Jean-Jacques Kantorow, nacido en Cannes en 1945, es un magnífico y premiado violinista, que con el tiempo fue dejando el arco para dedicarse, como tantos otros instrumentistas, a dirigir; una actividad que le fue muy fructífera y que lo llevó al podio de algunas importantes orquestas europeas, como la de Cámara de Lausanne o la Tapiola Sinfonietta y, particularmente, la de la Ciudad de Granada, frente a la que estuvo de 2004 a 2008. Buen músico, sensible y fino. Su hijo Alexandre ha seguido sus pasos, pero ha cambiado el violín por el piano, frente al cual se ha revelado como un artista muy considerable.

En efecto, el joven talento, de 25 bien aprovechados años, que tocará para el ciclo Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo este lunes, lleva una carrera imparable cuajada de importantes premios. A las 5 primaveras estaba ya sentado ante el teclado siguiendo las enseñanzas de Pierre-Alain Volondat y, un poco más tarde, ya en la Schola Cantorum parisina, de Igor Lazko. Relevantes y célebres pianistas intervienen más tarde en su formación: Jean-Phillipe Collard, Georges Pludemacher, Theodore Parashivesco, Christian Ivaldi… Y ya en el Conservatorio topa con Frank Braley, que contribuye a redondear su ya sólida y fácil técnica y a orientarlo en cuestiones estilísticas.

Carrera imparable

A lo que se ve, todo este conjunto de enseñanzas le fue de mucha ayuda pues se hace acreedor a varios primeros premios en diferentes concursos. Debuta junto a su padre en el Festival de Vézère y actúa con diversas orquestas. En la célebre La Folle Journée de Nantes toca las Variaciones sobre un tema de Paganini de Rajmáninov junto a la Orquesta Sinfónica de Varsovia. De ahí en adelante la carrera se hace imparable. Se especializa en una obra de la categoría del Segundo concierto de Brahms que toca aquí y allá. Visita los festivales más importantes, trabaja mucho la literatura lisztiana –fundamentalmente los dos Conciertos y la Sonata Dante– a lo largo de un rosario de actuaciones.

En 2020 ganó nada menos –primer pianista galo en conseguirlo– que el gran premio y medalla de oro del Concurso Chaikovski. A renglón seguido fue nombrado solista instrumental del año. Continúa trabajando a destajo y montando muy difíciles programas, que estudia y prepara con gran intensidad ampliando día a día su repertorio favorecido por una ambición y una lucidez máximas y aprovechándose de las grandes manos con las que la naturaleza lo ha dotado. Se muestra siempre muy concentrado, serio, hermético y hace gala de un pedal muy preciso y una técnica de ataque fulmínea, lo que lo faculta para establecer grandes contrastes dinámicos.

De sumo interés será por todo ello escucharlo en el recital madrileño, en el que tocará un amplio e interesantísimo programa dominado, como no podía ser menos, por la música de Liszt. Aparte de la Sonata Dante, tan abundosa en contrastes y en rotundas exclamaciones, ofrecerá del compositor húngaro el Soneto de Petrarca nº 104, Abschied S. 251 y la tenebrosa Lúgubre góndola S. 200 nº 2. También las Variaciones sobre la cantata nº 12, Weinen, Klagen, Sorgen, Zagen, de Bach, S. 179. Y junto a estas obras maestras, la Sonata nº 1 de Schumann y Vers la flamme de Skriabin. Obras en buena parte “incendiarias”.