Montaje de Moisés y Aarón de Romeo Castellucci. Foto: Bernd Uhlig

El Teatro Real recrea la tragedia judía con dos títulos esenciales: Moisés y Aarón, de Schoenberg, y El emperador de la Atlántida, de Ullman. Paradigmas del ‘arte degenerado' para los nazis que, a través del exilio, moldearon el mapa sonoro estadounidense. De ese viaje da cuenta un sugerente ciclo de recitales.

Las aristas dodecafónicas de Schoenberg siguen suscitando prevenciones. Buena prueba es que el Teatro Real todavía no ha escenificado su ópera Moisés y Aarón. El público del coliseo madrileño más abierto a las experimentaciones líricas de la primera mitad del siglo XX sólo ha podido disfrutar de una versión concertante en 2012. Será el transgresor Romeo Castellucci el que, a partir del próximo 24 de mayo, acabe al fin con su carácter inédito. "Tiene fama de ser compleja pero en realidad no lo es tanto si se pone en contexto", señala a El Cultural Joan Matabosch. "Por eso no tenía sentido presentarla entre dos grandes títulos del repertorio, una Tosca y un Barbero por ejemplo. Había que explicar de dónde viene y las ramificaciones que origina, que se extendieron hasta los Estados Unidos".



El director artístico del Real propone en las próximas semanas un sugestivo y didáctico viaje musical. Tuvo como punto de partida el hipnótico Parsifal de Claus Guth, situado con toda intención en el periodo de entreguerras: el anhelado redentor estaba a punto de conducir al pueblo alemán al mayor desvarío de su historia. Frente a ese mesías totalitario se alzó Shoenberg, que compuso, justo cuando Hitler tomó el poder, Moisés y Aarón, una ópera en la que reivindicó su identidad original hebrea tras haberla relegado desde hacía décadas en favor del protestantismo. Fue un gesto valiente de autoafirmación y de rebeldía frente a esa ferocidad antisemita que desembocó, ya sabemos, en la abyección absoluta de los campos de concentración y de exterminio. En el de Terezin, uno de los discípulos del gurú dodecafonista vienés, Viktor Ullman, compuso la ópera El emperador de la Atlántida, sátira flagrante contra un tirano con relieves hitlerianos. Tal insolencia aceleró acaso su traslado a Auschwitz y su posterior ejecución, en octubre del 44.



El emperador iba a estrenarse en Terezin, un recinto que los nazis empleaban como máscara para despistar a emisarios internacionales y supervisores de la Cruz Roja: la dramática realidad del día a día se encubría tras un barniz artístico, razón por la cual se le permitía a los reclusos formar grupos de cámara y orquestas. Pero cuando sus responsables comprobaron que Ullman pretendía escarnecer al führer suspendieron la interpretación de su pieza. El Teatro Real la recupera a partir del 10 de junio, en una versión revisada por Pedro Halffter, que la dirigirá también desde el foso. De su concreción escénica se ocupará Gustavo Tambascio.



En Terezin la música fue una tabla de salvación para los miles de penitentes confinados tras el alambre de espino. El violinista Daniel Hope recopiló en un disco partituras y canciones que sonaban en el campo y atenuaban las penalidades de sus moradores. La soprano Sylvia Schwartz interpretará en el Real (26 de mayo) ese legado esencialmente compuesto por músicos judíos. En su recital escucharemos piezas de los checos Pavel Haas y Hans Krása, que, como Ullman, también fueron transportados de Terezin a Auschwitz para ser gaseados. En uno de esos trenes mortuorios la compositora Ilse Wieber tranquilizaba a su hijo Tommy cantándole la nana Wiegala (Wiegen en alemán es mecer). Schwartz la ha incluido en el programa. "Es escalofriante", asegura la cantante, formada a la vera de Barenboim en la Ópera de Berlín.



Una obra difícil como Moisés y Aarón está emparentada con un fenómeno popular masivo como El violinista en el tejado" Joan Matabosch

Pero en su actuación también habrá margen para el humor: "Los judíos -añade Schwartz- le cambiaban la letra a algunas composiciones populares para reírse de su propia indignidad. Buen ejemplo es uno de los dúos de la opereta de La condesa Maritza, adaptada muy ingeniosamente a sus circunstancias cotidianas en el campo. Eso sí, a la palabra horno le quitaban la primera sílaba: ni en broma querían pronunciarla completa. Esas autoparodias era un alivio para ellos. Su manera de aferrarse a la música demuestra que no es un bien superfluo, como se ha tendido a pensar en estos tiempos de crisis económica. Se esforzaron por defenderla y mantenerla, transmitiéndosela a sus hijos en medio del infierno". Hass, Krása, Ullman, entre otros compositores, no sobrevivieron aquel trance. Pero el linaje musical judío hizo camino: lo expandieron otros autores que sí esquivaron el totalitarismo racial impuesto por Hitler y, no olvidemos, Stalin. Shoenberg, Korngold y Weill son algunos de los más conocidos... Exiliados en Estados Unidos, irradiaron allí sus patrones compositivos, perceptibles en las bandas sonoras de Hollywood, en los musicales de Broadway y en la vanguardia minimalista.



Esa huella yiddish la evidenciarán desde distintos ángulos y periodos Measha Brueggergossman (hoy y el sábado), Dagmar Manzel (12) y Salome Kammer (19). Todos estos recitales, agrupados bajo el tí tulo Bailando sobre el volcán, se desarrollarán en la sede de la Fundación Albéniz (Auditorio Sony), que ha intensificado ciertas sinergias con el Teatro Real. "Comprobaremos -apunta Matabosch- cómo una obra de acceso difícil como Moisés y Aarón está en realidad muy emparentada con un símbolo de la cultura popular, un fenómeno masivo como El violinista en el tejado, el musical con el que los judíos salieron por primera vez del armario en la escena americana. Hasta entonces sus conflictos y sus traumas los habían proyectado subliminalmente, sin explicitarlos. Viajes así son los que dan sentido a una institución como el Teatro Real, más en una Europa desnortada como la actual: es muy oportuno recordar que buscar líderes redentores, en mitad de tanta confusión, puede ser una peligrosa trampa".



@albertoojeda77