Rafael Álvarez 'El Brujo' en 'El viaje del monstruo fiero'. Foto: Sergio Parra

Rafael Álvarez 'El Brujo' en 'El viaje del monstruo fiero'. Foto: Sergio Parra

Teatro

Rafael Álvarez 'El Brujo': "¿El Estatuto del Artista? Eso no vale 'pa na'"

Místico, jipi y bufón que no se calla por miedo a perder la unción oficial, ahora estrena con la CNTC 'El viaje del monstruo fiero'

9 marzo, 2023 02:01

Rafael Álvarez 'El Brujo' (Lucena, 1950) es una galaxia aparte en el teatro español. Lleva ya algunos lustros haciendo camino por libre. Vive al margen de camarillas, cenáculos y mentideros, lo que no quita que, por su cuenta, lance venablos de ardiente ironía contra el cotarro escénico nacional. Aquí, en esta entrevista por ejemplo, se despacha a gusto. “Bueno, ya que me he puesto a rajar…”, dice al otro lado de teléfono. Ahora ensaya un jugoso maridaje entre nuestro Siglo de Oro y la sabiduría oriental, la de Buda y otros maestros de aquellos pagos. Liviano y místico, se subirá a las tablas del Teatro de la Comedia a partir del próximo jueves 9 para realizar El viaje del monstruo fiero.

Pregunta. El título lo toma de una pieza de Lope. ¿Puede dar más detalles?

Respuesta. Aparece en una loa de 1607 en la que Lope plantea un enigma al público, que, con mucha ironía , llama “ilustre senado”. “¿Cuál es aquel monstruo fiero que nació de nobles padres y parió una madre sola y de muchas madres nace?”. La respuesta es el actor. Yo propongo un viaje, un viaje a ninguna parte, heroico y quijotesco, de todos estos actores que sueñan con algo que, en el fondo, es una locura.

P. Es en particular un homenaje a los bululúes, esos cómicos de la legua que iban solos recitando por los pueblos, ¿no?

R. Sí, porque es el linaje al que pertenezco. La intención y el planteamiento con el que yo hago teatro es muy similar.

P. Quevedo los definía, crudamente, como “bufos faranduleros miserables”.

R. Yo los veo como a esos malabaristas que hacen pequeños números en los semáforos y luego pasan la gorra. Son mis parientes lejanos, gentes sin un trabajo fijo, avanzando por los caminos del vivir, que te pueden llevar a lo más alto y también a la mendicidad.

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P. El oficio de actor sigue siendo trashumante y, por
desgracia, también muchas veces miserable. Ha cambiado poco la cosa desde nuestro
Siglo de Oro.

R. La consideración del actor ha empeorado. No tiene nada que ver con los años 80 o 90 del siglo pasado. En los 2000 empezaron a venir los problemas por aquel ministro de Hacienda, el Cristóbal Montoro ese, que puso de rodillas al teatro. Mientras que al Madrid y al Barça les aplicó un 10% de IVA en sus entradas, a unos chicos que quisieran montar La vida es sueño le metía un 21%. Fue un agravio criminal. Un tributo bárbaro, primitivo y
deleznable.

P. Esperemos que el Estatuto del Artista ayude a darle un poco más de estabilidad a los bululúes contemporáneos…

R. Bah [carga la interjección con todo su desprecio]. Eso no vale pa na. ¿Estabilidad? No es lo que hay que buscar. Lo que hace falta es crear condiciones para que la gente disfrute el arte de los escenarios. No recibir 1.100 euros fijos al año para dejar de protestar y todo arreglado, como si fueras un empleado de banca o un funcionario. Lo que no puede ser es que los ayuntamientos te cobren tres mil euros para alquilarte un teatro público. Así, si no sacas 12.000 euros, no te sale a cuenta hacer nada, porque luego tienes que pagar tú la publicidad, el IVA y el sueldo del director del teatro, su ayudante y el del concejal de cultura. Es una aberración. Hemos caído muy bajo. El
teatro al final se lo queda un tío que tenga pasta y quiera celebrar allí, por ejemplo, un bautizo o una boda.

P. O sea, que ninguna esperanza en el cacareado Estatuto del Artista entonces.

R. Es que suena fatal. Estatuto del Artista… Lo que hay que hacer es acabar con esta práctica en los teatros públicos. Háblale tú a Don Quijote del Estatuto del Caballero Andante… Venga, hombre.

P. Usted por cierto no quiere ni partenaires ni escuderos en el escenario. ¿No echa de menos el diálogo?

R. Pues la verdad es que no, pero no por nada. Es que llevo tanto tiempo subiéndome a él yo solo... Ya cuando hice el Lazarillo me di cuenta de que me iba bien así, a mi aire. Aunque esto me deja fuera de muchos guisos. A mí, por ejemplo, no me invitan nunca a los Max, ni me nominan, claro, pero qué más da...

Con la burocracia hemos topado

P. Hablando de guisos... Con la CNTC, más allá de un recital en la época de Andrés Amorós, no había hecho nada hasta ahora.

R. Así es. Hasta que ha llegado una persona con corazón y talento, Lluís Homar, un gran actor, con mucho temple. Me dirigí a él y me recibió con mucho cariño. Hablamos y vimos lo que podíamos hacer juntos. No nos conocíamos más que de vernos en algún avión. No debería decir esto pero, bueno, ya que me he puesto a rajar… Otras veces lo había intentado y la respuesta fue: haga un proyecto, rellene una instancia y lo valorará una comisión. Era como decirme: ni se te ocurra acercarte. En fin, cada cosa en la vida tiene su momento.

P. ¿Qué le aporta el yoga?

R. Pues tomarme a risa lo de la instancia y esas cosas, o la batalla del quítate tú para ponerme yo, lo del fracaso y el éxito, todo ese circo. Me da mucha calma y me enseña a reírme y a disfrutar. Si te amargas, es que no has entendido la vida. Esta no está para que tú la moldees sino para que ella te moldee a ti, por eso hay que ser flexible. Be water, my friend, como en el anuncio.

P. ¿Y en el escenario, cómo le ayuda?

R. Pues te relaja, y así te sueltas. En ese estado llega mejor la inspiración.

P. ¿Se sigue subiendo a él con la misma actitud que cuando empezaba en el Colegio Mayor San Juan Evangelista?

R. Igual. Entonces subía más más exaltado, más nervioso, pero las ganas son las mismas.

P. ¿Siente que tiene muchos autores y obras pendientes de trabajar?

R. Sí, sí, los tengo en la cabeza. En realidad, es una trampa porque así creo que no me voy morir. Por ejemplo, estos días pienso: pero cómo me voy a morir ahora justo antes de estrenar El viaje del monstruo fiero. Pues menuda putada le haría al Lluís Homar. Son trampas al solitario. alberto ojeda