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La primera edición del festival Pulse of Gaia se apuntó un gol por toda la escuadra: traer a Gorillaz a Madrid en el 25 aniversario de la banda, en su único concierto fuera de Reino Unido este 2025.

Parecía todo un tanto extraño: un cabeza de cartel mayúsculo para un festival nuevo de una promotora desconocida por estos lares (Zamna) y con una ubicación fuera de lo habitual, el campus de Cantoblanco de la Universidad Autónoma de Madrid.

Pero no era ninguna broma: a las 22:15 apareció encima del escenario, en carne y hueso, Damon Albarn, el líder de la “banda virtual” más famosa del planeta, para dar un concierto apoteósico de hora y media que superó todas las expectativas.

Albarn fundó Gorillaz en 1998 junto al ilustrador Jamie Hewlett como una sátira hacia una industria musical en la que la imagen tenía cada vez más importancia sobre la música. Por eso la banda se articulaba en torno a cuatro avatares animados. Además, Gorillaz servía a Albarn para dar rienda suelta a su creatividad sin corsés estilísticos al margen de Blur, emblema del britpop y eterno rival de Oasis.

Albarn era y es el único miembro musical constante del proyecto en la vida real. En este cuarto de siglo ha sabido conjugar todos los estilos imaginables —rock, pop, dub, electrónica, hip hop, world music…— con un gusto exquisito, colaboraciones con músicos de todas las latitudes e invitados de lujo, de Elton John a Bud Bunny, pasando por Snoop Dogg, Beck o De La Soul.

La banda Gorillaz durante su concierto de este sábado en el festival Pulse of Gaia, en Madrid. Foto: Martín Page

Precisamente Pos, rapero de este último grupo, salió al escenario este sábado en Madrid para interpretar la canción más popular de la banda, Feel Good Inc., desatando la euforia del público con su entrega y con su manera de pastorearlo para que, a un lado y otro de la pista, los espectadores se sumaran a las icónicas carcajadas de la canción.

La actitud de Albarn era diametralmente opuesta. Parapetado tras sus gafas oscuras y con pinta de haber empalmado la sobremesa con el concierto, estuvo mucho más introspectivo, agarrado casi siempre a su micrófono con efecto megáfono, aunque se dio algún baño de fans acercándose a las primeras filas.

Gorillaz actuó en Londres el pasado miércoles en un concierto a favor de Palestina. Por eso este sábado cabía esperar que Albarn dijese algo al respecto al pueblo de Madrid, el mismo que hace unos días paralizó la Vuelta de España por la participación de un equipo israelí propiedad de un íntimo amigo de Netanyahu.

Aunque hubo alguna tímida bandera palestina entre el público, no hubo ni un solo comentario por parte de Gorillaz. De hecho, Albarn solo se dirigió al público en contadas ocasiones, tratando de chapurrear algunas palabras ininteligibles en español.

25 años en hora y media

“¿Somos las últimas almas vivas?”, preguntaba una de las primeras canciones del setlist, antes de dar paso a su canción más reciente, publicada hace tan solo diez días, The Happy Dictator, y que a la primera escucha ya tiene aire de clásico. Es el primer adelanto de lo que será su noveno álbum de estudio, The Mountain, que verá la luz en marzo de 2026 y estará repleto de colaboraciones.

En las pantallas, Murdoc (el bajista virtual de la banda), aparecía vestido de militar y jugando con una bola del mundo, a la manera de Chaplin en El gran dictador. Un mensaje claro en plena época de líderes mundiales autoritarios.

El primer momento para el entusiasmo llegó con 19-2000, uno de los grandes éxitos del primer álbum de la banda, el homónimo Gorillaz de 2001. Al poco de empezar, Albarn tuvo que parar la canción y comenzar de nuevo porque se había despistado colocándose una careta y no había entrado a tiempo en una estrofa. Lo resolvió como solo una estrella puede hacerlo: “¡Parad, parad, parad!”. Se disculpó con gracia y ordenó empezar de nuevo. El público lo celebró con una ovación porque no dio importancia al fallo, sino a la oportunidad de alargar un poco más el concierto.

