Una de las propuestas más interesantes de la Quincena Musical donostiarra, que comenzó el 1 de agosto, es la recuperación de la ópera Amaya de Jesús Guridi, que marcó en su día, desde su estreno en el Coliseo Albia de Bilbao el 22 de mayo de 1920, un antes y un después en la lírica de la región.
El compositor trabajó duramente la partitura, que plantea la lucha de dos civilizaciones, la pagana y la cristiana, que se disputan la hegemonía de un pueblo.
La acción se sitúa a comienzos del siglo VIII, en el momento en el que se designa rey a Teodosio de Goñi. Algo que choca con los deseos de otra familia, la de los herederos del patriarca Aitor, entre los que se encuentra la joven Amaya, que corresponde al amor que el monarca siente por ella, a lo que se opone su fanática tía Amagoya, que desea mantener las tradiciones primitivas.
Ello abría la puerta a las teorías nacionalistas, que explicó en su día Rogelio de Villar. Una buena base para que Guridi, vasco hasta la médula, hiciera acopio de temas populares extraídos de un rico folclore y los engarzara en una partitura de enorme riqueza y que viene trabajada sobre el empleo de distintos motivos conductores, de acuerdo con los conocidos presupuestos defendidos por Wagner.
Es de admirar cómo Guridi, sin dejar de ser fiel a su estilo nacionalista, que había dado ya un fruto singular, de índole más tradicional, como Mirentxu, se vuelca en la nueva obra.
Es de admirar cómo Guridi, sin dejar de ser fiel a su estilo nacionalista, se volcó con esta obra
Como afirmaba en su día Luis María Alonso Abaitua, con motivo del estreno de la obra en el Colón de Buenos Aires en 1931, era de admirar su unidad de acción y pensamiento, muy bien trazada en todas sus escenas.
La música se encadena con enorme habilidad en un discurso continuo que, en su mayor parte, tiene sus raíces en el folclore vasco. Ahí están, por ejemplo, el tema misterioso del Plenilunio en el acto I o la Espatadantza del II.
La orquesta, nos explicaba Santiago Gorostiza, está tratada con una admirable sobriedad y una riqueza de timbres que no cae jamás en el exceso cromático.
El primer acto está revestido de misterio y de magia. Una atmósfera bien distinta a la que domina el acto II, presidido por la alegría del matrimonio y la conversión de la protagonista, amenazada por los gritos de venganza de Asier. Aquí se sitúa uno de los pasajes más bellos: el aria en la que Amaya nos cuenta su infancia. Un tono más descriptivo envuelve al acto III. El final aparece embargado de una atmósfera profundamente religiosa.
No es fácil tocar y cantar esta música, cuajada de exquisiteces y poblada de efectos armónicos tan efectivos como ajustados a la acción y al alma de los personajes. Para sacarla adelante, en esta versión concertante que se ofrece en el Auditorio Kursaal este sábado 9 de agosto, se cuenta con la Orquesta Sinfónica de Euskadi, el Coro Easo y la batuta experta y flexible de Diego Martin-Etxebarria.
En las partes principales, la soprano Arantza Ezenarro, una voz lírica sanamente vibrátil y espejeante, el tenor lírico Gillen Munguía (Teodosio), la bien asentada mezzo lírica Marifé Nogales (Amagoya) y el joven y lírico barítono Juan Laborería (Asier, Ermitaño, Caballero).
