Teatro

Los gurús toman la escena

Los grandes directores de escena 'estrenan' en España

23 octubre, 2015 02:00

Leyendas como Peter Brook, hechiceros como Lepage, airados como Castellucci, comprometidos como Ostermeier, literarios como Rigola, emprendedores como Tolcachir, ascetas como Koršunovas... En los próximos meses circularán por los escenarios españoles algunos de los gurús mundiales del teatro actual. Magnífica oportunidad para asomarse a las corrientes que dominan las tablas o pretenden renovarlas en las próximas décadas. Aunque echamos de menos otros grandes directores, la cosecha de esta temporada promete grandes momentos.

Àlex Rigola

El público / Teatro Abadía / 28 octubre y TNC / 17 de diciembre.

Foto: Ros Ribas

Tras reunir este verano en la Bienal de Venecia a los grandes gurús del teatro europeo, Àlex Rigola se ha encerrado con su equipo artístico (en el que figura su inseparable ayudante Carlota Ferrer) para culminar todo un desafío: darle forma escénica a El público de Lorca, un texto presuntamente inacabado y de una naturaleza simbólica extrema. El director barcelonés, reconocido mundialmente por su traslación a las tablas de 2666, la ópera magna de Bolaño, explica a El Cultural que su intención es introducir a los espectadores en la mente de Lorca. Un territorio en el que bullen deseos reprimidos (sobre todo su pulsión homoerótica), ensoñaciones luminosas y un cuestionamiento constante de sus postulados estéticos. Recuerda Rigola que, cuando lo escribió, Lorca disfrutaba del éxito y la popularidad pero no tenía la conciencia tranquila como artista. Dalí y Buñuel sabían que podía dar más de sí y le apremiaban para que doblara su apuesta. "Llegar más lejos es un impulso natural de todo creador. El problema es que si te pasas te puedes quedar solo. Es una tensión que en el teatro es más acuciante: sin público, no hay función posible", apunta Rigola. Él la asume como una escala inevitable dentro de su viaje hacia un teatro más híbrido y menos lineal, jalonado por chispazos de belleza, lirismo y reflexión.


Peter Brook

Battlefield / Festival de Otoño a Primavera / Junio.

Foto: Simon Annand

En marzo pasado, Peter Brook cumplió 90 años. Asomarse a su biografía genera el vértigo que infunden las leyendas. Desde mediados de los 40 hasta los 60, comandó la Royal Opera House y Royal Shakespeare Company. A su servicio tuvo a todo el star system británico (Gielgud, Olivier...). Tras pulir y amartillar la dramaturgia del bardo, a la que dio nuevo brío con sus montajes, se mudó a Francia para fundar el Centro Internacional de Investigación Teatral, que hoy tiene como sede el teatro de Les Bouffes de Nord. Allí inició una etapa de elevación espiritual, impulsada a partir de mitos religiosos africanos y orientales, que tuvo como hito mayestático su adaptación escénica del Majabhárata, de nueve horas de duración. La estrenó en Aviñón en 1980. Brook ha decidido volver al texto sagrado indio. Ahora con cuatro actores sólo y centrándose en un capítulo: el término de la cruenta guerra que despedaza la familia Bharata, un punto en el que se impone una reflexión sobre si ha merecido la pena tanta muerte. Brook justificaba en El Cultural su regreso a esta sagrada escritura: "Atravesamos un periodo de oscuridad, como el que narra el Majabhárata, en el que las personas no encuentran su camino. Todo es confusión. Hace falta luz, pero nadie sabe de dónde traerla".


Declan Donellan

Cuento de invierno / Medida por medida / Teatro María Guerrero / 10 de febrero.

