Philippe Leygnac y Patrice Thibaud en Fair Play. Foto: Rebecca Josset.

El cómico francés vuelve al Festival de Otoño a Primavera tras meterse al público en el bolsillo con 'Jungles' y 'Cocorico'. Desde este miércoles desplegará su arsenal de muecas inverosímiles en los Teatros del Canal, adonde llega con 'Fair Play', un espectáculo en el que le baja los humos al sacralizado mundo del deporte de élite a golpe de carcajada.

Puede parecer una broma pesada que en Madrid se programe un espectáculo que recree los juegos olímpicos. La decepción está muy cercana. Pero a buen seguro que Fair Play, el último show del cómico francés Patrice Thibaud (Burdeos, 1964), un compendio personalísimo de Chaplin, Funes, Tati y Buster Keaton, ayudará a superar el trauma. Con la terapia más eficaz: la de la risa. Llega este miércoles a los Teatros del Canal, dentro de la programación del Festival de Otoño a Primavera, donde también presentó Cocorico, con el que se metió en el bolsillo al público madrileño a golpe de carcajada. Los hombres reían como niños con la sucesión de gags protagonizados por una versión afrancesada de Mr Bean. "Igual que él con los ingleses, yo me mofo de los defectos franceses. Viene bien vapulear de vez en cuando nuestra arrogancia. Reírse de uno mismo es obligatorio para no convertirse en un imbécil", explica Thibaud a El Cultural. Sabio consejo.



Thibaud, acompañado de su partenaire habitual en los últimos años, el músico Philippe Leygnac (Suresnes, 1964), sigue utilizando el humor para bajar humos. Ahora lo incrusta en el mundo del deporte de élite, tan lleno de fanfarria. La idea de su nuevo montaje le anidó en la cabeza leyendo a Georges Orwell, que decía: "Si se practica en serio, el deporte no tiene nada que ver con el juego limpio. Rebosa de envidia rabiosa, de brutalidad, de desprecio por las reglas, de placer sádico y de violencia; en otras palabras, es la guerra aunque sin fusiles". El cómico galo escarnece "las inmoralidades que provoca la necesidad de ganar a toda costa" y exhibe "un repertorio de artimañas empleadas por los deportista para alcanzar la victoria".



- Oiga, pero a usted algunos le consideran el campeón mundial de la risa. ¿También se compite en esto?

-Me niego a pensar en esos términos. En deporte puedes ser el hombre más rápido del mundo porque lo dice un cronómetro. En arte, ¿quién puede decir que un artista es mejor que otro? Yo nunca diré que Velázquez es mejor que Picasso, o Chaplin mejor que Keaton. Un partido, una competición, una prueba pueden proporcionarte una emoción y una alegría inmensa. Un libro, un cuadro, una película, una escultura, una canción pueden cambiarte la vida.



- Podría decirse que el deporte que usted realiza es el culturismo facial. ¿No le duelen los músculos de la cara de tanto gesticular?

- Sí, acabo extenuado después de cada función. Pero esto de hacer muecas es algo que practico desde muy pequeño. Por suerte, no hice caso a las amenazas de mi abuela, que, al verme hacer el tonto, me gritaba: "Te va a castigar el niño Jesús y te vas a quedar así para siempre".



A quien sí hacía caso Thibaud, y mucho, era a su abuelo español, oriundo de Badajoz, clave a la hora de componer su personaje escénico: "Tenía muchísimo humor. Dio la vuelta al mundo en barco antes de instalarse y casarse en Francia. Leía muchísimo y tenía una visión muy avanzada de todo. De niño, yo no veía esa vis cómica tan particular entre los franceses. Él forjó mi mirada. El éxito que tengo en España demuestra hasta qué punto existen raíces españolas en mi humor. Mi abuelo estaría muy orgulloso de ello".



Fue él además quien le descubrió a Tati y a los grandes cómicos americanos. Del primero toma "su universo gráfico y la preocupación por el detalle". De Chaplin se queda con sus gags y sus guiones. De Buster Keaton con el sustrato poético y las acrobacias. A Funes también lo centrifuga en la coctelera. En concreto, "su rapidez en la actuación y algunas de sus muecas". Y a la compañía catalana Tricicle: "Vi Slastic cuando empezaba a hacer teatro. De inmediato me encantó su libertad para actuar y para inventar. Son un poco los Monty Phyton españoles". Thibaud no se considera un mimo sino un actor, "un actor corporal" para más señas. Afirmación que avala con su trayectoria pasada: "Durante 20 años he hablado sobre las tablas. He interpretado textos clásicos y contemporáneos". En su trabajo pesa más el instinto que la técnica. Es lo que le aparta del mítico mimo Marcel Marceau. "Aunque su poesía me seduce, para mi gusto le falta una dimensión burlesca y rítmica". Además, le tilda de narcisista.



El silencio fue para Thibaud un aliado en tiempos difíciles. Cuando era un muchacho, sus padres decidieron separarse. El dolor le paralizó y entonces calló: "Fue un gesto de rebeldía primero frente a una situación que no aceptaba. Al no hablar, tenía toda la atención de mi madre. El silencio era como una llamada de socorro. Y después se convirtió en un refugio. Sumido en él, me apartaba del mundo y me inventaba el mío. Hablar menos también es observar más, y observar es contarse mil historias. Es lo que sigo haciendo hoy".



Esas historias las narra desde hace una década al son de las composiciones del polifácetico músico Philippe Leygnac, curtido en los cabarets parisinos. En este agitado entorno se frecuentaron, pero no trabajaron juntos hasta que Jerome Deschamps (sobrino de Tati) y Macha Makeïeff les conectaron en el espectáculo de Les étourdis. "Su música me recuerda a la de Ennio Morricone. Los dos escriben canciones que me emocionan, me inspiran, me hacen viajar y soñar", afirma Thibaud. Entre su cómplice y él todo son confluencias: "Tenemos los mismos referentes cómicos, la misma edad, el mismo amor a la interpretación corporal". Bueno, hay un detalle -no menor- que descompensa la armonía de la pareja: la disparidad en sus respectivas anatomías. Pero no les perjudica. Al contrario, añade comicidad a su presencia en el escenario: "Parecemos el gordo y el flaco".



Thibaud está a punto de superar la cincuentena. ¿Tiene alguna gracia alcanzar esa edad?

- Pues me remito a John Barrymore: "El hombre sólo envejece cuando el arrepentimiento ocupa el lugar de los sueños"'.