La Universidad Autónoma inicia su temporada con un atractivo concierto que nos permitirá conocer el pensamiento de Jordi Savall (Igualada, 1941) acerca de la obra sinfónica de Beethoven. En 1994, también con Le Concert de Nations y en el Auditorio Nacional, comprobamos su entendimiento de los pentagramas del Gran Sordo a través de su versión de la Sinfonía nº 3, Heroica. Su aproximación, radicalmente distinta a cualquier otra, de espartano ropaje, no satisfizo en exceso: el planteamiento era extremadamente austero y de líneas bastante descarnadas. Veremos cómo acomete en esta nueva aventura de la obra, que va a ofrecer en unión de la Sinfonía nº 5 este sábado.

Es verdad que hoy en día las sinfonías beethovenianas, como las de otros compositores de la época clásica o romántica, se interpretan con abundancia de medios, con conjuntos amplios, a veces en exceso, y con instrumentos que poco tienen que ver con los que integraban aquellos modestos grupos que actuaban en los salones de príncipes y negociantes. Esta sinfonía, dedicada primitivamente a Napoleón, se presentó en 1805 en casa de dos banqueros. Tres días después se escuchaba, asimismo de forma privada, en el palacio del príncipe Lobkowitz. La audiencia en la sala de conciertos estaba formada por unas 30 personas. La primera interpretación pública tuvo lugar a cargo del propio compositor el 7 de abril de 1805 en el Theater an der Wien. Cosechó críticas mixtas; en general, fue considerada excesivamente larga y compleja.

He ahí la gran dificultad de sacar a flote una ejecución, que parte de presupuestos muy rigurosos, de una composición de tan indiscutible complejidad, cuyo tempestuoso primer movimiento alberga una sección de desarrollo de casi 250 compases. Otra historia, aunque muy emparentada, es la de la Quinta, presentada al público vienés en 1808 en el Theater an der Wien en lo que puede considerarse una prueba de resistencia de seis horas de duración durante las cuales se interpretaron, además de esta obra, la Sinfonía nº 6, Pastoral, el aria Ah! Perfido op. 65, el Gloria de la Misa en Do, el Concierto para piano n.º 4, el Sanctus de la Misa en Do y la Fantasía para piano, op. 80, improvisada por el autor. E. T. A. Hoffmann escribió acerca de la Quinta: “Una de las obras más importantes del maestro, al que nadie puede negar hoy en día la primera posición en la clasificación de compositores de música instrumental […] [su] música nos abre al mundo de lo inmenso y lo infinito…”.

Fenómeno de la naturaleza

No es raro que el gran poeta y músico se expresara en esos términos, dada la entidad de la partitura. Desde su comienzo, tan conocido y archisobado, con esas pavorosas cuatro notas que constituyen uno de los esquemas rítmicos más dramáticos de la historia de la música, todo nos sorprende y nos sobrecoge. Célula lapidaria, acerca de la que Furtwängler decía: “No nos encontramos frente a un tema en el sentido corriente de la palabra, sino frente a cuatro compases que juegan el papel de un epígrafe, de un título con letras mayúsculas”. Schumann hizo esta entusiasta afirmación: “La Quinta ejerce sobre todos, y en todas las edades, una fascinación impresionante: como esos fenómenos de la naturaleza, por frecuentes que sean, nos llenan a la vez de sorpresa y de pasmo”.

Con estas dos obras apabullantes se va encontrar, pues, Savall, que hace unos días las ha presentado en el L’Auditori de Barcelona iniciando el camino que en los próximos meses y coincidiendo con el 250 aniversario del nacimiento del compositor, le llevará a realizar un recorrido por la integral sinfónica, en el que su buen gusto, equilibrio, cuidado de la afinación, claridad de voces, esmerada acentuación y un colorido variado y más bien oscuro, de una sonoridad puede que hasta cierto punto agresiva gracias a un manejo muy natural y penetrante de los timbres.