José Luis Verguizas, Nicolás Illoro y Pau Quero. Foto: Sergio Parra

Carolina África, autora de la versión, e Iñaki Rikarte, director, actualizan a partir de este martes en La Comedia este divertimento de Agustín Moreto. Bajo sus órdenes cuentan con la energía de la cantera de la CNTC.

En 2018 conmemoramos el 400 aniversario del nacimiento de Agustín Moreto, otro autor del Siglo de Oro eclipsado por el fulgor de Lope y Calderón. A pesar de que instituciones como el Festival de Almagro, con el entusiasta Ignacio García al frente, intentaron animar a los teatreros a representarle, la efeméride apenas tuvo recorrido sobre las tablas. Las compañías, con sus balances tiritando, no tienen mucho margen para el riesgo. Delicado es apostar por repertorio clásico, más todavía si el foco se pone en dramaturgos de popularidad evaporada por los siglos. Se echaba en falta el paso al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que lo dará este martes 12 con el estreno en La Comedia de El desdén con el desdén.



Dos primerizos en el verso áureo son los máximos responsables del montaje. Iñaki Rikarte (que sí lo ha frecuentado como a actor a las órdenes de Eduardo Vasco y Ernesto Caballero) ejerce como director de escena, a instancias de Helena Pimenta, que ha puesto bajo su mando a los enérgicos canteranos de la CNTC. "De entrada me daba miedo el reto pero está siendo una experiencia fascinante", confiesa Rikarte a El Cultural en un descanso en el sprint final de su proyecto, para el que decidió fichar a Carolina África como 'ejecutora' de la versión. "Estudiamos los dos en la Resad, en distintos cursos, pero no nos conocíamos. Me decanté por ella guiado sólo por la intuición".



La autora de Verano en diciembre recibió sorprendida su propuesta. Pero tras el descoloque inicial, rápidamente se sumergió en las diversas ediciones de esta paradigmática comedia de figurón (subgénero del de capa y espada) que narra la estrategia de conquista de Carlos para hacer suya a la renuente Diana, joven que ha renunciado al amor por considerarlo el origen de todos los males de la humanidad (a esa conclusión ha llegado tras sus lecturas filosóficas). El desdén que le procura a su pretendiente potencia el deseo de este, que, a su vez, intenta hacer lo mismo con ella para atraerla: mostrarle indiferencia. O sea: intenta que muera a hierro quien a hierro mata.



"La gran duda que plantea esta obra es la frontera entre el amor propio y el verdadero", dice Rikarte

La intervención de África ha estado marcada por una consigna desde que se puso manos a la obra: la clarificación. "Sólo se disfruta lo que se entiende. Por supuesto, no minusvaloro la capacidad de discernimiento del espectador pero hay que ayudarle en algunos aspectos. El texto, por ejemplo, está lleno de false friends. La polisemia de términos como cuidado u obligación pueden confundir hoy. También hay parlamentos demasiado largos y repetitivos que narran hechos que nosotros hemos decidido representar en presente mediante escenas simultáneas", explica. "Es que el público actual -tercia Rikarte- no está preparado para tragarse un plano fijo de un tipo hablando durante un cuarto de hora. Hemos hecho algo más rico y dinámico visualmente, cercano al lenguaje cinematográfico, que, queramos o no, es a lo que estamos más acostumbrados".



Heridas colaterales

En su montaje también han optado por darle más matices y recorrido a los personajes secundarios que, en el texto original, tienen un mero papel gregario de la trama central: la que retrata el viaje emocional de Diana desde el enrocamiento antirromántico al arrebato amatorio. "Me parecía importante mostrar los daños colaterales que las decisiones de los protagonistas ocasionan en ellos, algo en lo que Moreto no repara demasiado, porque esta obra presenta una unidad de acción muy marcada", apunta África. "También era necesario para darle más cancha al resto de actores de la compañía", añade Rikarte. "Yo soy actor y sé lo que se siente estando varado en el camerino. Así implicábamos más a todo el equipo, aunque lo cierto es que la predisposición, fe, ganas y talento de la Joven Compañía son enormes". En ese vivero, ciertamente, han germinado trabajos memorables, como El caballero de Olmedo firmado por Lluís Pasqual.



Los actores se moverán por un espacio polivalente. Básicamente, se trata de un recinto hípico, una localización elegida porque está en sintonía con el linaje nobiliario de los personajes y porque representa la competitividad extrema entre los pretendientes que se quieren llevar al huerto a Diana. Es coherente también con Moreto, que alude a unas justas medievales organizadas por elpadre de ella para ofrecer al ganador la mano de su hija. Pero la escenografía de Mónica Borromello también refleja fiestas a través de gasas, abre un espacio de arena central a la manera de simbólico ring y se adentra en reductos íntimos como los vestuarios donde se cambian los jinetes.



Moreto se retrotrajo a la Barcelona del siglo XIII. Rikarte, igualmente, retrocede en el tiempo, ubicando la historia en los años 60. "Al fin y al cabo, Diana es una rebelde contra unas costumbres sociales que pretenden encasillarla. Es una rebeldía ingenua, que a mí me remite a esa década de ruptura con los convencionalismos, un objetivo que se persiguió muchas veces de manera inocente".



Cierta rebeldía contracultural demuestra también Carolina África, que ha escrito un final alternativo. A ella no le parecía coherente el happy end (la típica boda múltiple de todos con todos) con los acontecimientos previos. "Es algo muy difícil de asumir desde una mirada contemporánea", dice África. En su cierre sólo contraen matrimonio Diana y Carlos. Pero Rikarte se ha quedado con el primigenio, convencido de que se puede dar un nuevo enfoque a ese colofón sin alterar la 'literalidad' de Moreto. Parece que la celebración postrera no será tan festiva en esta producción. Rikarte inyecta una dosis de duda sobre su unión: "Lo que hay que preguntarse es qué les ha unido, si el amor propio o el verdadero".



@albertoojeda77