Joan Matabosch

Como sucede con cualquier otra forma de arte, la ópera expresa experiencias humanas, no meras anécdotas humanas. Se trata de un arte precisamente en la medida en que esa expresión capaz de trascender la anécdota adquiere un valor universal. Aristóteles consideraba que la verdadera poesía era más filosófica y elevada que otras artes porque -como escribe Javier Gomá- "no dice lo particular del ente sino lo universal del ser: no lo que hace o deja de hacer Alcibíades, sino lo que acontece al ‘común de los mortales' de un modo paradigmático. Aristóteles está aquí dando expresión teórica a la regla del ‘universal estético' que, en la práctica, había estado operando en los creadores clásicos desde el principio (...); y que se observa en los actores de la tragedia que ocultaban su rostro con una máscara para enfatizar la universalidad del personaje que interpretaban".



Como la poesía, la música y muy especialmente el canto son capaces de crear ese espacio -esa máscara- donde lo universal se impone a "lo particular del ente". Un espacio donde cada uno puede permitirse, así, deslizar su propia resonancia particular, su mitología personal. Esto es así porque la música existe antes que el lenguaje, antes que las palabras. Como dice Marie France Castarède, "está del lado de lo sensible, no del intelecto (...). Hace revivir, en cada uno y en todos, el contenido emocional de la comunicación humana. En su reencuentro con lo íntimo y lo subjetivo, la música expresa lo universal (...). Evoca las experiencias afectivas, cargadas de emociones, por lo que traduce mejor las pasiones (...). La música está fuera del tiempo porque desconoce la racionalidad del discurso que determina la historia objetiva con un pasado, un presente y un futuro. Nos sumerge en la temporalidad específica del inconsciente, con sus contradicciones, su carácter errabundo, su falta de lógica". Por eso los teóricos nos advierten de que la música es un arte no referencial, que sus propiedades afectivas dependen de asociaciones extramusicales. Incluso, apunta Alex Ross, "con un cambio de variables, una bulliciosa chacona puede convertirse en un lamento fúnebre".



Asistir a una representación de ópera, por muy conocido que pueda ser el título escogido, no debería ser solo una ocasión para escuchar melodías que se conocen (de hecho, que se reconocen) ni para asistir a las proezas de los cantantes, las orquestas y los coros. El motivo por el que sigue teniendo sentido que se nos proponga una determinada obra es porque habla sobre nosotros mismos: expresa lo que somos y lo que sentimos, y por lo tanto nos podemos reconocer en ella. Y, además, expresa esta experiencia con una complejidad nueva en función de esas asociaciones extramusicales, de ese "cambio de variables" que menciona Alex Ross. ¿Qué quiere decir que el arte nos "expresa" y habla sobre no-sotros mismos? De entrada, implica que en la esfera del arte uno tiene que atreverse a sentir. Ya lo decía Martha Graham, "tienes que permitirte sentir, tienes que permitirte ser vulnerable". También lo explicaba estupendamente, por cierto, Luciano Pavarotti en su autobiografía cuando escribía que la ópera tiene el gran poder de provocar emociones, pero que de alguna manera estas emociones se tienen que encontrar previamente en el público. Decía Pavarotti que esta capacidad de emocionarse debía encontrarse en el público en estadio "potencial" y que la representación hará de catalizador y provocará que este potencial se materialice en una emoción concreta. Por mucho que lo explique a su manera, no se le puede negar al ilustre tenor una punzante intuición y clarividencia: te emocionas, nos viene a decir, porque pones algo de tu parte. En arte únicamente vas a poder recoger lo que estés dispuesto a poner de tu parte.



Una vez lograda esa disposición, el arte nos invita a reconocer ese sentimiento que identificamos como propio no como algo cerrado al reducto de nuestra subjetividad sino como una realidad creada para ser compartida por muchos. Una sociedad culta es rica en sentimientos y en ideas, capaz de ser sensible a los demás, capaz de escuchar, capaz de expresar y capaz de compartir. Y esa capacidad de reconocer sentimientos propios y compartidos nos permite ser más conscientes de nosotros mismos.



No hay arte más explosivo para lograrlo que la ópera, donde -en palabras de Julian Barnes- el argumento tiene la función de "liberar a los personajes lo más rápido posible para que puedan cantar sus emociones más hondas. La ópera va directa al grano: igual que la muerte". Es un arte en el cual "la emoción virulenta, aplastante, histérica y destructiva es la norma; un arte que busca, más obviamente que los demás, partirte el corazón". Como cualquier otro arte, trasciende la anécdota para convertirla en una experiencia. Solo que, en la ópera, puede llegar a ser una experiencia de una fuerza explosiva. ¿Buscas una experiencia artística intensa? Pruébalo con la ópera.