Justo después pasó algo parecido: al quitarse la máscara, se olvidó de pedir de vuelta sus gafas y confesó que no veía nada sin ellas, así que tuvo que empezar dos veces la siguiente canción, Rhinestone Eyes.

On Melancholy Hill es la canción más popular de la segunda década de Gorillaz, con un aire nostálgico y una elegancia inigualable. En el concierto también llegó en el ecuador, y el público tarareó al unísono sus emotivas melodías con miles de móviles grabando el momento.

La banda que acompaña a Albarn, como era de esperar, funciona como un reloj suizo, con especial mención a una de las coristas, Michelle Ndegwa, que interpretó un solo que dejó al público boquiabierto y levantó la mayor ovación de la noche.

Entre los invitados destacó la presencia del rapero argentino Trueno, que subió con camiseta y bandera de su país para interpretar The Manifesto, canción que aparecerá en The Mountain.

Por último, no podía faltar la canción que lo empezó todo. Ya se veía venir cuando Albarn empuñó la melódica para interpretar su misteriosa intro: se avecinaba Clint Eastwood, y por partida doble. Después de la versión estándar llegó, a modo de despedida, la versión acelerada en clave de dancehall jamaicano junto a Sweet Irie, dejando el ánimo del público por las nubes.

Thundercat, de otro planeta

Además de Gorillaz, otro de los reclamos del cartel era el californiano Thundercat, bajista de jazz fusión, funk y R&B progresivo, que abrió la velada con la endiablada velocidad de sus dedos correteando entre las cuerdas y los trastes de su bajo de seis cuerdas.

Thundercat durante su concierto de este sábado en el festival Pulse of Gaia, en Madrid. Foto: Martín Page

Acompañado por un baterista y un teclista, desplegó su jazz de otro mundo, con sus escalas modales interminables. No había estribillo, no había nada que pudiéramos tararear, y aun así el público lo contemplaba absorto.

Con gesto de máxima concentración y su pañuelo con las siete bolas mágicas de Bola de Dragón, Thundercat (nacido en 1984 como Stephen Lee Bruner) desplegó una música cerebral que parece beber del mundo de los videojuegos y el anime tanto como del free jazz, pero con concesiones momentáneas para la sensualidad y el baile.

El resto del cartel estaba copado por la música electrónica, con Maceo Plex a la cabeza. Tras la estampida que provocó el final de Gorillaz (casi la mitad del público abandonó el recinto), el DJ estadounidense habitual de las discotecas de Ibiza desplegó un set de techno y tech-house que fue ganando en contundencia y oscuridad a medida que avanzaba la noche. Pasadas las 1:30 de la madrugada, tomó su lugar el holandés Reinier Zonneveld para cerrar el evento con su atronador y velocísimo hard techno solo apto para los oídos más infatigables.

Por lo demás, el festival transcurrió con normalidad. Se anunció como un evento con el foco puesto en la conciencia medioambiental, en alianza con Re:wild, organización sin ánimo de lucro cofundada por Leonardo DiCaprio. A esta entidad iban destinados dos euros de cada entrada.

No obstante, en la práctica Pulse of Gaia no se diferenció en casi nada de cualquier festival de música al uso, más allá de la voluntad de minimizar su impacto ambiental y su discurso ecologista que impregnaba el diseño visual y los mensajes que se proyectaban en las pantallas alertándonos de la deforestación y otras formas de degradación de la naturaleza.

A falta de confirmación del total de asistentes por parte de la organización, cabe destacar la ausencia de contratiempos (y eso, en un festival madrileño, es digno de mención), salvo una larguísima cola para acceder en hora punta al único puesto de comida del festival.