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Una de sus máximas dice: “Más sonrisas, menos preocupaciones”. Y nadie rebate que tal filosofía se hizo esencia en Madrid. The Cat Empire, banda australiana con una composición tan heterogénea como versátil, convirtió la capital en una verbena cocinada en las antípodas.

El grupo, liderado por Felix Riebl y con un elenco que a veces se asemeja a una multiétnica orquesta caribeña, convirtió La Riviera en una especie de Floridita habanera. El grupo proporcionó baile, emoción y varios instantes de pura felicidad.

Felicidad que traspasó el escenario y continuó fuera, bajo la luz de las farolas. Porque hay conciertos que son más que un recital de dos horas. Son celebraciones, parrandas inesperadas donde se confunden la comunión colectiva, el desparpajo de unos profesionales que no entienden de solemnidades y la alegría contagiosa. The Cat Empire transformó la sala en una pista de baile popular. Con nuevo disco bajo el brazo y un amplio repertorio previo, su espectáculo fue un abanico de humor y complicidad con el público.

La noche arrancó puntual con Blood on the Stage, tema de su último álbum, que sirvió de declaración de intenciones: un inicio energético, vientos que parecían llamar a la multitud a entrar prematuramente en un trance festivo.

Enseguida llegó How to Explain, otro de sus cortes que reman hacia ese éxtasis desenfadado. Todo se encauzaba con la idea de huida y libertad, ADN de esta formación cuya reconversión en los últimos años está sedimentando en algo sólido.

Inmediatamente, la velada tomó un tono literario y juguetón con Oscar Wilde, guiño irónico al dandismo y al espíritu bohemio que The Cat Empire sabe revestir de groove y swing.

A pesar de explayarse sinfónicamente en cada canción —arropados por trompetas, percusión y guitarra—, continuaron con Stolen Diamonds. Otro chute de optimismo luminoso y con un estribillo coreado por los asistentes como si fuera un himno de verano.

El momento más cercano culturalmente llegó con Qué será ahora, una de las piezas en castellano que los australianos suelen regalar al público hispano. Aquí la conexión con la ciudad fue inmediata: palmas, jaleo y la sensación de que aquello ya no era una gira internacional, sino una juerga de barrio, castiza, trasladada a un escenario internacional.

Con Brighter than Gold el ánimo subió aún más. Este clásico es imposible de escuchar sentado, como se pudo atestiguar en un mosaico de cuerpos bailando sin pudor.

Luego, The Cat Empire se permitió un interludio íntimo gracias a Candela, ese homenaje al Buena Vista Social Club encabezado por Compay Segundo que, guitarra en mano, fue introducido a fuego lento. El momento pareció un preludio jazzístico y a un solo de piano que recordó a las cadencias de Chucho Valdés, como otro abrazo caribeño a la fiesta mediterránea.

Siguió desplegándose el repertorio con aciertos de todas sus etapas: My Love, de tono más soul; Two Shoes, que sacó a relucir la vena latina que siempre les acompaña; y un Hello que subió las pulsaciones antes del clímax, conseguido en Still the Light. Era difícil pedir sosiego. Y la platea, ya entregada, no dejó de gritar más. Una solicitud que la banda acogió derrochando generosidad: dos prolongados bises culminaron con The Chariot, que funciona como una catarsis coral, como un canto a la resistencia de la música en vivo y a la alegría compartida.

Pero la verdadera sorpresa llegó más tarde. Lejos de despedirse con un protocolario “hasta luego”, los músicos decidieron salir a la calle con sus instrumentos mientras la gente sopesaba un retorno indeseado al hogar.

Allí, en un improvisado escenario de losetas y bordillos, prolongaron la fiesta con un miniconcierto espontáneo. Trompetas, guitarras, arengas al aire y una panda de acólitos que se negaba a volver a casa decidieron vencer lo planificado: los integrantes de The Cat Empire dejaron atrás lo establecido para improvisar ritmos en castellano.

Y la música se confundió con la noche y con un veraniego ambiente urbano. Lo que podría haber sido un concierto más se alzó como un ritual de alegría conjunta. The Cat Empire demostró que, 20 años después de irrumpir con su mezcla inclasificable de estilos y tras una época de cambios, sedimentaron su sempiterna receta: talento, frescura y ese buen rollo de más sonrisas y menos preocupaciones que han sabido imprimir en sus directos y en sus camisetas.