¿Cómo se las maravillaría Lola Flores para acabar siendo la protagonista de una exposición en la Biblioteca Nacional? Esta es la noticia: cien años después de su nacimiento, la figura pintoresca del franquismo y el personaje diezmado por el estereotipo folclórico y televisivo durante los primeros años de la democracia ha derribado la única puerta que hasta el momento había encontrado cerrada: la alta cultura. Si le hubieran dicho que su nombre quedaría grabado para siempre en una de las instituciones culturales más prestigiosas de nuestro país, no se lo habría creído. Y eso que su vida fue un rosario de conquistas.

Pionera, transgresora, heterodoxa, controvertida... ¡Hasta feminista la han llamado! Sin embargo, la razón que justifica este inmenso homenaje a la bailaora y cantaora solo obedece a motivos artísticos. "¿Es Lola Flores una artista imprescindible de nuestra cultura?", se preguntan Alberto Romero Ferrer y María Jesús López Lorenzo, los comisarios de la exposición Si me queréis, ¡venirse!. La respuesta se encuentra en el recorrido cronológico que, desde este viernes 29 de septiembre hasta el 21 de enero de 2024, podrá visitarse en la Sala Guillotinas de la Biblioteca Nacional.

Las secciones corresponden a la estructura en capítulos del ensayo Lola Flores. Cultura popular, memoria sentimental e historia del espectáculo, obra ganadora del Premio Manuel Alvar de Estudios Humanísticos 2016. Es su autor, el profesor y escritor Romero Ferrer, acompañado de López Lorenzo, jefa del Servicio de Registros sonoros del Departamento de Música y Audiovisuales en la Biblioteca Nacional, quien nos acompaña en la visita. Justo antes de darnos de bruces con el cuadro La consagración de la copla de Julio Romero de Torres, que preside la sección primera de la muestra, nos desvela una de las claves para responder a la cuestión planteada unas líneas arriba.

Fotografía de Lola Flores y Antonio González, “El Pescaílla”, con Lolita, Antonio y Rosario realizada en 1966. Pertenece al Archivo del fotógrafo Vicente Ibáñez, cuyos fondos se conservan en la BNE.

Fue Lola Flores, que ni siquiera era gitana, quien sacó el flamenco de los colmaos de su Jerez natal, de las fiestas para los señoritos a cambio de una limosna, para llevarlo a los grandes escenarios y a los teatros más importantes. Acaso inconscientemente, contribuyó a dignificar la figura del artista conforme popularizaba el género. Lo que distinguió a La Faraona de otras figuras como Concha Piquer, Estrellita Castro, La Argentina o La Argentinita fue que lo hizo sin perder la esencia del flamenco primitivo. Así la recordamos por su arrolladora personalidad artística, su técnica imperfecta, su transmisión letal.

Pero primero fue el hambre y los años 20 y 30, etapa representada en la muestra a través de las referencias a la Generación del 27, de la que tanto bebió. Salvo dos pinturas de José Caballero y una fotografía de Ricardo Martín, los fondos documentales de la Biblioteca Nacional nutren la sustanciosa exposición, cuyos elementos a veces atañen directamente a la faraona y otras sirven de contexto para enmarcar su periplo vital, que corresponde nada menos que a la historia cultural del siglo XX en España.

Lola Flores y Manolo Caracol.

"Lola Flores es la narradora y el hilo", dice Romero Ferrer, "porque siempre aparece". Así se explica, entre tantas otras referencias contextuales, que un poemario de Rafael de León, letrista del trío Quintero-León-Quiroga que tantas coplas legó a la artista, aparezca en medio de los dos libros más flamencos de LorcaRomancero gitano y Poema del cante jondo.

La primera sección nos da una idea del carácter caleidoscópico de la muestra. El cuadro de Romero de Torres, símbolo de la cultura popular andaluza, discos de pizarra como el que recoge un recitado de Margarita Xirgu, gran exponente del teatro español en la Edad de Plata, y los libros de los grandes poetas que influyeron en la personalidad de la artista constituyen "una buena oportunidad" para descubrir a las nuevas generaciones el potencial de una institución como la Biblioteca Nacional. "Sin saberlo, Lola cumple una función didáctica de la promoción de la lectura".

La segunda sección, dedicada al inicio de su trayectoria, ofrece otros soportes de reproducción musical como los vinilos o el VHS. No hay que olvidar que la artista fue testigo del proceso de transformación del mercado musical a lo largo del siglo XX. Sus interpretaciones (musicales o cinematográficas) están registradas en los formatos antes citados, pero también en cintas de casete, en cartuchos de ocho pistas, en CD, en DVD...

Montaje de la exposición 'Si me queréis, ¡venirse! Lola Flores en la Biblioteca Nacional de España'

Aunque si por algo destaca la primera etapa de su trayectoria, que se alarga hasta 1949 según la sección segunda de la muestra, es por su relación artística con Manolo Caracol, de quien capturó su instinto escenográfico. Fue en aquellos años cuando "La Niña de Fuego", sobrenombre que remite a una de las canciones más populares del espectáculo Zambra, que compartió durante más de un lustro con el cantaor sevillano, también se convirtió en un rostro del cine de la posguerra.

