La llegada de Lluís Homar (Barcelona, 1957) a la Compañía Nacional de Teatro Clásico no fue del todo pacífica. Se cuestionó su elección por la falta de títulos áureos en su currículo, como regista y actor. Él encajó el golpe con honesta humildad. “Vengo a aprender”, admitió. Hoy, con afán clarificador, añade a El Cultural: “Cuando dije eso, no quería decir que no supiera”. Aduce que las fuentes clásicas están en la base de todo lo que ha hecho hasta ahora. Por ejemplo, durante el cuarto de siglo que estuvo en el Lliure, sala que fundó junto a Pasqual, Puigserver y otros audaces visionarios. En cualquier caso, advirtió que durante su mandato saldría de vez en cuando del Siglo de Oro para otear el XVIII y el XIX, ‘amparados’ también por los estatutos de la CNTC. Buen ejemplo de esta expansión de miras es La comedia de maravillas, tejida por Lluïsa Cunillé a partir de varios sainetes de Ramón de la Cruz, una figura casi desaparecida de nuestra cartelera. Homar (cuyo segundo apellido es Toboso, por cierto) se ha encargado de dirigirlo, teniendo bajo su ‘mando’ actores de la cantera de la compañía. Lo estrena el próximo jueves, 26, en La Comedia.



Pregunta. ¿Quién puso a Ramón de la Cruz sobre la mesa?

Respuesta. Elegí a seis actrices y seis actores de las cinco promociones que hay ya de la Joven Compañía. Quería aprovechar más toda la inversión en formación que se ha hecho con ellos. Procedimos pues de manera contraria a la habitual: teníamos un elenco y nos pusimos a buscar el texto. La idea era hacer algo en la línea popular de los entremeses del siglo XVII, de los sainetes del XVIII o de género chico del XIX, que forman juntos un interesante continuo temático y formal. Cuando llegamos a Ramón de la Cruz, nos fascinaron sus sainetes. Es nuestro gran dramaturgo del siglo XVIII.



P. ¿Por qué le entusiasmaron tanto?

R. Me interesó mucho su mirada al mundo del teatro. Varios sainetes retratan el gremio de manera satírica y crítica. Y me encanta su combinación entre ligereza y profundidad. Me recuerda mucho a Goldoni. Se percibe el amor por los personajes, que son muy realistas. Por eso gustaron tanto sus sainetes, que tenían en principio una función de mero relleno en los entreactos de las obras importantes. El público se veía reflejado en su humanidad. Son parte de la base de la que luego saldrían los hermanos Álvarez Quintero, Arniches, Mihura y el mismísimo Valle-Inclán.

No he venido a agrandar mi carrera personal sino un patrimonio único, que ya lo quisieran los franceses, los alemanes o los ingleses

P. Cunillé figura como coautora. ¿Dónde termina la literalidad de Ramón de la Cruz y empieza la invención de ella?

R. Yo le pasé los sainetes que tenían como centro elteatro, El entierro de la compañía, La competencia de graciosos, El teatro por dentro y La comedia de maravillas, que es el que da título a nuestro trabajo al final. Ella los ha cosido con tal habilidad y maestría que el texto de la historia resultante sigue siendo, a un 98 %, de Ramón de la Cruz.

P. Bajo estos sainetes metateatrales, está la gran pregunta de hasta qué punto el teatro puede transformar la sociedad.

R. Sí, y reflexionar en torno a ello es lo que nos motivó a representarlos. El entierro de la compañía nos incita a pensar, por ejemplo, por qué muere el teatro, que es una cuestión muy vigente. Queremos plantear si es indispensable y si lo estamos haciendo suficientemente bien para atraer el interés de la gente

Caos en las tablas

P. Parece obvio que su capacidad de influencia social es hoy muy inferior a la de la época de Ramón de la Cruz. Como hombre de teatro contemporáneo, ¿le apena esta circunstancia?

R. Bueno, a ver, el poder del teatro en esa época era como el de la televisión y las redes sociales juntas hoy, sí, pero si investigas un poco ves que era un mundo caótico. Los actores apenas ensayaban, algunos llegaban borrachos al escenario, el público no paraba de gritar durante las funciones, las carreras profesionales dependían de protectores poderosos… Recuerda un poco a lo que son ahora la televisión y las redes sociales, que son muy influyentes pero sus fundamentos no son muy edificantes. Ramón de la Cruz se asomó a esa realidad con un sentido crítico y eso nos ayuda a ver cómo todo aquello resuena en el teatro de hoy.

P. ¿Y cómo plasma escénicamente esta comedia?

R. Elisa Sanz ha creado un espacio central con público a sus cuatro lados. La idea es que nos conecte con las representaciones que se hacían en las plazas, encima de una tarima, y con cuatro taburetes y cortinas. Se trata de jugar con unos elementos muy básicos y hacer recaer todo el peso en las interpretaciones. En la música nos hemos tomado la licencia de adelantarnos un siglo: corresponderían fandangos y tonadillas pero utilizamos fragmentos de zarzuelas de Chueca. Se justifica por lo que decía antes: la raíz popular común de ambos géneros.

P. ¿Se puede tomar como una declaración de intenciones que el primer montaje de gran formato que arma como director artístico de la CNTC sea de un autor del XVIII?

R. Sí, lo es, pero fíjese que acto seguido estrenaremos la obra El príncipe constante, de Calderón, que nunca ha hecho la compañía y en la que yo estoy embarcado como actor. Es lo que dicen los estatutos de la institución: la mirada principal debe ponerse sobre el Siglo de Oro pero sin olvidar el XVIII y el XIX.

P. Cuando le nombraron, se alzaron voces criticando su inexistente bagaje en el Siglo de Oro. ¿Se sintió ofendido?

R. No, hubiera preferido ser recibido de otra manera pero no me ofendió. Yo estoy tranquilo porque tengo el teatro clásico en el ADN. Estuvo en la esencia de lo que hice en mis 24 años en el Lliure y lo que vino después cuando me asenté con mi propia compañía. He hecho Hamlet, Fedra, Terra Baixa, Cyrano… Siempre he sentido fervor por Cervantes y por los materiales de esa época. También se me echó en cara que dijera que venía aprender. Pero yo no quería decir que no supiera. Yo me enorgullezco de mi voluntad de aprender; cuando la pierda, de hecho, significará que he muerto. No he venido a agrandar mi carrera personal sino un patrimonio único en el mundo, que ya lo quisieran los franceses, los alemanes, los ingleses… No hay parangón posible con ese legado.

@alberojeda77