Hace 50 años que Franco murió en la cama (del hospital). La carrera por democratizar el país se aceleró. La Transición desembocó en una democracia que quiso dejar atrás las heridas de la Guerra Civil y casi cuarenta años de dictadura.
El Cultural reúne a seis historiadores, nacidos ya con el generalísimo finado, para preguntarles si las críticas a ese periodo crucial son fundamentadas o no, si es preciso recuperar aquel espíritu de concordia, qué queda por contar de aquel capítulo, quién fue el personaje clave de aquella reinvención y qué problema surgido del pacto político urge solucionar ya.
Una edad de oro cultural
Antonio López Vega
La Transición, hoy tan vapuleada, es ya objeto de estudio y análisis académico consolidado en nuestra historiografía. Desde ese punto de vista, la mirada crítica es imprescindible. Sin embargo, su cuestionamiento por rédito político ha llevado a lecturas interesadas y a que sea criticada con virulencia, lo que revela el sectarismo maniqueo que se está adueñando de nuestra vida pública.
Toda historia es, siempre, por decirlo con Croce, contemporánea. La mirada que, en ocasiones, se ofrece del periodo revela un interés electoralista, polarizado y cortoplacista que no aprende una de las grandes enseñanzas históricas de la Transición: cómo la renuncia de posiciones extremas y la búsqueda de consensos, la visión de Estado, legó el periodo de mayor modernización de toda nuestra historia.
La "España de Todos" fue un logro intergeneracional protagonizado por la generación nacida en la posguerra que encarnó, lideró y abanderó una mentalidad que abarcó a grandes capas sociales de manera transversal. Desde el recuerdo del horror acontecido –guerra, dictadura, exilio– y de la injusticia social secular que había protagonizado la contemporaneidad, aquellos hombres y mujeres hicieron posible el "proyecto sugestivo de vida en común" –definición de nación de Ortega–, incluyente y plural, que alumbraría un éxito histórico colosal de aquella generación que también tiene sus contradicciones y déficits.
Huyamos de lugares comunes y relatos cerrados. La Transición fue, en buena medida, un proceso político improvisado, lleno de aristas, contradicciones, casualidades y causalidades, en el que el azar jugó un papel importante y del que resultó la consolidación democrática.
La generación nacida en la posguerra hizo posible "el proyecto sugestivo de vida en común", definición de nación de Ortega y Gasset
Personalmente, una de las cuestiones que más me interesan por cuanto refleja ese éxito colectivo es la edad dorada cultural a la que se ha asistido el último medio siglo. No hay disciplina –artística, literaria, científica, deportiva…– en la que no hayan surgido cumbres internacionales. Me recuerda la metáfora que empleó Cajal de cómo las grandes cumbres surgen de las cordilleras. Creo que la fortaleza institucional que fue ganando el país –hoy ciertamente debilitada– fue el cimiento de esa cordillera.
Como biógrafo, por cuanto toda vida es un poliedro de complejidades, aciertos y errores, éxitos y fracasos, filias y fobias, momentos cumbres y oscuros, me quedaría, por lo que simbolizan, con Juan Carlos I y con Carrillo como personajes cruciales de ese periodo. Ambos tuvieron una intervención decisiva, crucial y absolutamente determinante en aquel proceso histórico.
Y ambos, por cuanto sabemos, protagonizaron comportamientos muy reprobables en otros periodos y aspectos de su vida. La biografía como continuidad discontinua plantea la complejidad moral del ser humano que, con tanto acierto, nos mostró Javier Cercas en El impostor.
Con todo, la Transición dejó cuestiones pendientes que urge resolver, como la cuestión territorial. Aunque la solución autonómica acercó el Estado a los ciudadanos y vertebró el principio de subsidiariedad –con la inestimable ayuda europea– que acortó la distancia entre regiones como nunca antes, no supo dar respuesta a la cuestión vasca y catalana que, como vimos, primero con ETA, luego con el desafío secesionista, han puesto en jaque la normalización que se conquistó a partir de la muerte del dictador.
Antonio López Vega (Madrid, 1978) es profesor titular de Historia Contemporánea en la UCM. Es autor de Gregorio Marañón. Radiografía de un liberal (Taurus, 2011).
