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La primera bienvenida a Aranda de Duero la da un cartel de neón que late en la entrada de la ciudad y que proclama, como si fuera un mantra: "La vida es lo que pasa entre Sonorama y Sonorama". La frase, iluminada contra el cielo castellano, tiene algo de promesa y de advertencia. Quien la lee por primera vez tal vez no entienda todavía su alcance; quien regresa al festival sonríe con la complicidad de quien sabe que ese tiempo, el de la espera entre dos ediciones, es apenas una pausa antes de volver a la intensidad que aquí se respira.

Así, a primera hora de la tarde del miércoles, el goteo incesante de personas comienza a transformarse en una marea inmensa con un objetivo en común: corear los himnos que conforman la banda sonora de cada una de sus vidas.

Y es que este festival es, por encima de todo, una unión de almas y espíritu coordinadas a la perfección para darle sentido a todo lo que no se puede explicar. Para darle sentido a todo lo que importa y que está en el aire, como reza una de las canciones de Viva Suecia, uno de los cabezas de cartel de esta edición.

En el corazón de esta ciudad late la Plaza del Trigo, el punto de encuentro más sagrado del Sonorama. Situada en el centro de la ciudad, se ha convertido en un lugar de peregrinación donde acuden a rezar los feligreses del rock, del indie y del pop. Allí, el espíritu de comunión de este festival adquiere su significado más pleno.

Cada día, una banda sorpresa aparece sobre él con el reto de cumplir con todas las expectativas. Este año ha sido el turno para Despistaos, Siloé y Alcalá Norte, quienes compartieron escenario con otros grupos emergentes cuya prueba de fuego pasa por convencer al público asistente. Un examen que marca el devenir de una carrera musical.

Viva Suecia durante su concierto. Foto: Sonorama Ribera

Esta nueva edición de Sonorama Ribera, la número 28, se abrió la noche del miércoles con nombres que dejaron huella. Zahara, siempre combativa, recordó que reinventarse es un acto de libertad y que el escenario también es un lugar para exigir justicia e igualdad.

Asimismo, con pulso también rebelde, Fermín Muguruza selló un concierto contra la injusticia y a favor de la memoria y la libertad, sobre todo en el momento en el que clamó por una Palestina libre. Una reivindicación que sitúa al Sonorama en un territorio donde la diversidad, el talento, la igualdad y la tolerancia dialogan al ritmo de la música.

El jueves a mediodía, Siloé volvió a escribir un capítulo propio con un instante que quedará en la memoria colectiva: Fito, su cantante, asomado a una ventana, cantando para una Plaza del Trigo abarrotada.

La noche, como siempre en este festival, fue otra historia. Viva Suecia subió al escenario y desplegó su arsenal de himnos, esos que se cantan con el pecho abierto. Y La Raíz, con su compromiso sonoro y su energía contagiosa, convirtió el concierto en un auténtico ritual, una comunión donde el pogo y el abrazo se daban la mano.

Y entonces llegó el viernes con el mítico Franz Ferdinand. El solo nombre ya era suficiente para que el público se arremolinara; la primera guitarra de Take Me Out encendió una mecha que duró todo el concierto. Pero la noche también fue del futuro. Barry B, el artista arandino que ha crecido entre bambalinas, subió al escenario principal como quien vuelve a casa. El recibimiento fue un abrazo colectivo.

Su concierto dejó claro que ya no es promesa: es presente, y tiene un lugar reservado en lo más alto. En otros rincones, Chambao puso su sello mestizo y Carolina Durante aportó su irreverencia característica.

El sábado fue el día de grandes nombres como Amaia, toda una referente de la música patria, cuya voz y melodía elevan a la excelencia cualquier acto que presencie. Tras ella, otra de las grandes voces de nuestro país, la de Antonio de Arde Bogotá, logró que todas y cada una de las gargantas del público vibraran al unísono. La magia de la banda murciana conquista cada rincón que visita, y este exigente festival ha sido la prueba de su consagración en la historia del rock español.

Y así, entre himnos que perdurarán siempre, Sonorama volvió a mostrar su mejor cara: diversa, abierta, intensa, capaz de mezclar lo local y lo internacional, lo íntimo y lo multitudinario.

La Plaza del Trigo durante uno de los conciertos. Foto: Sonorama Ribera

Pero además, este festival es eso y otras muchas cosas. El Sonorama es los ojos vidriosos señalados por los focos del escenario. También es la mirada que delata todo lo que no se puede contar con canciones. El Sonorama es el abrazo que hace que no te sientas solo entre la multitud. Y también el beso inevitable que se da cuando todo lo que importa está en el aire.

Por todo ello, cuando se dejaron de escuchar los últimos acordes y la ciudad volvió a su silencio habitual, muchos tomaron el camino de vuelta a casa con el eco de los himnos aún resonando en la cabeza. Al salir de Aranda, algunos alzaron la vista una vez más hacia ese cartel de neón. Esta vez lo entendían de verdad. Porque la vida, lo sabían ya sin dudar, es lo que pasa entre Sonorama y Sonorama. Sólo se puede vivir para comprenderlo.