Hacía algún tiempo que la insigne pianista argentina Martha Argerich no venía por Madrid. Podrá ser escuchada este martes en el último concierto de la temporada de Grandes Intérpretes de la Fundación Scherzo. Llega con un programa en verdad sustancioso en el que aparecerá acompañada de la Kremerata Báltica dirigida por su creador, el violinista Gidon Kremer: Chacona en re menor de Bach en la versión de Busoni, arreglada a su vez por el instrumentista letón para orquesta de cuerdas; Sinfonía de cámara nº 4 op. 153 de Weinberg –discípulo de Shostakóvich, músico de enorme interés que está siendo ahora redescubierto– y Concierto para piano nº 1 en mi menor, op. 11 de Chopin en otra adaptación, esta debida al moscovita afincado en Nueva York Yevgeniy Sharlat, un artista multidisciplinar.

La pianista vuelve a Madrid con un sustancioso programa que incorpora también a Bach y Sharlat

Magnífica ocasión, pues, para penetrar en estas curiosas composiciones y para calibrar de nuevo la calidad de la enorme pianista, siempre nítida en la acentuación y fúlgida en el ataque. Sus modos, a veces ligeramente agresivos, el equilibrado fraseo, matizado al compás, son algunas de sus credenciales; como su capacidad de concentración, su milimétrica calibración de dinámicas, su fantasía para el dibujo fino y su inesperada habilidad para obtener sonoridades casi etéreas, que la llevan a alcanzar celestiales sutilezas, a las que acompaña con sonrisas muy explícitas, gustándose. Buena pareja la que forma con Kremer, antiguo discípulo de Oistrak, violinista de en ocasiones rudos acentos y de timbre escasamente acolchado, pero dotado de una personalidad innegable, que ahora prefiere desplegar desde el primer atril.