo a conocer mediante reproducciones facsimilares, realizadas materialmente por la Editora regional de esa Comunidad, dirigida por Fernando Pérez. La iniciativa no puede ser más acertada. Hasta aquí estaban disponibles los dos primeros títulos citados. Hoy se incrementa la lista con un nuevo volumen: la obra de Antonio Vignali titulada La cazzaria. En este caso el ejemplar, cuando apareció, se reducía a un rimero de hojas sueltas, desordenadas y en mal estado de conservación. La restauración practicada ha permitido salvaguardar un testimonio muy importante por la calidad de su texto dentro de la tradición de la fuente, el cual nos transmite un Diálogo -género literario muy en boga por entonces- entre dos personajes reales pertenecientes a una prestigiosa institución renacentista de Siena, la Accademia degli Intronati. El carácter obsceno del asunto tratado, el componente sodomítico, la radical misoginia, el manifiesto anticlericalismo y las veladas críticas a la política ejercida en su ciudad eran otras tantas razones que indujeron al autor a procurar que el opúsculo circulase en los medios adecuados, preferentemente en el ámbito cerrado formado por los miembros de la corporación académica. No obstante, el texto fue publicado, probablemente sin el consentimiento del escritor. A primera vista, se podría pensar que estamos ante una obra pornográfica pura y dura. Pero, en realidad, hay algo más: la exposición y defensa de unos criterios ideológicos destilados a través de los recursos de parodias, alegorías y debates dialécticos en los que la sexualidad emerge por doquier. En una palabra, el instinto básico puesto al servicio de una causa noble.

La publicación que ahora ve la luz supone un intento de ofrecer a los lectores una recuperación de la obra en su pluralidad de significados. A tal fin se ha aplicado una metodología arqueológica, respetuosa de los principios de la mejor tradición filológica (reproducción facsimilar del manuscrito, transcripción del texto, edición crítica del mismo, y estudio paleográfico-codicológico). Al mismo tiempo, ha sido realizada una versión a nuestro idioma de La cazzaria, tarea que ha implicado seleccionar, a partir de fuentes literarias castellanas de carácter erótico del siglo XVI, el léxico y las expresiones que mejor se acomodaban a los términos y juegos verbales de Vignali, para reflejarlos con fidelidad, naturalidad y sin afectación ni puritanismos.

La estancia del autor italiano en la capital hispalense en torno a 1541, la aparición de este conjunto librario en tierras extremeñas y la presencia de elementos relacionados con el país vecino -entre otros, la propia Oración de la emparedada, un documento notarial redactado en portugués y un amuleto dedicado a un tal Fernâo Brandâo- constituyen unos indicios que nos hacen pensar en la existencia de una fluida comunicación de bienes y personas entre Sevilla y Lisboa, centros urbanos en los que la disidencia, la riqueza comercial y las novedades intelectuales tenían su asiento por su condición, entre otras razones, de ciudades abiertas al mar. De momento, estas pruebas materiales sólo permiten hacer conjeturas. Confiemos en que en un futuro próximo se encuentre alguna documentación complementaria que permita trazar la peripecia vital de las personas vinculadas a tan comprometedores ejemplares.

Elisa RUIZ