No hay enemigos
Nicolás Sesma
Me parece difícil pensar que sobre la Transición existiera un consenso unánime y que se haya quebrado en los últimos años. Las interpretaciones sobre el paso de la dictadura a la democracia han sido siempre bastante plurales, y es lógico que así sea porque existen también distintas perspectivas y realidades. Además, todas las épocas históricas están sometidas a continua revisión, y el periodo de la transición no podía ser una excepción.
A medida que la investigación avanza disponemos de un conocimiento más profundo de lo sucedido, algo que me parece positivo. Otra cosa es la lectura política que, desde el presente, se haga de ese conocimiento acumulado y quiera en consecuencia trasladarse a la opinión pública. Me parece inevitable, en la medida en que toda fuerza política tiene una visión del pasado y quiere utilizarla para justificar sus propuestas.
En realidad, la motivación política de las críticas que hoy recibe es muy distinta. El universo de la extrema derecha nunca ha aceptado la diversidad territorial y lingüística de España, mientras que en ciertos sectores izquierdistas se discute básicamente la forma de gobierno monárquica. Con todo, me parece que en la izquierda que representaba el primer Podemos había mucho de crítica generacional, pues los militantes veteranos de la época de la Transición sabían lo complicado que había sido impedir la continuidad de la dictadura, y suelen tener por tanto una valoración más ponderada del proceso.
De hecho, en mi modesta opinión, la Constitución de 1978 y el Estado autonómico han demostrado, a lo largo de casi cincuenta años de funcionamiento, que son un buen marco de convivencia. Siempre se podría mejorar, como con la reforma pendiente del Senado, pero no creo que haya nada urgente.
En democracia nadie puede adjudicarse la potestad de determinar quién es buen o mal español. Tampoco existen gobiernos ilegítimos
También recordaría que en democracia no existen los enemigos. Existen los adversarios, personas con las que no estamos de acuerdo, pero con las que somos capaces de convivir y a las que reconocemos el derecho de gobernar si consiguen una mayoría parlamentaria. En democracia nadie puede adjudicarse la potestad de determinar quién es buen o mal español. En democracia no existen los gobiernos ilegítimos, algo que nuestros representantes no deberían olvidar, y que tenían muy claro durante la transición, por concordia o por responsabilidad.
Afortunadamente, siempre surgirán nuevas preguntas sobre el pasado. A mi juicio, por ejemplo, la comparación de la transición española con otros procesos similares de democratización tiene todavía mucho recorrido.
Y sí, habría que reconocer el protagonismo del pueblo español. La sociedad española hizo gala de una gran madurez, colectivamente y de manera individual. La mayoría de la población exigía poder decidir su futuro, y hacerlo mediante elecciones libres con todas las opciones políticas legalizadas, sin episodios de violencia y con respeto de los adversarios.
Nicolás Sesma (Vitoria, 1979) es profesor de Historia de España en la Universidad de Grenoble Alpes. Autor de Ni una, ni grande, ni libre. La dictadura franquista (Crítica, 2024).
Historia de un éxito
Santiago López Rodríguez
Aleida Assmann subrayaba la importancia de los cambios generacionales en los estudios de la memoria: cómo cada generación recuerda y se relaciona de forma diferente con el pasado. En este sentido, entiendo que el creciente cuestionamiento de la Transición española es un fenómeno normal, casi biológico. No obstante, a veces esta crítica me parece efectivamente oportunista y carente de una comprensión del contexto histórico en el que se produjo la Transición.
Debemos recordar que la dictadura española no fue derrocada, por lo que la transición a la democracia fue un proceso de reforma realizado desde la propia legalidad de la dictadura franquista. Esta transición obedeció no solo al interés de unas élites políticas que, con mayor o menor convencimiento, 'saltaron' al barco de la democracia, sino, y esto es fundamental, al de una sociedad que ya se había hecho democrática.
Hay interpretaciones interesadas que parecen ignorar que el principal motor del cambio de régimen fue el deseo abrumador de la sociedad española de lograr una transformación pacífica y gradual frente a una dictadura que, en el contexto europeo occidental, era un anacronismo. No obstante, también considero que existen razones legítimas para una crítica fundamentada. Desde una perspectiva histórica, opino que la Transición española es la historia de un éxito, pero también la historia de un proceso inacabado.
