Foto: Víctor Cucart

Llega el director indio al ciclo de Juventudes Musicales con el Maggio Musicale Fiorentino este sábado (9). Interpretará un programa con vocación trascendente: la escena de preludio y muerte de Isolda (Wagner) y la Sinfonía n° 6 de Tchaikovsky. Mehta, en plenitud de facultades a sus 79 años, encarna la figura del director eternamente joven, cualidad que combina con la sabiduría de una carrera ejemplar.



Zubin Mehta (Bombay, 1936) ha cumplido 79 años el pasado 29 de abril. Una evidencia biográfica que se antoja ‘escandalosa' porque el maestro indio aparenta veinte años menos, tal como pudo demostrarse en la apertura oficial o simbólica del año 2015 con las huestes de la Filarmónica de Viena. Nos dejó estupefactos Mehta. Ya conocíamos sus apabullante carisma, su elegancia, su distinción, su musicalidad, sus habilidades de telepredicador en una mañana de repercusión planetaria, pero costaba trabajo relacionar esa plenitud intelectual y física con la realidad de un octogenario.



Así es que proliferaron las teorías extravagantes sobre la revelación; unas, vinculadas a la dieta de la papaya; otras, relacionadas con la dimensión espiritual que siempre hemos atribuido al maestro de Bombay, bien por sus orígenes mitológicos, bien porque su predisposición a la filantropía sobrentiende el premio compensatorio de la eterna juventud. Que no resultaría interesante, claro, si fuera un músico simple y eternamente adolescente. Lo que impresiona no es la apariencia en sí misma, sino vinculada a la sabiduría, de forma que su concierto de Madrid -9 de mayo- con el Maggio Musicale Fiorentino ha suscitado una merecida sugestión. Mehta se aparece en estado de gracia. Y escoge para la ocasión una especie de ritual metafísico. Tanto por la escena de preludio y la muerte de Isolda (Wagner) como porque dirige la última sinfonía de Tchaikovsky, un miserere que Mehta lleva incorporado en su baúl y en sus entrañas.



Otra cuestión es la situación laboral del maestro. Suena demasiado prosaico airearla en estos términos, pero la crisis económica lo ha alejado del proyecto de Valencia -allí reconoce haber concebido el mayor hito operístico de su carrera, el Anillo wagneriano con La Fura dels Baus- y la ‘amenaza' de Daniele Gatti condiciona su continuidad en Florencia, precisamente ahora que la nueva sede del festival y las garantías presupuestarias sobrentendían que Mehta sería el timonel sobre las aguas del Arno. Tiene contrato hasta 2017, pero Gatti ha adquirido una posición plenipotenciaria en el escalafón de maestros. Sucederá a Mariss Jansons como titular de la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam y se plantea el podio florentino como una manera de simbolizar el regreso a Italia.



La hipótesis, obviamente, no amenaza la carrera de Mehta. La Filarmónica de Israel lo ha proclamado -creemos que es acertado el verbo- director vitalicio, del mismo modo que las grandes formaciones europeas -Viena, Berlín, Radio de Baviera- se jactan de haber celebrado junto al maestro indio medio siglo de trayectorias intrincadas.



Tanto podría decirse de su predicamento en Asia como de su popularidad en Estados Unidos, imprimida, por si hubiera dudas, con la huella de su mano en la galería de la fama de Hollywood. Una manera de redundar en su reputación de personalidad cosmopolita. Y política.



Suya fue la iniciativa de llevar la Filarmónica de Nueva York a los suburbios de Harlem, como suyo fue el mérito de reunir en un mismo concierto y en los mismos atriles a los músicos de las orquestas filarmónicas de Israel y de Berlín.



Sucedió en Tel Aviv (1992) como una prueba de reconciliación y como un ejemplo de la sensibilidad del maestro. Ya había dirigido la Segunda de Mahler en los aledaños del campo de concentración de Buchenwald (1999), diez años antes de haber impulsado un proyecto en Israel que tenía y tiene como objetivo el apoyo a los músicos árabes. Ninguno ha ingresado todavía en la Filarmónica de Israel, pero Mehta se ha empeñado en conseguirlo. No imponiendo una cuota, sino desarrollando una escuela al norte del país en la que figuran inscritos 200 alumnos.



Es el contexto necesario, embrionario, desde el que se explica su discrepancia hacia la política "victimista y ensimismada" de Netanyahu. Declaraba el maestro hace unos días que el primer ministro israelí está provocando el aislamiento progresivo del país: "Israel ha perdido su relación con Europa y ahora está perdiendo su vínculo con Estados Unidos". Se refería a la crisis de Tel Aviv con Obama, llevada a extremos de insospechada beligerancia desde el acuerdo de la diplomacia americana con Irán en materia de desarrollo nuclear civil.



Netanyahu ha ganado las elecciones. Y no porque Mehta lo haya votado (tampoco puede hacerlo con su pasaporte indio y su green card), pero el director de orquesta se ha significado contra el levantamiento del muro y de los asentamientos judíos, tanto como ha reivindicado el reconocimiento de una sociedad plural. Tan plural como pueda serlo una orquesta.



Delante de ella, sostiene Mehta que la verdadera misión del director no radica en conseguir que los profesores sigan al maestro, sino al revés: es el director quien debe secundarlos. La exageración sobrentiende que Mehta no forma parte de los colegas tiranos ni autoritarios. Pertenece a la escuela de los buscadores de consenso. Igual que el difunto Claudio Abbado, compañero de clase en el Conservatorio de Viena.



Les fascinaba a ambos apuntarse al coro de la venerable institución académica. No porque estuvieran dotados para el canto, sino porque la experiencia les permitía aprender de los viejos maestros. Mehta se ha convertido en uno de ellos. Y ha sido también un ejemplo de compromiso, especialmente en cuanto concierne al poder simbólico, conciliador o disuasorio de la música.



Fue Zubin Mehta quien protestó en Buenos Aires contra la guerra de las Malvinas y quien reunió a las huestes de la Orquesta Sinfónica de Sarajevo para interpretar un concierto en las ruinas de la biblioteca de la capital bosnia durante el brutal conflicto balcánico. No se trata de hacer un balance de la ‘misión' de Mehta, sino de ubicarlo en una posición que trasciende la rutina de los conciertos y que también explica que nos pusiéramos entre sus manos para que 2015 fuera realmente un feliz año nuevo.



Mehta ha cumplido 79 años, pero tiene toda la vida por delante: "Quiero cumplir 120 años y dirigir la música de Wagner en Israel".