Se produce una suerte de alucinación e incredulidad al terminar de leer este excelente ensayo de Frank Dikötter (Países Bajos, 1961) sobre China y contrastar las noticias que nos llegan de la pujanza económica y tecnológica del antiguo Imperio del Centro con el padecimiento atroz que vivió durante todo el siglo XX. ¿Cómo un país tan sufrido, presa de horrores hasta hace poco desconocidos en Occidente, puede hoy estar en disposición de disputar la hegemonía global?
La Revolución Cultural
Frank Dikötter
Traducción de J. J. Mussarra
Acantilado, 2025
592 páginas. 30 €
De todos esos episodios de sufrimiento nos ha hablado Dikötter en tres libros (incluido La Revolución Cultural) canónicos en la historiografía sobre la China contemporánea, todos publicados en Acantilado: La tragedia de la liberación, sobre la guerra civil y la fundación de la República Popular; y La gran hambruna en la China de Mao, sobre el infausto Gran Salto Adelante entre 1958 y 1962.
Conocidas son las cifras de los millones de muertos de los primeros años, así como los causados por el delirante proyecto de supuesta modernización que supuso la urbanización e industrialización acelerada del Gran Salto Adelante. La Revolución Cultural no causó tantos muertos, pero a juicio de Dikötter su impacto fue más profundo: “durante los diez años de la Revolución Cultural murieron entre un millón y medio y dos de personas, pero fueron muchas más las vidas destrozadas por las denuncias sin fin y las campañas de persecución”.
Iniciada en 1966, a través de dicha revolución el líder exhortó a los chinos a “¡barrer a todos los monstruos y demonios!” y animó al pueblo a unirse a la revolución para “hacerse con el poder” y derribar a los “burgueses que están al mando”: “El resultado fue una explosión social de una escala sin precedentes, porque se dio rienda suelta a todas las frustraciones acumuladas durante años de gobierno comunista”. El objetivo era una nueva revolución que acabara para siempre con la cultura burguesa, desde los pensamientos privados hasta los mercados privados.
El terror fue, sobre todo, el caos: la Revolución Cultural denunciaba en términos generales a “enemigos de clase”, “partidarios de la vía capitalista” y “revisionistas”, algo que dio pie a un frenesí de delaciones cruzadas y tomas de posición en las que el enemigo (y la víctima) podía ser cualquiera. Escribe Dikötter: “Como los distintos mandos militares apoyaban a facciones distintas, todas ellas convencidas de representar la verdadera voz de Mao Zedong, el país se deslizaba hacia la guerra civil”. No es de extrañar que de aquí naciera el peso del estamento militar que todavía se hace notar en China.
La Revolución Cultural dio pie a un frenesí de delaciones cruzadas en las que el enemigo podía ser cualquiera
Es bien interesante el contexto internacional en que se produce el delirio colectivo de la Revolución Cultural, con especial peso de lo que entonces se entendía en China como el revisionismo soviético que había empezado con la denuncia por parte de Jrushchov de los crímenes de Stalin. Tras el fallido Gran Salto Adelante, Mao se propuso con la Revolución Cultural erigirse en el histórico eje en torno al que iba a girar todo el universo socialista tras la traición soviética.
En palabras del autor, temiendo acabar como el georgiano, Mao era “un dictador que se hacía viejo y quería consolidar su propio papel en la historia mundial”. Al fin y al cabo, él no hacía distinciones entre sí mismo y la revolución.
Pero el efecto fue el contrario al buscado. Antes de la muerte de Mao, en 1976, buena parte del campo había abandonado la economía planificada, y las comunas populares se disolverían poco después. Así, la Revolución Cultural, lejos de afianzar nada, y por más que haya habido un resurgir intelectual de la figura de Mao desde la llegada de Xi Jinping al poder, en “vez de combatir los restos de cultura burguesa, puso fin a la economía planificada y vació de contenido la ideología del Partido. En definitiva, enterraron el maoísmo.”
