El alicantino Ricardo Llorca (1962), residente desde hace lustros en Nueva York, donde ha venido desempeñando funciones docentes en la Juilliard School, es un compositor de quien pudimos ver hace un par de temporadas, en el Teatro de la Zarzuela, su ópera Tres sombreros de copa, inspirada en la famosa obra teatral de Miguel Mihura. La pluma suelta y decidida de Llorca fue capaz de amalgamar los muy diversos elementos argumentales y recrear, con medios muy lícitos y muy de su estilo, las distintas y sorprendentes situaciones en un imparable fluir de la música con aires a veces muy de opereta. Espectáculo lustroso y entretenido, hábil y bien concebido.

Llorca es sin duda músico sólido y preparado, que se formó en España con Román Alís y en Estados Unidos con John Corigliano. Como ellos, es artista más bien alejado de vanguardismos y defiende la necesidad de volver a las estructuras del pasado y de recurrir a técnicas tradicionales. Pretende que sus creaciones sean una mezcla de intuición e intelecto. Lo que no empece para que aplique en sus composiciones técnicas habituales en la música de nuevo cuño, como disonancias, armonías avanzadas y polirritmias, que pueden estar engarzadas dentro de un discurso eventualmente atonal.

Llega ahora a los Teatros del Canal, dentro de la programación del Real, Las horas vacías, que se exhibirá los días 9, 10 y 11 de noviembre. En la obra se narra uno de los procesos psicológicos más dolorosos que el ser humano puede experimentar: la soledad; y algunas de sus consecuencias: confusión entre mundo real e imaginario, creciente sensación de vacío en la que se ve inmersa la opulenta sociedad actual, la obsesión y la pena.

Una partitura obsesiva

Todo ello se nos revela a través de la historia de una mujer adicta a internet. La anécdota inspiradora proviene de un hecho vivido por Llorca en Nueva York. La ópera ya se estrenó en versión concertante en 2007 durante la XII Semana de Música Sacra de Benidorm y, en septiembre, en la Catedral de Berlín. A finales de 2008 se llevó al Auditorio de las Naciones Unidas como parte de las celebraciones del Año Internacional de las Lenguas. Más tarde se trasladó a San Petersburgo. Alexis Soriano, director avisado y conocedor, siempre resuelto ante lo nuevo (recordemos que hace pocos meses se encargó del estreno de Lilith, luna negra, de David del Puerto), viajero habitual a los teatros rusos y buceador en pentagramas desconocidos de cualquier época, se ha enfrentado más de una vez a esta ópera de Llorca y conoce hasta sus entretelas más íntimas. Es la batuta ideal para resaltar los claroscuros y ostinati de la breve, obsesiva y concentrada partitura, que se pone en escena por primera vez.

No hay duda de que se hará con los mejores mimbres, pues, por ejemplo, la producción lleva la firma de José Luis Arellano, director de La Joven, tan avezado en este tipo de aventuras, que se servirá de los decorados de Silvia de Marta y los figurines de Miguel Ángel Milán. En el espectáculo es importante la videocreación, a cargo de Miquel Àngel Raió. Hay dos únicas protagonistas: una soprano y una actriz. La primera es la gentil y diáfana Sonia de Munck, lírico-ligera plateada y luminosa, elegante y refinada. La segunda es la angulosa y oscura Mabel del Pozo.