La primera quincena de julio de 1936 ha concluido y Pamplona aún retumba por los recién celebrados Sanfermines. A pocas decenas de kilómetros de la capital navarra, en una nave del monasterio de Irache, dos generales mantienen la que será su última conversación cara a cara.
"El motivo de esta entrevista es comunicarle que el Gobierno sabe que usted conspira contra el orden establecido y mi deber es decirle que o cambia de postura o cambia de ciudad y de destino, o tendré que detenerle". Estas palabras salen de la boca del general Batet, jefe de la VI División Orgánica, con sede en Burgos, y superior directo de su interlocutor, Emilio Mola, quien está al mando de la guarnición de Pamplona.
Desde que había recibido la llamada solicitándole una pronta entrevista, Mola podía intuir que Batet se olía lo que se traía entre manos: una sublevación contra el Gobierno de la II República, que desde las elecciones de febrero de 1936 está en poder del Frente Popular. Lo que quizá no esperaba es que su superior fuera tan directo al grano.
Mientras Batet permanece sentado, Mola se pone en pie y así continuará un diálogo en el que ya no cabe irse por las ramas. El periodista Fermín Goñi lo recrea en su novela El hombre de la Leica, editada por primera vez en 2005 y reeditada ahora por Fondo de Cultura Económica.
El interrogatorio de Batet a su subordinado revela que este detesta el comunismo. "Si viera que esa posibilidad está a punto de triunfar en España, saltaría a la calle, pero no como militar, sino como Emilio Mola, el ciudadano que no quiere ver su país sojuzgado".
Batet insiste en que Mola le confiese lo que trama, pero sólo consigue arrancarle esta respuesta: "Mi general: no estoy comprometido con ninguna aventura, si es lo que quiere saber".
El encuentro entre ambos generales a escasos días del estallido de la sublevación que desató la Guerra Civil es un hecho real y ya ha sido relatado en otras narraciones en la ficción. Por ejemplo, en la película Dragon Rapide, dirigida por Jaime Camino en 1986. Un filme que, como la novela de Fermín Goñi, disecciona la conspiración de varios generales para derrocar al gobierno republicano.
Mientras que la cinta de Jaime Camino pone el foco en el general Franco, quien se pondrá al frente del alzamiento tras recorrer en avión la distancia entre Gran Canaria y Tetuán, las páginas del libro de Goñi están protagonizadas por Mola, el Director que coordina un golpe militar al que Franco se sumaría a última hora.
"Desde que, a los 14 años, mi padre me regaló una Kodak, tengo pasión por la fotografía", dice Mola, el hombre de la Leica, la moderna cámara que sacia su entusiasmo por captar imágenes. Aunque también la tiene por la escritura a máquina, en concreto con una Remington que guarda a buen recaudo en el cuarto de la plancha de su vivienda familiar habilitada en la Capitanía General de Pamplona. Es ahí donde el general golpista oculta "entre la ropa blanca, las copias de los documentos que vayamos produciendo".
Se trata de sus famosas instrucciones reservadas, transmitidas con el máximo secreto a los demás militares implicados en la asonada. Por ejemplo: "La acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado". Continúa el Director: "Conquistado el poder, se instaurará una dictadura militar, que tendrá como misión inmediata restablecer el orden público".
El hombre de la Leica está estructurado combinando capítulos con narrador con episodios relatados en primera persona por Mola, que revelan la personalidad del personaje. Un militar que había sido director general de Seguridad en tiempos de Alfonso XIII, cargo que le costó su destitución llegada la República en 1931. Relegado a la segunda reserva del Ejército, sin medios económicos con los que subsistir, no sería amnistiado hasta 1934, con Lerroux en el Gobierno, que le reintegraría en el Ejército.
Mientras gobernaron las derechas, Mola ejerció diversos cargos de importancia. Entre ellos, el de jefe de la Circunscripción Militar de la Región Occidental del Protectorado de España en Marruecos, con sede en Melilla. Un puesto del que fue relevado tras la victoria electoral del Frente Popular, que tuvo el acierto de quitarle el mando de una tropa profesional y nada afín al nuevo gobierno, pero también cometió el error de destinarlo a la conservadora Navarra, donde acabaría entendiéndose con los requetés carlistas, ansiosos por sublevarse contra la República.
"Me toca el papel de coordinar todos los movimientos, habida cuenta de que estoy en una esquina de España donde el ambiente es más que favorable y tengo menos vigilancia", dirá el narrador Mola en primera persona.
El general Mola (centro derecha) junto a Franco (centro) en la plaza de Alonso Martínez de Burgos en agosto de 1936. Foto: Wikimedia Commons
Nacido en la Cuba colonial en 1887, se trasladaría con su familia a la metrópoli tras el Desastre del 98 y seguiría los pasos de su padre y su abuelo en la carrera militar. Mola recibiría el bautismo de fuego en la Guerra de Marruecos. Esta experiencia bélica, unida a sus orígenes cubanos, lo equiparan a otros de sus conmilitones. Es el caso del general Kindelán, que tiene su parte de protagonismo en la conspiración relatada en El hombre de la Leica. Pero también a otros militares que dejaron su particular huella en la historia, como el general Fernández Silvestre, protagonista del Desastre de Annual, y el general Berenguer, que tras la dictadura de Primo de Rivera lideró la 'dictablanda'.
Tras el estallido de la contienda civil, Mola irá perdiendo un protagonismo y un poder que irá ganando Franco, lo cual le enerva. El Director de la sublevación acabará sus días en un accidente aéreo en junio de 1937, tras un "inexplicable fallo de motor —que jamás nadie quiso investigar—".
Como explica el libro de Goñi, su avión se estrelló "en la gran llanura burgalesa". "No habiendo más que un pequeño montículo en decenas de kilómetros a la redonda, fue a chocar contra su ladera norte". El cadáver de Mola fue identificado por el general López Pinto gracias a la Leica encontrada entre los restos del aparato. "Nunca viajaba sin ella".
Como paradoja, los restos mortales de Mola serían inhumados en Pamplona en un nicho frente al féretro del teniente coronel de la Guardia Civil Rodríguez-Medel, asesinado por los golpistas en los primeros compases de la sublevación por defender la legalidad republicana.