Foto: John Persson

Lope de Vega, Racine, Chéjov... Son algunos autores clásicos y canónicos actualizados por Declan Donnellan. Pocos directores tienen tanto descaro, gracia y fundamento para poner al día un repertorio legado por tan insignes plumas. Aunque su especialidad, ya sabemos, es William Shakespeare. Al bardo inglés lo ha cargado de futuro en los últimos años, apoyado siempre en su compañía Cheek by Jowl y su eterno cómplice Nick Ormerod. Legiones de jóvenes se han enganchado al teatro isabelino por obra y gracia de sus producciones, que saben ‘enchufar' al complejo universo contemporáneo sus grandes temas: el honor, Dios, la justicia, la traición, los celos... Con el Centro Dramático Nacional tiene una larga relación, que el curso pasado se estrechó todavía más al coproducir junto a la formación británica Medida por medida (estuvo en el cartel del María Guerrero hace justo un año y ahora la trae el Festival Temporada Alta a Gerona los días 28 y 29). La alianza ha cobrado impulso. Lo prueba que esta temporada alumbrarán una nueva producción conjunta. De nuevo a propósito de Shakespeare. Será su Cuento de invierno, que escribió tras su serie de grandes tragedias, abriendo resquicios de esperanza y de luz en una trama que arranca en la caverna de la abyección y la desconfianza.


Claudio Tolcachir

Dinamo / Tierra de fuego / Teatro Central / 11 marzo y Naves del Español / 21 de abril.

Foto: Sebastián Artesella

De la necesidad virtud: es lo que les ha tocado hacer a muchos teatreros en los últimos años. En España, no se les ha dado mal: lo prueba el surgimiento de un circuito off antes inexistente (o casi). Pero los maestros en estas reinvenciones son los argentinos. Quizá el ejemplo más brillante lo encarne Claudio Tolcachir, que en 2003, poco después de la caceroladas, abrió en su propio piso el microespacio Timbre 4, en el que concentró un teatro, una compañía y una escuela. Mucho talento salió disparado de aquella olla express. Él se hizo un nombre en nuestro país con su versión de Todos eran mis hijos, estrenada en 2010. Ahora lo buscan todos los programadores. El año pasado giró con Emilia, inquietante thriller psicológico insertado en el seno de una familia de tambaleantes cimientos. La escribió y la dirigió él, igual que Dinamo, con la que ha pasado a primeros de octubre por Temporada Alta. En marzo presenta Tierra de fuego en el Central de Sevilla, montaje que desembocará en abril en las Naves del Español. La historia, de Mario Diament, se inspira en un hecho real: una exazafata israelí herida en un atentado decide, 22 años después, encontrarse con el terrorista en la prisión de Londres en que cumple condena.


Robert Lepage

887 / Teatro Lliure / 29 y 30 de octubre.

Foto: Féliz Sauvé

Un mago, un tahúr, un visionario... Todas son calificaciones válidas para referirse a Robert Lepage, que con su compañía Ex Machina, radicada en Quebec, nos lleva dejando a boquiabiertos desde 1994. Sus montajes, sin excepción, son un prodigio visual en los que imaginación y técnica desencadenan sinergias hipnóticas. Cierto que a veces las historias no las redondea o no lucen una solidez narrativa intachable, pero cada vez que convoca al espectador le garantiza ser testigo de nuevos hallazgos escénicos. Lepage busca revitalizar el teatro, codificarlo para la contemporaneidad. En El Cultural decía que "debe hablar el lenguaje del cine si quiere sobrevivir". También que "es como el sexo, un acontecimiento". Su tecnificación la concilia con la espontaneidad y el sentido de la experiencia única. En España ha mostrado sus propuestas puntualmente desde 1997, cuando desembarcó con Elsinore. El año pasado engarzó en el Canal las ‘adictivas' biografías de Miles Davis y Jean Cocteau en Agujas y opio. Y éste se subirá al escenario del Lliure. Literal: aparte de dirigir, también protagoniza 887, monólogo a caballo entre la conferencia y la representación teatral que reflexiona en torno a la memoria y sus trampas.


Oskaras Koršunovas

La gaviota / La última cinta de Krapp / Temporada Alta / 23 y 24 de octubre.

