Pere Ponce y José María Flotats en un momento de Voltaire/Rousseau

El afrancesado José María Flotats pone frente a frente en las tablas del Teatro María Guerrero a dos lumbreras de la Ilustración en Voltaire/Rousseau. La disputa, obra de Jean-François Prévand que estrena este viernes.

Vuelve Jose María Flotats a una fórmula que le encanta: la del careo entre figurones de su amada cultura francesa. Ahí están los ejemplos de El encuentro de Descartes con Pascal el joven. Y La cena, donde el jacobino Fouché y el aristócrata liberal Talleyrand libraban un sibilino duelo verbal. Ambos eran textos de Jean Claude Brisville. Ahora enfrenta a dos pensadores cruciales en el Siglo de las Luces: Voltaire y Rousseau. Su debate, enconado y constructivo a un tiempo, lo veremos desde este viernes en el Teatro María Guerrero. "Los ciudadanos de hoy somos hijos de sus ideas a un 50%", afirma Flotats, que dirige el montaje y, además, interpreta a Voltaire, un gustazo que llevaba años queriéndose dar. A Rousseau le da carne y voz Pere Ponce.



La obra es de Jean-François Prévand, que se ha basado en la correspondencia que cruzaron. En ella queda constancia de su inquina y admiración mutuas. La charla se desarrolla en el castillo de Ferney, donde se había afincado, estratégicamente, Voltaire: parte del edificio daba a la frontera suiza, de manera que podía escapar a la carrera de las huestes de Luis XV si intentaban echarle el guante por sus vitriólicos escritos. La valentía para poner en solfa la monarquía absoluta es una de las virtudes que más destaca Flotats de esta iluminadora pareja. "Ambos son un ejemplo de libertad irredenta. No dejaron de escribir lo que pensaban en un régimen refractaria a cualquier tipo de crítica y con la Inquisición todavía matando a herejes y disidentes", explica Flotats a El Cultural.







La religión y la creencia en Dios es precisamente lo que da pie a la discusión. Rousseau decide visitar a Voltaire en sus aposentos para reprocharle su agnosticismo, vertido en una obra sobre el devastador terremoto que destruyó Lisboa. Voltaire muestra su escepticismo ante un Dios que permite tragedias así. La providencia, en su opinión, es un invento de los hombres. El autor del Contrato social discrepa. Le afea que un hombre como él, de clase pudiente, criado sobre mullidas alfombras, dude de la bondad divina. Luego saldrán a relucir cuestiones sociales sobre las que también se enzarzan. Y vaticinan por dónde va a caminar la humanidad en el futuro.



"Yo siempre he tenido debilidad por Voltaire, que comprometió su situación acomodada por sus ideas. Pero reconozco que le puede la mala leche. Decía de sí mismo que era un diablo bueno, pero un diablo al fin y cabo", explica Flotats. Es precisamente esa maldad ‘de primer grado' lo que le atraía. Estaba cansado de meterse en la piel de seres atribulados y con remordimientos de conciencia.



Por Rousseau ("un romántico avant la lettre") siente también una simpatía matizada. Al contrario que las grandes lumbreras de la Ilustración (el propio Voltaire, Diderot, D'Alembert), todos de familia noble, su origen era plebeyo. Le costó más hacerse un nombre en la constelación de intelectuales de su época. Pero, denuncia, tendía al radicalismo: "Quería hacer tabula rasa de todas las tradiciones y construir un mundo nuevo. Y ya conocemos muy bien a donde han conducido esos sueños de la razón".



@albertoojeda77