Un inmenso fotograma de Embrujo, película inspirada en Zambra que tiene a Fernando Fernán Gómez como personaje secundario, preside la sección, mientras que unos recortes de prensa constatan el impacto que tuvo el espectáculo en la sociedad. De la misma película es una secuencia que puede verse en la exposición y reúne a Caracol y Lola Flores en todo su esplendor. El característico movimiento de las manos de la bailaora, que empujan —sin tocarlo— su cuerpo hacia adelante como venciéndose al público, se funde con la figura colosal del cantaor, que porta un sombrero cordobés y agarra a Lola del pelo.

Fotografía de Lola Flores y Antonio González, "El Pescailla", 1958. Pertenece al Archivo del fotógrafo Vicente Ibáñez, cuyos fondos se conservan en la BNE.

Cancioneros, partituras musicales, carteles de películas, entradas de actuaciones musicales y hasta guiones de cine en los que participó polinizan la muestra, que no pierde de vista ningún aspecto que haya circundado su trayectoria artística. Por ejemplo, Lola Flores, "la que siempre aparece", colaboró con los mejores ilustradores, publicistas y fotógrafos de la época. Así el vinilo con su rostro fotografiado por Amalarico Román, el retrato de Gyenes en una entrada de cine o su posado junto a Antonio González "El Pescaílla" en un cartel de la discográfica Belter, una de las mejores del momento, obra de Vicente Ibáñez.

Cabe decir aquí que, separada ya de Caracol en lo artístico y en lo sentimental, Lola Flores se erige en una verdadera estrella internacional, una de las mejores pagadas, que cruza el charco para triunfar en América Latina y Estados Unidos de la mano del empresario Cesáreo González Rodríguez, nombre que aparece —¿con demasiado relieve?— en más de un cartel de la tercera sección de la muestra.

En 1957, "El Pescaílla" se convierte en su marido, su pareja profesional y el compositor principal de sus canciones, si bien el nombre del rumbero barcelonés siempre aparece eclipsado en las imágenes promocionales por el primer plano de la cantaora y bailaora, que por nada del mundo se iría a perder la transición a la democracia en nuestro país.

Quizás sea en estos años, los que corresponden a la sección cuarta en la exposición, cuando la figura de la artista sea más minimizada. Si antes tuvo que lidiar con la moral recalcitrante del franquismo, cuyas opiniones sobre las copleras se reducían al menosprecio y la desconsideración, la oposición a su figura tras la muerte de Franco se sostenía en un desdén por parte de la élite cultural hacia lo que consideraron un viejo arquetipo franquista.

Hubo, no obstante, escritores como Francisco Umbral o Manuel Vázquez Montalbán que siempre la reivindicaron. Por eso las obras en las que uno y otro escrutan al personaje forman parte de esta muestra. Fue otro escritor, Antonio Muñoz Molina, el que años más tarde la localizara "en el tránsito" de una nueva época, aunque "conservando el testimonio de otros tiempos".

['La dolce vita' en la casa de Miguel Bosé: una explosión artística en la España gris del tardofranquismo]

Efectivamente, "Lola no dejó de ser Lola", tal y como nos dice el comisario de la exposición, ni cuando se camaleonizó en una celebrity televisiva. Romero Ferrer asegura que en sus excesos más pop sigue latiendo esa gitanería tan impostada pero real, la memoria de los tabancos del barrio de San Miguel en Jerez, la picaresca de alguien que, a pesar de haber logrado un estatus social elevado, no dejó de sobrevivir y adaptarse a los tiempos hasta el último día.

Incluso en la película Casa Flora, en la que aparecen interpretaciones de algunas figuras como Camarón de la Isla, al que ella misma impuso, sigue manteniendo su carácter. El cartel de la película, del prestigioso ilustrador Jano, sugiere una estética pop en la que Lola Flores se movió como pez en el agua. La mítica secuencia de "Cómo me las maravillaría yo" está impregnada de un aroma a Andy Warhol, según atisba Romero Ferrer.

En el expositor de esta sección cuarta, la partitura de CBS, la discográfica más comercial del momento, revela que la artista seguía en la cumbre. No descendió, en realidad, hasta que la muerte se la llevó por delante. Aunque antes tuvo tiempo de aparecer en el musical Sevillanas (1992) de Carlos Saura. Por supuesto, en la carátula de la película, cuyo DVD está en la quinta y última sección, se impone la silueta de Lola Flores.

"Lola después de Lola", el bloque final de la muestra, nos habla de su legado. Respecto a la familia, abundante en artistas de toda índole, la partitura de la canción que Antonio Flores, su hijo, dedicó a la actriz Alba Flores, su nieta, o el DVD de la película Rencor, que a Lolita le valió el Goya a mejor actriz revelación, explican que el patrimonio más valioso que contenía su herencia era el talento.

Ese "duende" del que habló Lorca, al que también se alude al final del recorrido, también lo supieron detectar algunos de los nombres más influyentes de la escena musical en la actualidad. En el último expositor de esta necesaria y reparadora muestra, cuyo elegante y certero diseño es obra de Natalia López, descansan los álbumes de Estrella Morente, Miguel Poveda y María Peláe, que nos recuerdan que Lola Flores sigue viva. Tanto que ahora protagoniza una exposición en la Biblioteca Nacional. ¿Quién, si no ella, iba a clausurar el ancestral debate entre la alta y la baja cultura? Ella, que fue tan todo, ¿cómo se las maravillaría?