Fue Fernando Álvarez de Miranda y Torres, primer presidente del Congreso de los Diputados en democracia, quien expresó de forma magistral tanto el logro conseguido como los posibles problemas futuros, al referirse al proceso de redacción de la Constitución española: "Modestamente, humildemente se ha intentado buscar en cada caso la fórmula posible, renunciando siempre a todo prurito de originalidad o de brillantez, y se ha optado, en muchos casos, por soluciones abiertas, no comprometidas, que sacrifican la elegancia de las fórmulas rotundas a la necesidad de respetar lo imprevisible de la historia". (Diario de Sesiones del Congreso de los Diputados, n.º 130, 31/10/1978).
Hay interpretaciones interesadas que parecen ignorar que el principal motor del cambio fue el deseo abrumador de la sociedad española de lograr una transformación pacífica
La tarea extremadamente compleja del "encaje" de las diferencias regionales y de los nacionalismos en la democracia española sigue siendo el reto principal. En el ámbito educativo, es necesaria una visión más holística del franquismo en la que tenga cabida la investigación histórica y la memoria de lo sucedido, más allá de los intereses partidistas de cualquier signo. Una historia que sea capaz de reconocer a todas las víctimas y la complejidad de nuestra historia reciente.
El ataque a la Transición especialmente virulento desde los extremos ideológicos demuestra que estos se tocan. Coexisten dos relatos antagónicos, pero igualmente simplificadores: en uno se presenta a nuestra democracia como el fruto de un franquismo travestido que ha dado lugar a una democracia de ínfima calidad o casi fallida; el otro, como una historia glorificada en la que fueron los reformistas franquistas quienes trajeron la democracia, obviando por tanto un sinfín de protagonistas también del otro lado del espectro político.
Es importante recordar que fue un acuerdo difícil y un sendero nunca preestablecido, que nos ha llevado, aún hoy, a tener una democracia consolidada que, con sus fallos, sostiene un sistema de libertades y derechos comparables al de las democracias más centenarias. No podemos olvidar en este sentido el enorme salto que se dio en otros aspectos a veces olvidados, como los derechos de la mujer, que ganó o recobró derechos civiles y políticos: abrir una cuenta corriente, disponer libremente de sus bienes o comparecer en los tribunales en su propio nombre.
Respecto al espíritu de concordia, este no es una idealización hecha a posteriori, pero tampoco podemos obviar que la Transición fue un periodo convulso de elevada conflictividad en el que se hicieron evidentes las discordancias, así como las importantes dificultades que se tenían que afrontar para alcanzar un nuevo régimen. La memoria traumática de la Guerra Civil y el deseo de evitar su repetición afectaron sin duda a la creación de este espíritu de concordia, pero ese es otro tema aparte.
Los historiadores tenemos todavía que profundizar más en la dimensión social y cultural del cambio: movimientos estudiantiles, obreros o feministas que presionaron por libertades. Lo mismo que en las propias presiones (implícitas y explícitas) de la política exterior sobre un régimen que debía negociar en un mundo globalizado, con países vecinos gobernados por partidos que, en España, habrían sido proscritos. Persisten, además, lagunas sobre la continuidad de ciertas estructuras del régimen franquista durante la Transición.
No creo que sorprenda a nadie si menciono a Adolfo Suárez… pero es importante reivindicar que Suárez, proveniente de los cuadros del Movimiento franquista, acabó disolviendo el partido único desde dentro. Mención especial también merece Santiago Carrillo, quien tuvo que dejar al margen parte de su programa político (renuncias, cuando no traiciones para algunos) al abandonar el modelo leninista y apostar por la legalidad y la democracia parlamentaria. Su reacción pacífica tras la matanza de Atocha fue un momento clave para la legitimación del Partido Comunista Español en el proceso democrático y con ello dejar atrás la imagen satanizada del comunismo que había persistido durante el franquismo.
Santiago López Rodríguez (Salamanca, 1991) es profesor e investigador en la Universidad de Uppsala (Finlandia). Es autor de En tierra de nadie (Marcial Pons, 2024).
