Image: Antony recapitula en el Real

Image: Antony recapitula en el Real

Música

Antony recapitula en el Real

18 julio, 2014 02:00

Un momento de Swanlights en el que Antony interpreta temas de toda su carrera

Con Ascension, pieza interpretada por la performer Johanna Constantine, abre este viernes, 18, Antony Hegarty sus cuatro conciertos que dará en Madrid bajo la dirección musical de Rob Moose. Con el nombre de Swanlights, y con la compañía de The Johnsons y la Orquesta Titular del Teatro Real, el artista recorrerá su discografía para mostrar su sofisticado mundo creativo, basado en la intimidad sublimada, en la música trémula y en una original relación con el arte audiovisual.

Tras el paso de Swanlights por Inglaterra en julio del año pasado, la periodista Gillian Orr escribió en The Independent que pocos premiados con el Premio Mercury llegan a ser despedidos como lo fue Antony Hegarty en la Royal Opera House de Londres, esto es, con el público en pie ovacionando y gritando bravos como si se acabara de cerrar el telón tras una heroica La Bohème. Cierto: hay que ser alguien muy especial dentro del pop para que esto ocurra y sin embargo no será raro sino probable que un éxito similar resulte de lo que acontezca hoy y en los próximos tres días en el Teatro Real con ese mismo espectáculo. Desde que el MoMA de Nueva York le hiciera el encargo y Antony lo representara por primera vez en el Radio City Music Hall en 2012, Swanlights siempre parece haber dejado esa misma impresión triunfante.

En Madrid, las entradas se agotaron tan pronto que hubo que ampliar a cuatro los días de representación ¿Cómo ha llegado a pasar esto? Verán, la de Antony no es una historia cualquiera y puede sorprender, pero contiene los elementos necesarios como para haberse desarrollado tal y como ha sido. Simplemente todo encaja. El que alguien como Antony actúe en el Teatro Real no es resultado de que repentinamente éste se abra al pop. Al contrario, más bien parece resultado de una singular trayectoria que se acerca a lo operístico y lo teatral, a lo performático y las artes visuales; a un clasicismo alcanzado desde lo popular. Es decir, desde la urgencia, la espontaneidad, la autenticidad y el autodidactismo de esa gran maquinaria del arte que es la música del pueblo llano en su márgenes y suburbios. Un brillo que, en su caso particular, ha sido filtrado por el tipo de sensibilidad romántica que a veces se fragua en aquellas personas que se lanzan a tumba abierta hacia el cultivo de su diferencia.

Derecha:

Que Antony actúe en el Teatro Real es el resultado de una trayectoria que se acerca a lo operístico, a lo performático y las artes visuales

Empezamos a familiarizarnos con la música de Hegarty, esa luz que llora, en 2005. Fue gracias a su segundo elepé I Am a Bird Now, aquel álbum con una superstar de la Factory de Andy Warhol en la portada y apariciones de varios de sus ídolos de adolescencia (Marc Almond o Boy George), Lou Reed o compañeros de quinta como Rufus Wainwright o Devendra Banhart. Un disco que logró una atención mediática sobresaliente y que le procuró a Antony un cohete con que volar hasta los primeros puestos de las listas británicas y de varios países más. Entre ellos España.

La respuesta del público patrio respondió en parte a la inclusión de su ya celebérrima canción Hope There's Someone en La vida secreta de las palabras de Isabel Coixet. Fue aquel 2005 cuando Antony recibió el prestigioso premio Mercury al mejor álbum de un músico británico que mencionaba Gillian Orr. Antony se encontró, casi de la noche a la mañana, convertido en un ídolo de cualquier moderno que se preciara, un juguete para indies y adultos con gusto por el pop de cámara, un guiño de suplemento de tendencias y obsesos de la moda. Desde entonces ha sabido no sólo sobrevivir a su éxito sino también usarlo.

