Alain Platel. Foto: Chris Van der Burght

Radicalidad poética, movimientos contra natura, rechazo de la belleza previsible... Son algunas claves del lenguaje coreográfico acuñado por Alain Platel, presentes también en nicht schlafen, pieza inspirada en los tormentos de Mahler que estrenará en Temporada Alta.

El impulso creador de Gerard Mortier todavía proyecta su eco dos años después de su muerte. Algunos de sus colaboradores más estrechos siguen cristalizando sobre los escenarios sus ideas seminales. Buen ejemplo es el montaje de nicht schlafen (sin dormir en español) que presenta Alain Platel (Gante, 1959) en el festival Temporada Alta (Gerona) los días 4 y 5 de noviembre y en el Teatro Central (Sevilla) en marzo. Al término de las funciones de C(H)OEURS, que alzó tantas voces airadas en el Real, el entonces director del teatro madrileño le hizo una sugerencia: "Es hora de que empieces a escuchar a Mahler". "La verdad es que dejé correr el comentario. No dije nada para no ofenderle, porque a mí Mahler no me gustaba", recuerda Platel en la imponente Maison de la Danse de Lyon, donde estrenó esta pieza a finales de septiembre, dentro de la famosa bienal de la ciudad gala, que es a la danza lo que Cannes al cine. Más o menos.



Mortier murió y Platel, que estaba a su lado el día fatídico en Bruselas, uno más en su círculo íntimo, empezó a rumiar de nuevo la propuesta de su amigo. "Todo lo que me había sugerido hasta entonces había sido positivo para mí. Así que le di a Mahler otra oportunidad. Lo empecé a escuchar de otra manera", explica este ortopedagogo (llegó a trabajar en algunos hospitales) metido a coreógrafo autodidacta. La iniciación arrancó por el consabido adagietto de la Quinta Sinfonía, popularizado por la versión fílmica de Muerte en Venecia de Visconti. Por esa puerta se adentró en un universo convulso e incierto. "Al mismo tiempo iba documentándome sobre Mahler y poco a poco comencé a experimentar una potente fascinación por el compositor: por su compleja psique, por sus métodos de trabajo, por sus desvelos amorosos a causa de su relación con Alma, por ese mundo avanzando hacia la disolución y la guerra que le tocó vivir... Fue un gran organizador de todo ese caos".



Crucial fue también la lectura de Años de vértigo, de Philipp Blom, ensayo en que el historiador alemán disecciona los 15 primeros años del siglo XX en Europa. "Me asaltaron de pronto los paralelismos con la época actual: Estado Islámico, ultraviolencia xenófoba, colapso financiero, inflación nacionalista, éxodos masivos, Trump, Brexit, Putin...". Sorprendido, entró en combustión mahleriana, elevado por sus ciclópeas sinfonías. "Comprobé que Mortier tenía razón, otra vez".



Morir en el barro de Verdún

Al igual que en la música del compositor bohemio, en su coreografía se filtra toda esa convulsión nerviosa, esa fricción de placas tectónicas . Ya desde el minuto uno los nueve bailarines se enzarzan en una feroz batalla en la que se arrancan la ropa unos a otros. Rasgan con saña tejidos hasta quedar semidesnudos. La prolongada secuencia desemboca en los pasajes más tenebrosos a lo largo de las casi dos horas que dura el espectáculo. Unos enormes caballos muertos, diseñados con realismo forense por el artista Berlinde De Bruyckere, remiten a los morideros embarrados de la Primera Guerra Mundial (Somme, Marne, Verdún...).



Mahler pone banda sonora a un horror que avivan las torsiones contra natura de los bailarines, marca de la casa Platel, que siempre ha huido de una estética pulcra o elegante. El fundador de les ballets de la C de la B, una de las formaciones señeras de la apasionante revolución escénica belga de los años 80, hasta ahora había maridado esos movimientos crudos, adcritos a cierto feísmo, con las armonías barrocas. "La belleza de la música de Monteverdi o Bach cobra mayor emoción a través de la aspereza de mi lenguaje dancístico. Aquí sigo jugando con los contrastes. El adagietto [su placidez trágica] lo combino con gestos nerviosos mientras que, para el primer movimiento de la Segunda Sinfonía, les pedí a los bailarines que intentarán acompasarse lo máximo posible a la música. Es curioso ver que los que más se abandonan a ella son capaces de expresar una sensación de liberación plena".



Esa sensación también comparece, en su vertiente más desbocada, cuando Steven Prengels, el compositor de confianza de Platel en los últimos años (con él también hizo Coup fatal), inyecta en los pentagramas de Mahler polifonías congolesas. El cuerpo de baile al completo se instala unos sonajeros en los tobillos y, entrecortando sus gritos compulsivamente con la mano abierta, cual febriles arapahoes, desencadenan un enérgico rito tribal africano que descoloca de entrada pero que Platel justifica: "Cuando estaba investigando sobre la música de Mahler, un especialista me advirtió un detalle interesante: que él había sido un habilidoso ensamblador de distintas tradiciones musicales. Aunque no incorporó nunca ninguna que desconociese. Sus préstamos se ceñían a los países que dominaba. Abarcaban canciones populares de café, las marchas militares procedentes del cuartel cercano a su casa, las melodías fúnebres que tantas veces tuvo que escuchar al ser miembro de una familia condenada a enterrar a sus niños... Nosotros, siguiendo su ejemplo, hemos ido todavía un paso más allá. Y lo curioso es que la música africana se engarza muy bien con sus estructuras. Funciona, sí".



Lo cierto es que insufla un aire frenético. El experimento opera como despertador para los que se hayan atascado en la densidad dramática de Mahler, que era una preocupación constante del dramaturgo Jan Vandenhouwe. "Él temía que la gente pudiera quedarse traspuesta durante movimientos más largos y lentos. Por eso le puse el título de nicht schlafen (sin dormir)", rememora Platel entre risas.



Ya en serio, explica que el verdadero motivo es otro: que ve su espectáculo como una exhortación y como una alerta: en un tiempo en que tantas cosas están cambiando, que resurgen fenómenos tan preocupantes, "es muy peligroso dormirse". Y aunque en la atmósfera escénica y el paisaje sonoro bullen inquietantes señales, concibe este último trabajo suyo, que tiene mucho de homenaje póstumo a Mortier, como el más esperanzado de toda su carrera: "El ser humano es por naturaleza creativo. Incluso en los momentos más oscuros siempre acaba encontrando una salida, una nueva fuente para el optimismo".



@albertoojeda77