Más allá de lagartos mitológicos que escupen fuego por la boca, la brujería, los fantasmas y un ejército de seres criogenizados que tratan de conquistar todo un continente, Juego de tronos —una de las series más vistas de la historia— es una batalla de sucesión infinita por el trono de hierro, es decir, el poder.
portada dos rosas
La guerra de las Dos Rosas
Dan Jones.
Traducción de Joan Eloi Roca. Atico de los libros, 2025. 456 páginas. 28,95 €.
No hay que recurrir a la ficción para toparse con relatos de este tipo, ya que las batallas por poseer la gobernanza y la autoridad son uno de los conflictos favoritos de toda buena monarquía europea que se precie. La historia medieval de la corona británica, por ejemplo, es fértil en alianzas, traiciones, asesinatos y giros inesperados.
En un principio, cuando el drama fantástico medieval de David Benioff y D. B. Weiss comenzó, estaba claramente inspirado en las novelas de Canción de hielo y fuego, de George R. R. Pero a medida que las temporadas se sucedían hasta llegar a ese polémico final de la octava, Juego de tronos se fue distanciando de los libros y aferrándose a la historia. Más concretamente a una guerra real que sucedió entre 1455 y 1487 en Inglaterra, la famosa Guerra de las Dos Rosas.
El historiador best seller Dan Jones repasa, en su nuevo libro La Guerra de las Dos Rosas. La caída de los Plantagenet y el ascenso de los Tudor, el conflicto entre las estirpes de los Lancaster y los York por conseguir la corona británica —equivalentes en cierto modo a la casa de los Lannister y los Stark—. Su cruzada resultó, involuntariamente, en la aparición de una nueva casa real, la de los Tudor, que comenzó en 1485 con Enrique VII y terminó con la muerte Isabel I de Inglaterra en 1603.
En la intrahistoria de la Guerra de las Dos Rosas están todos los elementos necesarios para disfrutar de un buen, sanguinario y divertido culebrón real. Así como los Stark se dirigieron a Desembarco del Rey para detener las conspiraciones de los Lannister, el duque de York también marchó sobre Londres para fulminar las corruptelas del duque de Somerset, quien por 1455 hacía más de rey que el incapaz y débil Enrique VI. Así comenzó el conflicto.
Anónimo: Retrato del rey Enrique VI de Inglaterra. s XV. National Portrait Gallery
Antes de esto, Inglaterra había tenido que lidiar con una situación sucesoria muy complicada, ya que Enrique VI fue nombrado rey tan solo 9 meses después de nacer. Por ello, hasta que el rey cumplió una edad propicia para gobernar, el pulso político entre los consejeros, los duques y los lores por ser el titiritero real estaba servido.
Uno de los mejores fue Suffolk, un asistente astuto a lo Otto Hightower, cuyo final se pareció más bien a la humillación sufrida por Tywin Lannister. Pues las acusaciones de traición y el odio de las masas hicieron que fuese secuestrado y decapitado por un marinero cualquiera.
Además, el personaje de Cersei Lannister, la reina implacable y feroz de Juego de tronos que estaba detrás de todo lo que sucedía en el palacio real, también existió bajo el nombre de Margarita de Anjou. La esposa de Enrique VI, y una de las representantes principales de los Lancaster en la guerra civil. Al igual que Cersei, Margarita tuvo que tomar las riendas de la casa real ante las ambiciones a la corona del duque de York. Luchó —sin mucho éxito— para que su hijo, el joven Eduardo, pudiera reinar.
Como la emperatriz de los Lannister, Margarita también fue encarcelada tras fracasar en su lucha por el poder, pero no sufrió el famoso paseo de la vergüenza que tanto marcó al personaje de Cersei. Aun así la autoría de este castigo tan cruel, así como el de muchos otros, también se le puede atribuir a la Edad Media, donde al arte por excelencia era la tortura.
"Los Tudor ganaron, y, como todos los vencedores históricos, se reservaron el derecho a narrar su historia: una historia que ha perdurado hasta el día de hoy". Dan Jones, historiador
Leonor Cobham, esposa de uno de los consejeros del monarca, consultó con nigromantes y astrólogos —entonces intelectuales y científicos— la fecha de la muerte del rey Enrique VI. Tras ser descubierta, todos sus colaboradores fueron condenados a la hoguera por brujería y herejía, pero ella se consiguió librar a cambio de aceptar una penitencia pública muy similar a la de Cersei. En tres ocasiones tuvo que caminar descalza por las calles de Londres sujetando una vela ante la mirada de toda la ciudad. Para luego pasar toda una vida en prisión.
Esto es tan solo una pequeña muestra de la impiedad de la Edad Media, pues el castigo más temible de la ley inglesa era el que les esperaba a quienes conspiraban contra el rey. A los pocos kilómetros de la horca, se arrastraba al cuerpo del condenado con un carro de caballos, una vez que tenía la soga al cuello y lo colgaban no moría. El ahorcamiento era una forma más de sufrimiento por asfixia, luego el verdugo destripaba al pobre desgraciado y le cortaba los genitales para quemarlos delante de él. Este método recibía el acertado nombre de "ahorcado, arrastrado y descuartizado".
Volviendo al enfrentamiento, las Dos Rosas de esta guerra simbolizan de una forma un tanto tramposa los dos bandos del conflicto. A la casa de los York les representaba la rosa blanca y así lo quiso Eduardo IV, quien mantuvo el trono durante casi 20 años gracias a su padre, el duque de York.
La rosa roja, en cambio, tiene una historia un poco más enrevesada que surge a posteriori por el hecho de que los Tudor ganaron la guerra. "Se reservaron el derecho a narrar su historia: una historia que ha perdurado hasta nuestros días", afirma Jones.
De esta forma, la casa Tudor difundió su insignia de la rosa roja con la excusa de que su dinastía estaba relacionada con la sangre real de los Lancaster, es decir, una estrategia de marketing medieval para legitimar su poder monárquico. Pues la dinastía de los Tudor fue el fruto del segundo matrimonio de Catalina de Valois —que fue reina de Inglaterra junto al gran Enrique V (Lancaster)— quien tras la muerte del rey tuvo dos hijos con un encantador escudero galés, Owen Tudor.
Fruto de esa sospechosa unión nupcial, como si de un Jon Snow con papeles se tratase, nace Edmund Tudor. El hombre que tras casarse con la infatigable y brillante Margaret Beaufort (York) daría fin a la guerra civil con el nacimiento de Enrique VII. Según se mire, mitad Lancaster, mitad York. Aunque a los ojos de la historia plenamente Tudor, porque finalmente los vencedores son los que la escriben.
