El jazz y el blues desfiguran el repertorio del músico de Belfast en su concierto del Circo Price.

Circo Price, 20:00 horas. Con los acomodadores aún volando por las butacas como luciérnagas borrachas, Van Morrison salía a la pista madrileña abriéndose paso entre sus músicos, por un escenario algo abigarrado pero efectivo y con el jazz como santo y seña. Costó reconocer entre los acordes de su saxo Brown Eyed Girl, uno de los himnos que el respetable, desconcertado, tardó en celebrar. De negro, como un blues brother de marca, el León de Belfast siguió con Days Like This. El grupo, bien pertrechado de talento, atacó las nuevas versiones con precisión, muy pendientes de las reacciones de su jefe (el guitarrista, de espaldas al público, no veneró durante todo el concierto otra imagen que no fuera la del creador de Astral Weeks).



Los temas se fueron encadenando sin pausa, sin guiños, sin concesiones. Morrison en estado puro. Hasta que el jazz se fue por el sendero del blues gracias a Baby please don't go y con el sonido alto y claro de una armónica que surgió de las profundidades del Mississippi. En ese momento, con ese sentimiento, con la piel tatuada de estalactitas, muchos pensaron que había valido la pena la crucifixión que un rato antes habían recibido en la taquilla. El oficio estaba en su punto más elevado. La comunión llegaba en forma de gospel, de rhythm and blues, de pop, de rock... Toda la veteranía del viejo cascarrabias concentrada y canalizada en un sexteto que repartía el tempo por obra y gracia de un redentor llamado Van Morrison.



Así que repertorio, repertorio y repertorio. ¡Pero qué repertorio!. Más jazz, más pasión, más pasado hecho presente. De la armónica al saxo y del saxo a una esporádica guitarra que cumplió con el fondo y la forma de una manera de entender la música en peligro de extinción y que pasa por una comunión sagrada, casi mística. Morrison alcanzó todos los matices vocales sin estropearse el sombrero. Se le vio cómodo por momentos aunque desconcentrado por un asistente absesionado con ordenarle cada minuto su particular mesilla de noche.



A las 21:20 presentó a los músicos y se fue a la penumbra presagiando el final. Ocho minutos después hizo mutis por el foro para no volver jamás pero dejó a su combo estirando Ballerina en una exhibición que casi nos hizo olvidar el rastro dejado por el maestro, el genio, el mito. El León de Belfast no rugió en el Circo Price de Madrid, hizo música. Una voz más desesperada que ingenua pidió un bis pero justo en ese instante la luz fría de la sala rompió definitivamente la eucaristía. Hoy, oficiará en Bilbao.