Brad Mehldau. Foto: Justy García.

Gracias a sus colaboraciones para Chris Holliday y Jesse Davis, el pianista Brad Mehldau (Jacksonville, Florida, 1970) tenía prestigio aun antes de aparecer por vez primera en España, en 1993, junto a los hermanos Rossy y el saxofonista Perico Sambeat. Dos años más tarde, iniciaría su carrera como titular eligiendo para su desarrollo una fórmula en trío, en equivalencia con el orden también preferido por los pianistas Bill Evans y Keith Jarrett, maestros de algún modo de Mehldau, aunque él solo reconozca la influencia del primero. En el medio, colaboraciones con músicos de la talla de Charlie Haden, Lee Konitz, Charles Lloyd, Wayne Shorter o Joshua Redman, todas ellas representativas de la altura creativa de quien sin duda es uno de los líderes indiscutibles del jazz actual. Efectivamente, Mehldau hoy se asoma a los escenarios con una autoridad artística y pianística incontestables, siendo una referencia ineludible para entender el futuro del género.



En la respiración musical de este joven portento de las blancas y las negras no hay contención, sino síntesis de lenguajes y acentos jazzísticos alejados de toda cotidianidad. La singularidad de su discurso reside, no sólo en una capacidad interpretativa asombrosa y audaz, sino en su manera de vivir la música en exclusividad, esto es, haciendo marca, creando escuela... siendo jazzista. El chico acude ahora al Auditorio Nacional de Música para estrenar, el lunes, el III Ciclo de Jazz del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM) y lo hace con una de sus alineaciones favoritas, la de piano solo, en la que todos descubrimos esa afinidad pianística con Jarrett y Evans.



La visita se produce justo cuando atiende otro de sus proyectos más recientes, el que lleva a cabo con la Orpheus Chamber Orchestra. Y es que Mehldau no desaprovecha oportunidades para evolucionar, por mucho que desde hace tiempo haya llegado a la meta. Él sigue y sigue, formando dúo con el baterista Mark Giulliana por aquí (Mehliana), colaborando con el saxofonista Joshua Redman (Highway Rider) o las sopranos Renée Fleming (Love sublime) y Anne Sofie von Otter (Love songs) por allá; ora rodeado del jazz académico, ora del rock de Radiohead. Pocas veces el público encontrará un artista tan comprometido con su música como este pianista de sentimientos y gestos extraños a lo Glenn Gould. Su primera gran reivindicación, ya se ha mencionado, llegó en 1994 con la publicación de su ópera prima When I fall in love, editada en la colección de nuevos talentos de la escudería catalana Fresh Sound. Al año siguiente, y tras fichar por Warner, inició el que hasta hoy es uno de sus proyectos más ambiciosos, la serie discográfica The Art of the trio, que ya cuenta con cinco capítulos, el último titulado explícitamente Progression. En este tiempo también se han sucedido otros títulos mayores como los recientes Ode o Where do you start, o sus directos en Tokio y Marciac.



Así es Brad Mehldau, un pianista reflexivo, intenso y panorámico, capaz del hallazgo tanto en el murmullo y el silencio como en pleno vocerío; un artista inusual, por cuanto nos descubre esos mundos cercanos por los que transitamos todos los días y a los que habitual y desgraciadamente les damos la espalda.

Audacia y talento

Lo comentamos en su día: cuando Antonio Moral llegó a la dirección del CNDM se dejó las puertas abiertas para que el aire de sus estancias se refrescara. Este ciclo de jazz es prueba de ello, contando este año con artistas y grupos dispares, pero hermanados por lo sustancial del talento: la caricia vocal de Madeleine Peyroux (17 dic.), el pianismo audaz del armenio Tigran (7 feb.), el bebop gamberro del trompetista Peter Evans y sus MOPDtK (21 feb.), y el jazz rockero y flamenco de The Bad Plus (21 marzo) y Chano Domínguez (26 abril).