Foto: Matvejevas

Acabamos de ver de lo que es capaz su compañía, la OKT/Vilnius City, en el Valle-Inclán: una Gaviota desnuda de ornatos escenográficos y liberada de interpretaciones retóricas. Pura esencia. Una versión que destapa las pasiones palpitantes en el texto de Chéjov: el amor, los celos, el odio, la frustración, la libertad... Servida con estética de ensayo: apenas una mesa y unos plafones derramando su luz lechosa sobre un grupo de actores situados en hilera y en estado de gracia. Un trabajo que ilustra fielmente el credo creativo del director lituano, uno de los más cotizados en el circuito europeo. Desde que fundó la OKT, hace 15 años, su vocación es clara: insuflar renovada frescura a los clásicos. Con La gaviota cierra una trilogía que arrancó con Los bajos fondos de Gorki y continuó con Hamlet. Tres montajes con pulso y querencia ascética: la tensión dramática se descarga básicamente sobre la espalda de los actores, responsables últimos de elevar el texto y conmocionar al espectador de hoy, tan resabiado. Tras este tríptico, se ha sumergido en otro clásico, Samuel Beckett, del que rescata La última cinta de Krapp, producción que estrena en Temporada Alta, un festival que opera como una especie de embajada española de su apostolado escénico.


Thomas Ostermeier

El matrimonio de Maria Braun / Temporada Alta /7 de noviembre.

Foto: Arno Declarir

Muchos directores actuales se reivindican como epígonos de Bertold Brecht, cuya sombra se alarga todavía por las tablas europeas. Thomas Ostermeier es uno de los que más justificadamente puede lucir esos galones. Por su formación y por sus puestas en escena, en las que alterna autores contemporáneos y tótems del repertorio clásico. En el Instituto de Arte de Dramático Ernst Busch se impregnó hasta el tuétano de los postulados brechtianos (también absorbió los de Meyerhold, Stanislavsky...). Compromiso político, interpelación a los conflictos sociales del momento, estéticas feístas y degradadas, inserción de citas musicales (el rock no sólo subraya pasajes de la trama, también le marca el ritmo)... En noviembre estará en Temporada Alta con su versión de El matrimonio de Maria Braun, melodrama en el que Rainer Maria Fassbinder también proyecta el famoso distanciamiento brechtiano. La obra es un retrato de la posguerra en Alemania, en la que las mujeres que perdieron a sus maridos en el frente tuvieron que asumir ciertas indignidadades para salir a flote.


Romeo Castellucci

Moisés y Aarón / Teatro Real / 24 de mayo.

Foto: Ópera de París

Romeo Castellucci es otro de los grandes agitadores de las tablas continentales. Practicante de un lenguaje escénico visceral e incluso violento. Este último rasgo lo justificaba en El Cultural hace apenas un año: "El teatro debe zarandear al espectador, conmoverlo hasta el punto de modificar sus puntos de vista. No me vale el teatro que muestra lo que ya conocemos, que se convierte en un hábito. Se trata de levantar el telón para descubrir nuevos caminos". Y en eso está desde que en 1981 fundó la Socètas Rafaello Sanzio, plataforma concebida para la experimentación más radical. Este talante enrabietado no ha sido obstáculo para ser ungido con prestigiosos reconocimientos institucionales: León de Oro de la Bienal de Venecia y Caballero de las Artes y las Letras en Francia. Este año llegará a España en su faceta de regista de ópera, en la que cada vez se prodiga más: este verano estrenó una versión lírica de La montaña mágica en el Malta Festival de Poznan. En el Teatro Real levantará Moisés y Aarón, composición dodecáfonica en la que Arnold Schönberg, a partir del libro del Éxodo de La Biblia, elabora una parábola sobre la incomunicación. "Creo que en la ópera está todo por inventar. Tiene un potencial inmenso para el futuro".

@albertoojeda77