El tema estrella en la universidad
César Rina
La transición es el momento fundacional de nuestro sistema político y el mito ejemplarizante del régimen del 78. Suárez y Carrillo son nuestros Rómulo y Remo. Es natural que quien quiera derribar el modelo vigente ataque sus pilares simbólicos y narrativos.
Las críticas son oportunistas e interesadas, como también lo son las tentativas de canonizar un proceso que estuvo marcado por el conflicto y la incertidumbre. De hecho, los discursos se retroalimentan de consignas políticas que escapan a la crítica historiográfica. A mayor ataque, mayor idealización. No existirían el uno sin el otro. Significar el espacio y construir memorias públicas implica la colisión de concepciones del pasado enfrentadas, ya que su formulación parte del combate ideológico del presente.
Hay muchas limitaciones de acceso a las fuentes. La asignatura pendiente está en los archivos. Hasta el Vaticano es más accesible
El espíritu de concordia existió, al menos hasta las primeras elecciones. Reconocerse mutuamente era fundamental porque ningún partido tenía la mayoría efectiva para imponer su modelo de país al resto. Ojo, pero el debate por el reconocimiento no solo se produjo durante la Transición y la ley de amnistía, si no que estaba ya presente entre las comunidades de exiliados y la oposición política al franquismo desde los años 40.
Sin embargo, la continua apelación a la concordia forma parte de la idealización del momento fundacional. El 23-F, el ensordecedor ruido de sables, los atentados terroristas e incluso los debates parlamentarios demuestran los altos niveles de conflictividad que se experimentaron.
Hoy día, la Transición es el tema y el período más investigado en las universidades españolas. Está contado prácticamente todo lo que se puede con las limitaciones de acceso a fuentes que tenemos, que son muchas. La asignatura pendiente está en los archivos, pues hasta El Vaticano es más accesible.
El reto las próximas décadas es digerir toda esta producción historiográfica en trabajos de síntesis que actualicen por completo los relatos sobre la Transición, sin olvidar que la gran protagonista fue la sociedad española y sus ganas de participar, de asociarse en libertad. Partidos, sindicatos, pero también asociaciones vecinales, culturales… Sin la presión de la calle no habría ocurrido.
César Rina (Cáceres, 1986) es profesor titular de Historia Contemporánea en la UNED. Acaba de publicar El cielo está con nosotros (Marcial Pons).
Falta de estudios críticos
Sandra Blasco
Ya tuvo la Transición sus críticos desde el propio momento en el que se estaba realizando y durante las primeras décadas de la democracia. Por parte de los historiadores/as, la que tuvo mayor consenso fue la crítica a la falta de trasparencia del nuevo sistema democrático ante la imposibilidad de acceder a los archivos.
Historiográficamente, uno de los libros más críticos fue el de Gregorio Morán, El precio de la Transición (1991). En los últimos años hay una revisión historiográfica crítica con algunos aspectos. Por ejemplo, de los índices de violencia durante ese proceso.
El ataque que sufre desde los extremos revela que hubo unos grupos que se sintieron partícipes del proceso y que constituyeron el pilar esencial del mismo, de la posibilidad de acordar un sistema democrático para España. Y hubo otros actores políticos que se quedaron fuera.
Con el socavamiento del estado del bienestar y la crisis de 2008, los discursos críticos dejaron de ser minoritarios
Con el socavamiento del Estado del bienestar y la crisis de legitimidad política que se vivió durante el crash económico del 2008 buena parte de estos discursos dejaron de ser minoritarios. Quizás sea revelador de que debemos seguir investigando y complejizando ese concepto de "consenso" utilizado en la Transición.
La dignificación de la memoria de la II República y de la Guerra Civil que se hizo durante los años ochenta, la continuidad ideológica y del personal de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, del poder judicial o del poder mediático... son aspectos que fueron fundamentales en el proceso de la Transición pero que no tienen demasiados estudios críticos.
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Siempre se nombran a Adolfo Suárez o el rey Juan Carlos como protagonistas de ese periodo. Desde arriba, en el nivel del Ejército, que era el sector que dominaba la política en España, el general Gutiérrez Mellado tuvo un papel importante. Desde abajo, fue esencial el de la sociedad civil presionando en la medida de sus posibilidades desde diferentes sectores (vecinal, obrero, estudiantil, feminista…) por conseguir un sistema representativo con más libertades y mayor justicia social.
