Kurt Cobain (1967-1994) estaba tan enfadado con el mundo que lo único que le resarcía era pegar gritos a un micrófono. No se dirigía a nadie, sólo expresaba su propia angustia. Pero ese amargo grito salió de su cuarto, se coló en el número uno de Billboard y dio cobijo a toda una generación.

Esa responsabilidad, la de haber puesto letra a un himno que llevaba tiempo sonando,  fue más un lastre que un honor para el músico, que pasó del anonimato a una fama mundial no deseada en solo tres años. Por eso, para Michael Azerrad, periodista que acompañó a la banda durante meses, "decir que Kurt Cobain es el portavoz de una generación es un error".

"Bob Dylan fue el portavoz de una generación. Cobain no aporta ninguna respuesta y, si me apuras, no formula ni preguntas. Se limita a emitir un gemido angustiado, deleitándose así en un éxtasis negativo. Y si ese es el sonido del espíritu adolescente en estos momentos, bienvenido sea", escribe en la biografía Come as you are, La historia de Nirvana (Contra). 

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Lo cierto es que, en sus inicios, la historia del vocalista de Nirvana era exactamente igual a la de la mayoría de los veinteañeros del momento. Apáticos, aburridos y egocéntricos, así se calificaba a la juventud que creció en una época hostil, invadida por la amenaza de la guerra nuclear y el desencanto del sueño americano. 



A la Generación X le arrebataron la inocencia del american way of life y Cobain encabezó el coro de los hijos del divorcio, esos que miraban con rabia a sus padres, los baby boomers, por haberles dejado como herencia un mundo sucio e inhóspito. 

"Nuestra música no es diferente a la de cualquier otra banda que ha aparecido en el mismo momento que nosotros. No creo que seamos mucho más especiales, todos estamos igual de dañados", reconoce el propio cantante en el documental Kurt Cobain: About a Son.

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Pearl Jam, Alice in Chains, Soundgarden, Melvins, Mudhoney, la escena grunge rugía con fuerza desde Seattle en la década de los 90, pero fue Nirvana, que surgió en ese pueblo lyncheano llamado Aberdeen, la que realmente consiguió darle a esos jóvenes desarraigados la sensación de pertenencia y de poder que necesitaban. 

Pero a Kurt le costó asimilar cómo su propia angustia personal podía ser generalizada y comercializada. Y eso que nunca llegó a ver cómo su famosa cara sonriente era estampada en cualquier camiseta de temporada primavera-verano. Tras una infancia feliz e idílica, —"era un niño que pensaba que Estados Unidos era tan grande como mi patio trasero", relata el cantante en el documental—, vino el divorcio de sus padres y con él una crisis maníaco depresiva. 

Cobain se consideraba un adolescente raro, pero en el buen sentido, sabía que tenía dentro algo que valía la pena ofrecer al mundo, a pesar de que todos creían que solo tenía odio en su interior y le veían como "el tipo de chico que podía entrar cualquier día con una AK-47 en el instituto y volarle los sesos a toda la peña", dice Kurt en el documental. 

[Y Kurt Cobain encontró su nirvana]

Un chavalín rebelde de pelo grasiento que olía al desodorante Teen Spirit, vestía con dos pares de camisetas y de calzoncillos para ocultar su delgadez, padecía terribles dolores de estómago y siempre se autorretrató deforme y desfigurado, como un retrato de Schiele.

Se encerró en su cuarto, se autoproclamó punk rocker, comenzó a pintar y se obesionó con montar una banda. De hecho, tuvo que perseguir a Krist Novoselic por el instituto y rogarle para que comenzase a tocar con él. De su necesidad de hacer música surgieron las bandas Fecal Matter, Skid Row y finalmente Nirvana.



Tanto Novoselic como Cobain se movían entre Aberdeen y Olympia, ciudad universitaria a casi 80 kilómetros de Seattle, donde había gran ebullición de gente joven que se juntaba a hacer música, pero sin aspiraciones comerciales.



Al principio se contagiaron de este espíritu más artístico. Poco después, Kurt, que por aquel entonces dependía económicamente de su primera novia formal, Tracy Marander, la mecenas de Nirvana, empezó a alejarse de la filosofía bohemia de la revolución musical de Olympia. Querían que la gente y las grandes discográficas les tomasen más en serio, querían empezar a ganar dinero. 

Tras lanzar en 1989 Bleach, su primer álbum, con el sello independiente Sub Pop, y probar suerte con unos cuantos bateristas fallidos, Dave Grohl se unió a la banda. El nombre de Nirvana se iba haciendo hueco en la escena underground de Seattle, pero cuando en 1991 firmaron contrato con la discográfica Geffen y Nevermind sonó en la radio, fue un éxito instantáneo. 

A partir de entonces la historia de la música se empezó a dividir entre antes y después de Nirvana, y se probó que cualquier grupo de música "alternativa" podría atravesar las listas de éxitos del pop. Pero para la banda, la aventura musical se convirtió en circo. "Antes no éramos más que unos vagabundos en una furgoneta haciendo lo que queríamos, ahora tenemos un tour manager y un equipo", lamentaba el propio Novoselic en la biografía de Azerrad. 

Él era el más activo políticamente y el que impulsó a la banda a hacer conciertos benéficos para obtener fondos para distintas causas sociales, aunque nunca consideró que Nirvana fuese un grupo de rock político.

Sin embargo, la banda acarreó el título de ser el grupo de punk rock al que le había tocado "el gordo" del mainstream. Y Cobain, que tuvo que lidiar con mucha más presión mediática, se sintió víctima de esa dicotomía: ser o no ser un vendido más de la industria musical. 

"La banda estaba en una situación donde se esperaba que luchase de una forma revolucionaria. ¿Cómo se atreven a poner ese tipo de presión sobre mí? Es realmente estúpido", espeta Kurt en el documental, quien al principio reconoció que le gustaría poder arrimarse más al pop, pero no se atrevía por la reacción que podía tener su público.

Paradójicamente, Nevermind fue su disco más popero, también el que mejor caló en la gente y en las discográficas. Por eso, Cobain llegó a aborrecerlo, así como a su hit Smells Like Teen Spirit, y quiso hacer otro disco totalmente diferente, "uno que no gustase a los adultos". 

[¿Quién resucitó a Kurt Cobain?]

Bajo los efectos de la heroína, la que consumía regularmente desde hace años tanto para evadirse como para paliar con los dolores crónicos que sufría, compuso casi todo el disco In Utero. Un álbum más artístico y agresivo que casi supuso un suicidio profesional, no convenció ni al público ni finalmente al propio Cobain, que lo consideró "un remake de Nevermind grabado al estilo indie". 

Llegó un momento que su afán por controlar todo, la opinión de los fans y de la prensa, acabó por consumir su espíritu creativo. "Llevo dos años sin sentir la emoción de escuchar música ni de crear ni componer nada. No tengo palabras para describir lo culpable que me siento por ello", escribió en su nota de suicidio. 

El día que el cantante se despidió del mundo a base de escopeta, el 5 de abril de 1994, lo hizo con la misma dosis de sarcasmo y nihilismo con la que había impregnado su música. "Es mejor quemarse que apagarse lentamente" fueron sus últimas palabras.



Se suicidó a los 27 años, pero él nunca quiso ser uno de ellos. De hecho, sabía lo que la letra de Neil Young podría significar. "Era su manera sarcástica de mostrar de sobra lo que parecería su muerte", asegura Michael Azerrad. Otro mártir más del rock and roll que marcaría a toda una generación. Y, de nuevo, Cobain quería ser algo mucho más que solo eso.