Vuelve Richard Strauss a la temporada de la Orquesta Nacional de la mano de su titular David Afkham. Tenemos buen recuerdo de aquella Elektra de diciembre de 2017, también en el Auditorio Nacional. Ahora le toca el turno a Salomé, ópera inmediatamente anterior, que es la historia de una de las más famosas perversas-ingenuas (o ingenuas-perversas) de la escena.

Es el personaje bíblico recreado primero por Oscar Wilde y más tarde por el autor bávaro. Fue un aldabonazo en aquella lejana representación de Dresde de 1905. El compositor describía magníficamente, con un lenguaje musical de gran violencia, el insano amor que la jovencita de 16 años sentía por Juan el Bautista.

La sensualidad que emana de la narración, la atracción que por la protagonista siente su padrastro, Herodes, el canto al eros, la Danza de los siete velos, toda la impresionante secuencia postrera, con Salomé besando la cabeza del Bautista de una manera enfermiza y turbulenta, son maravillosamente ilustrados por unos pentagramas incandescentes, bañados de una agresividad excepcional y envueltos en ígneas melodías, que sobrevuelan un riquísimo tejido instrumental constituido por multitud de motivos milagrosamente entrelazados en una narración modélica por su concisión.

Es fundamental en esta obra, de férrea unidad, que la batuta desentrañe todo el rico tejido, le dé continuidad, fluidez, movilidad, a través de un urgente proceso que no deja de avanzar hacia la hecatombe final: la muerte, por orden de un asqueado Herodes, de la propia Salomé bajo los escudos de los soldados, un hecho que la orquesta subraya violentamente mediante brutales unísonos.

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Para revestir de verosimilitud al personaje central conviene un instrumento ampliamente lírico dotado de vibración, de metal, de penetración. Strauss no estaba muy convencido de la idoneidad de la poderosa Marie Wittich, primera Salomé. Claro que el hecho de que la protagonista de esta tremenda ópera haya de enfrentarse a una orquesta monumental –es cierto que tratada a veces de manera camerística– y que su discurso posea tan terrorífica tensión parece aconsejar una voz de mayores quilates, incluso una jugendlich-dramatischer.

En estos dos conciertos de Madrid, el 24 y el 26 de junio, Salomé será la soprano que encarnara a Elektra en aquellos conciertos de 2017: Lise Lindstrom. Es una lírica plena con ribetes y reflejos de spinto, de timbre afilado y más bien claro, que puede encajar en el tipo germano reseñado a la hora de dar vida a la caprichosa princesa. Exhibe una técnica solvente, es expresiva y posee un buen control de la respiración.

A su lado ha de cumplir al menos el buen barítono que es Thomas Konieczny, que ha intervenido con ciertas insuficiencias como Wotan en la reciente Tetralogía del Real. El papel de Jochanaan, que requiere también envergadura y talento, es algo menos exigente.

Redondean un reparto aceptable el tenor ligero Barry Banks, casi siempre decidido en zona aguda, que viste al histriónico Herodes. La veterana y versátil Violeta Urmana es Herodías y el seguro y acerado tenor lírico Alejandro del Cerro encarna a Narraboth.

La sesión será un buen prólogo de la que cerrará la temporada de la OCNE los días 1, 2 y 3 de julio. Se hará, con Afkham de nuevo al frente, el Requiem de Brahms. Y con dos solistas de contrastado mérito: la soprano Katharina Konradi, fija en la Schubertiada de Vilabertrán, y el barítono Peter Mattei, hace muy poco un estupendo Wozzeck en Valencia.