Pero aún nos queda profundizar en un tema esencial, el de la defensa de los sistemas democráticos con derechos básicos de ciudadanía frente a las dictaduras.
Sandra Blasco (Huesca, 1989) es profesora de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza. Es autora de Feministas por la paz (Icaria, 2020).
Cuestiones pendientes
Víctor Aparicio
El que ha constituido el relato hegemónico sobre la Transición hasta fecha reciente se estructuró a partir de algunos axiomas que hoy en día, a tenor de los avances historiográficos, o bien no se corresponden de forma adecuada con la realidad o bien directamente la falsean. Revisitar el proceso, por tanto, es legítimo si se hace desde el rigor y la profesionalidad.
Como ocurre con otros procesos históricos, puede haber quien realice interpretaciones de parte, sesgadas y oportunistas. Frente a ello, la mejor solución es dar acceso a nuevas fuentes documentales y profundizar en la investigación histórica.
No parece muy adecuado imputar a la Transición la responsabilidad de todos los vicios y carencias posteriores del sistema democrático. Por más que ciertas cuestiones pudieran haberse resuelto de otro modo en aquel periodo, cincuenta años de democracia es tiempo suficiente para enmendar los errores cometidos en el pasado. Si estos continuasen, sería debido a múltiples factores. Por otro lado, tampoco es positiva la defensa incondicional y acrítica de la Transición, puesto que puede llegar a distorsionar algunas de sus realidades e impedir revisiones necesarias y constructivas.
En realidad, el objetivo común para la mayoría de la sociedad y la clase política españolas, tras 40 años de dictadura, parecía claro: la conquista de un régimen de derechos y libertades. Ahora bien, se ha de reconocer el carácter coyuntural e instrumental que tuvo el espíritu de concordia para algunas formaciones políticas, que no tardaron en abandonarlo después de 1978. También hay que calibrar el miedo colectivo a una regresión autoritaria, a un estallido incontrolado de violencia o a una nueva guerra civil, pues marcó el consenso político y social.
No es adecuado imputar a la Transición vicios y carencias del sistema democrático, cincuenta años después
Gran parte de los asesinatos terroristas de la época, fundamentalmente de ETA, el mayor victimario de la Transición, están todavía sin resolver. Tampoco sabemos el detalle de las tramas parapoliciales de los inicios de la "guerra sucia", por lo que se antoja crucial poder dilucidar con más detalle el funcionamiento del Ministerio del Interior y los distintos organismos policiales.
Además, quedan por conocer partes de la trama, sobre todo civil, del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Para poder continuar con la investigación de este tipo de cuestiones es necesario un mayor acceso a fuentes primarias, lo que, en muchas ocasiones, se nos dificulta o niega a los historiadores e historiadoras.
El protagonista principal de aquel periodo no viene representado por individualidades concretas, sino por un actor colectivo: la sociedad española. El mérito es fundamentalmente suyo. Fue el deseo conjunto de dejar atrás la dictadura y acceder a derechos y libertades lo que desgastó el franquismo, imposibilitó su continuidad e impulsó el proceso de reconquista de la democracia.
La sociedad marcó el camino y el resto de actores políticos hubo de plegarse a los deseos del cuerpo social en su conjunto. Es totalmente pertinente subrayar esta realidad y reconocer adecuadamente la importancia de este comportamiento colectivo.
Durante la Transición, no obstante, no se realizó el pertinente esfuerzo por dignificar a las víctimas de la Guerra Civil y la dictadura franquista, con lo que se hipotecó su derecho a la verdad, justicia y reparación. Tampoco han tenido un tratamiento adecuado las víctimas de las violencias ocurridas durante el proceso de democratización, ya fueran provocadas por terrorismos de distinto signo o por funcionarios policiales.
Es un deber democrático resolver estas cuestiones pendientes y construir, desde las instituciones públicas, las organizaciones políticas y el conjunto de la sociedad, una memoria multidireccional que reconozca a todas estas víctimas por igual.
Víctor Aparicio (Guadalajara, 1990) es profesor de la Universidad del País Vasco. Autor de La violencia, actor político de la Transición (Sílex, 2023).
