Hay un hombre en Australia que lo hace todo, y su nombre es Kevin Parker (Sídney, 1986). El cerebro y único miembro permanente de Tame Impala escribe, toca, canta, produce y mezcla todas las canciones de lo que muchos, al principio, pensábamos que era una banda al uso, algo en lo que solo se convierte para interpretarlas en directo.
Deadbeat
Tame Impala
Sello: Columbia
LP: 36,90 € / CD: 15,90 €
Fogueado en la rica escena musical de Perth, donde colaboraba con diversas bandas mientras cultivaba desde niño su pasión por las grabaciones caseras, Parker se dio a conocer internacionalmente bajo el alias Tame Impala en 2010 con InnerSpeaker, un sugerente viaje lisérgico con toneladas de reverb en la voz y de efectos en la guitarra –phaser y fuzz sobre todo–, actualizando el rock psicodélico de los 60.
Dos años después llegó Lonerism, donde los sintetizadores fueron ganando protagonismo y el sonido se volvió más nítido, con una producción más pulida. Currents (2015) y The Slow Rush (2020) continuaron esa transición hacia otros territorios del pop, el R&B e incluso el hip hop.
En todo ese tiempo, Parker fue sumando a su repertorio canciones imbatibles como Lucidity, Elephant, Let It Happen, The Less I Know The Better y Borderline, demostrando un inagotable talento para la melodía.
En su vitrina tiene un Grammy, un Brit y trece premios ARIA –los galardones de la industria musical australiana–, y numerosos artistas de primera fila han llamado a su puerta para hacer colaboraciones, de Gorillaz a The Weeknd. Además, ha publicado reediciones de sus dos primeros álbumes que confirman su estatus de clásicos de culto de la década pasada.
Y así llegamos a este largamente esperado Deadbeat, su quinto álbum de estudio, en el que Parker se libera ya de todo corsé estilístico. El disco se inspira en la cultura bush doof, la escena australiana de raves donde la música electrónica entra en comunión con los vastos y sobrecogedores paisajes naturales de Australia.
Según el propio Parker, en este nuevo trabajo se presenta como si fuera “un artista rave primitivo del futuro”. No estamos seguros de qué quiere decir con este galimatías, pero refleja ese gusto suyo por combinar el sonido de épocas pasadas con su ambición innovadora.
Dracula, una de las tres canciones adelantadas antes del lanzamiento del disco, se mueve en el terreno del R&B y del pop contemporáneo, con un aire entre lúgubre, sexi y teatral –podría pertenecer perfectamente al repertorio de Lady Gaga o Dua Lipa, con las que también ha hecho colaboraciones–, para hablarnos de ese momento en el que, tras una noche de fiesta, sale el sol y corremos a escondernos en las sombras.
Parker explora en las letras de este álbum las facetas de su personalidad menos virtuosas, como en Loser –donde hace un guiño al célebre tema de Beck de 1993–, aunque también hay luz, como en Ethereal Connection, una canción de amor vestida con techno duro.
Cierra el disco End of Summer, que fue su primer y sorprendente adelanto, con una contundente base que evoca el verano del acid house de 1989. Él tenía solo tres años, pero ya sabemos que la nostalgia más fuerte es la de aquello que nunca vivimos.