Pero pese a su aparente novedad, el recorrido de esta persona y artista definida por sí misma como transgénero (en su caso alguien cuya identidad sexual no encaja con las convencionales de masculino o femenino sino que las armoniza y se encuentra entre ellas), no acababa de comenzar en 2005.

teatro experimental

Antony Hegarty nació en una localidad de West Sussex, Inglaterra, en 1971. En 1981 su familia se instaló en lo que él ha señalado como "un pueblo cerrado y frustrante de California". Para entonces ya había comenzado a descubrir su particular indefinición de género. En su nuevo hogar norteamericano simplemente era un chaval muy raro. Posiblemente consiguió sobrevivir a su adolescencia gracias a los discos de Marc Almond que comenzó a conseguir, no sin gran dificultad, hacia los 13 años. Durante algún tiempo, Almond y Nina Simone encabezarán el comité de salvación de su entonces confusa mente. A los 19 años recalará en Nueva York para estudiar teatro experimental y se integrará en la escena de performance queer y otros mutantes de género. Antony actuará en shows de burlesque drag acompañado con un cassette donde reproducía cintas en las que había grabado su música con un teclado. Con su grupo de performance Black Lips llevaba a cabo una lamentación pública donde algunas veces se lanzaban vísceras y sangre al público.

De Black Lips saldrá su grupo actual, The Johnsons, así llamado en homenaje a Marsha P. Johnson, activista transgénero y líder en los disturbios de Stonewall cuyo cuerpo sin vida apareció en el Hudson tras una marcha del orgullo gay en 1992. Junto a ellos, en 1998 al fin publica el EP I Fell in Love with a Dead Boy. Cuando Lou Reed escucha aquello, cree haber encontrado un ángel erróneamente caído y junto a su mujer, la gran Laurie Anderson, lo toma bajo su protección. Pronto vendrá un primer LP notable que pasará desapercibido, pero Antony habrá encontrado una nueva voz junto a sus Johnsons: un temblor de lágrima y fuego con que ir creciendo tan silenciosamente como lo hace un bosque.

Un punto de encuentro

En esas está el ángel con canciones y voz de mujer. Desde que fuera tocado por la fortuna, su creación musical se ha convertido en un punto de encuentro para la diferencia, y su triunfo en una afirmación, aún tan rara e insuficiente, de la misma. Antony deja constancia a cada paso del tan humano error de basarse en construcciones mentales estancas para establecer barreras, ya sea entre los géneros o entre las artes, como bien demostrara en este mismo Teatro Real con su montaje operístico Vida y muerte de Marina Abramovic junto a Bob Wilson (y Willem Dafoe y la misma Abramovic), hace un par de años. Y su creación, ya más allá de la música pero aún en la música popular, se ha convertido en una afirmación de la política que está contenida en alumbrar, artificio mediante, la vivencia personal, lo íntimo sublimado.

Entre hoy y el lunes, tras la danza de arcaica guerrera matriarcal de Johanna Constatine, durante 80 minutos podrá verse a Antony casi se diría que desnudo, tan sólo arropado por el sonido de la Orquesta Sinfónica de Madrid cantando una selección de canciones de sus cuatro álbumes con arreglos orquestales de Nico Muhly, Rob Moose y Maxim Moston. Antony, todo voz y presencia monacal, en mitad de una escenografía minimalista (volúmenes de papel suspendidos de Carl Robertshaw y un diseño de luminotecnia láser de Chris Levine y Paul Normandale) que, según cuentan, logra transportar a cierto lugar mágico. Pero no se engañen: lo que se verá no será sólo un preciosista espectáculo de luces, formas y música trémula sino el sútil cántico espiritual de una cruzada transgénero y sus ecos de feminismo futurista de vanguardia. Posiblemente para Antony el mero éxito de sobrevivir a la función con "bravos" será un fracaso, pero éste lo conducirá más y más hacia la luz que llora por el mundo y su belleza, su particular éxito.