Sir Neville Marriner. Foto: Adam Mickiewicz Institute.

A sus 87 años, el director británico tutela a la I, Culture Orchestra en su concierto de presentación, este martes, en el Teatro Real. Constituida por la primera generación de jóvenes músicos de la era postsoviética, la orquesta quiere potenciar la solidaridad entre los países de la zona.

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  • Que un director de orquesta aguante tres sets de tenis no es noticia. A no ser, claro, que el sujeto en cuestión sea Sir Neville Marriner. A sus 87 años, el maestro británico no sólo tiene fuerzas para cambiar la batuta por la raqueta los fines de semana sino que se permite la machada de ir inaugurando orquestas por el mundo. El martes aterriza en el Teatro Real de Madrid para promocionar I, Culture, una orquesta juvenil de la Unión Europea fundada por el Instituto Adam Mickiewicz de Polonia a imagen y semejanza de la Diván Este-Oeste de Daniel Barenboim. Su objetivo es reunir en torno a la música a jóvenes profesionales de Polonia, Bielorrusia, Ucrania, Moldavia, Georgia, Armenia y Azerbaiyán que favorezcan la convivencia democrática y el entendimiento cultural de una zona conflictiva. "Los directores sabemos mejor que nadie que la música puede ayudar a salvar las diferencias y a mirar hacia el futuro", cuenta Marriner a El Cultural.



    La receta le funcionó hace unos años en Bulgaria, en un proyecto similar en el que participaron varios países balcánicos, y pretende probarla ahora con la primera generación de jóvenes de la era postsoviética. Con el concierto del martes se inaugura el ciclo Las noches del Real (por donde desfilará esta temporada Valeri Gergiev), que sirve además de celebración a los 70 años en los podios del maestro.



    No hay más que echar un vistazo a la videoteca de medici.tv para comprobar cuánto han cambiado las cosas en las últimas décadas. "La culpa es de las grabaciones", comenta . "Me refiero a que el aluvión de versiones, sobre todo en el último cuarto del siglo XX, ha alcanzado cotas casi impensables de perfección, pero al mismo tiempo ha terminado homogeneizando el sonido". Salvo casos aislados, como pueda ser la Filarmónica de Viena, las plantillas de las grandes orquestas del mundo "parecen una delegación de la ONU, lo cual es fantástico, porque demuestra que por fin se puede ser ciudadano del mundo sin tener que renunciar al pasaporte".



    En los tiempos en los que Marriner empezó a dirigir la Academy of Saint Martin in the Fields, que él mismo fundó en 1956, "cualquier músico que se preciara soñaba con tocar algún día en la Sinfónica de Chicago, que era una especie de babel musical, donde el repertorio parecía no tener límites".



    Todavía recuerda las emociones que le despertaba la Cuarta de Tchaikovsky en manos de la Orquesta de Filadelfia y lo diferente que sonaba a los filarmónicos de Berlín. "Se ha perdido personalidad e impronta", reconoce. "Pero, a cambio, el sonido está hoy mucho más depurado y cuidado. Cada tiempo tiene sus cosas". Y en lo que se refiere a los estándares de calidad y solvencia técnica las nuevas generaciones ganan por goleada. "Aún me estremezco cuando rememoro mis primeras apariciones como director. Entonces no era totalmente consciente, pero asumía demasiados riesgos. La formación de los músicos era a menudo deficiente y apenas disponíamos de unas pocas horas de ensayo".



    Desde que arrancó la gira de presentación de I, Culture muchos le han preguntado sobre las posibles repercusiones de la agenda política, pendiente del conflicto entre armenios y azeríes, en el rendimiento de la orquesta. "No sé si, como decía Weber, la música es un lenguaje universal, pero desde luego todos nos entendemos con ella". Marriner aprendió el oficio de la mano de Pierre Monteux y George Szell, pero no se siente heredero del old school y prefiere el tú a tú con los músicos. "Más que compañeros de trabajo, los considero una familia. Aquí nadie viene a fichar, sino a compartir una misma experiencia".



    Antes de subirse a un podio por primera vez, Marriner fue violinista, "y no precisamente un virtuoso". El rápido crecimiento de su Academy, que pasó de trece miembros fundadores a una plantilla de cien músicos, requirió la figura de un líder. "Empecé como concertino, pero Monteux insistió en que acudiera a su Conducting School en EEUU". Reconoce que la orquesta fue un cúmulo de coincidencias, todas afortunadas. "Vivimos los antiguos vinilos, los primeros elepés, los cedés y así la bola de nieve fue creciendo y creciendo". Se estrenaron con Vivaldi, Händel y Bach. Siguieron con Mozart, Haydn y Beethoven. Pronto el siglo XIX dio paso al XX. Su discografía es inmensa. "Estábamos enganchados al repertorio", bromea. "De hecho, a mis 87 años me sigo considerando un adicto a los conciertos. Por eso digo que sólo el día que me caiga del podio sabré que ha llegado el momento de la retirada".



    Para Marriner la guerra de formatos musicales y la crisis de la industria han dado prioridad a las giras frente a la carrera discográfica. "He estado en Canadá, Croacia y Japón en una misma semana. Los músicos nos hemos inmunizado al jet lag porque sabemos que la gente quiere la experiencia del directo".



    Para Marriner la música es un bálsamo contra la depresión, ya sea financiera o anímica. "No habría sido capaz de sobrevivir a la miseria de la Segunda Guerra Mundial sin Mozart". Su banda sonora para Amadeus de Milos Forman certificaba la afinidad. "Sus sinfonías, sus conciertos y sus óperas fueron un salvavidas". Y lamenta que los recortes hayan sumido a muchas orquestas en la bancarrota. "Ahora los músicos tienen que buscarse la vida. Por la mañana trabajan en una orquesta, por la tarde dan clases en una escuela y por la noche actúan en locales de jazz o en grupos de cámara. La situación es dura, pero les ha dado una mayor perspectiva".



    Viene la I, Culture Orchestra de una gira por varias capitales europeas -Estocolmo, Kiev, Berlín, Bruselas, Londres- que culmina el viernes que viene en el Philharmonic Hall de Varsovia. El programa del martes incluye El Voyevode y la Cuarta de Tchaikovsky y el Concierto para violín y orquesta n° 2 de Szymanowski, con la solista alemana Arabella Steinbacher. "Además del vínculo con la cultura eslava, el programa quiere subrayar el potencial de estos jóvenes, sobre todo en lo que se refiere a la sección de cuerdas y a las trompas, cuyo sonido es pura magia".