Música

Shostakovich

100 años del testigo de una era turbulenta

21 septiembre, 2006 02:00

Si la longevidad de los rusos hubiera sido una de sus características, el próximo lunes Dmitri Shostakovich cumpliría cien años. Considerado uno de los grandes del siglo XX, cuya popularidad alcanza todos los ámbitos, fue, a través de su música cronista y testigo de una época fundamental. El Cultural analiza su trayectoria artística, adelanta la prepublicación de Recuerdos de una vida -las memorias de sus hijos-, e incluye una selección de las grabaciones imprescindibles a cargo de Arturo Reverter.

Gafas de cristal grueso, enorme. La raya a un lado, el pelo liso, durante años negro, gris luego. El pitillo, perenne, colgando de la comisura izquierda. Cara de crío sabio, empollón, el primero de la clase; pero también aire de niño bueno, de no haber roto nunca un plato. La mirada, átona, de miope irrecuperable, curiosa, pero un punto triste -mejor amarga- cuando los años fueron pasando. Dmitri Dimitrievich Shostakovich. El músico más importante de la URSS. O sea, del siglo corto, ese XX que Hermann Hesse llamó de la "era papelista o de la propaganda", que, más sombríamente, Arthur C. Clarke ha denominado "la centuria de la tortura", y del que Harry Halbreich ha dicho que es "un siglo extraño en su duración, porque no empezó hasta su segunda década -la de los años 10- y pareció haber terminado poco después de 1989".

Shostakovich nació en San Petersburgo el 25 de septiembre de 1906, y falleció en Moscú el 9 de agosto de 1975. Cuando vino al mundo en Rusia reinaba el Zar Nikolai Romanov, su ciudad natal se llamaba San Petersburgo y sólo unos meses antes de su nacimiento se había producido la masacre ante el Palacio de Invierno de los manifestantes que encabezaba el clérigo ortodoxo Georgii Apollonovich Gapon. Cuando Shostakovich murió, su ciudad se llamaba Leningrado -después de haber sido Petrogrado-, su país era la Unión Soviética (URSS) y en él "mandaba" Leonid Breznev, que había sustituido en el "empleo" a Nikita Kruschov, a Iosif Vissarionovich Dzugašvili "Stalin" y a Vladimir Ylich Ulianov "Lenin". Si las enfermedades -azuzadas por su adicción al tabaco y su discreta querencia hacia el vodka- no hubieran empezado a lacerar en los años 60 el organismo del músico, acaso habría visto cerrarse el círculo: esto es, habría presenciado la caída del "Muro de Berlín" en 1989, la apertura política de Gorbachov, la desmembración de la URSS, y quizá la re-nomenclatura de su ciudad como San Petersburgo.

Oído privilegiado
Shostakovich entró desde muy niño en el mundo de la música. Sus padres amaban este arte. Su madre, que era una buena pianista, había dejado una posible carrera como solista al contraer matrimonio. Ya en la infancia de "Mitya", la madre, Sofia Vassilievna descubrió su privilegiado oído: fue ella quien le dio las primeras clases de piano, para llevarle luego, 1916, a la Escuela de Música Glasser. En 1919, con 13 años, se le admitió en el Conservatorio de su ciudad, en donde llamó la atención del director del centro, Alexander Glazunov, que le animó y protegió. Estudió el piano con Leonid Nikolayev y la composición con el yerno de Rimsky-Korsakov, Maximilian Steinberg.

En 1925 Serguei Mijaillovich Eisenstein realizó su película El acorazado Potemkim y Dimitri Shostakovich compuso su Sinfonía nº 1, a la edad de 19 años. Los dos hechos van unidos al despegue de la "nueva política cultural" de Anatol Lunacharsky, primer Comisario de Educación de la nueva República. Y es que, cuando en 1926 se estrenó en Leningrado la Sinfonía nº1 en Fa menor, Op. 10, el júbilo se apoderó de los medios artísticos.
El éxito de la obra en Europa y América corroboró el descubrimiento de un nuevo talento, que, era, además, el primer gran autor de la "nueva Rusia", un hombre formado integralmente bajo la revolución y "por la revolución". Rachmaninov, Stravinski, Prokofiev, habían sido educados bajo la hégira del zar Nicolás. Shostakovich, no: estaba "purificado". ¡Qué mejor espaldarazo para la política de Lunacharsky que la "exportabilidad" de la música de este jovenzuelo recién salido del Conservatorio.

Aunque con las dificultades de un entorno en permanente ebullición, todo pareció ir bien para el joven maestro: estrenó Sinfonías experimentales -Segunda, Tercera-, creó óperas aún más atrevidas -La nariz, sobre el relato de Gogol-, produjo ballets contundentes -La edad de oro- y hasta colaboró con el nuevo cinema con partituras orquestales -La nueva Babilonia, para el filme de Grigori Kozintsev-; pero a mediados de los 30 el idilio se rompió: un artículo, hoy ya parte de la historia estética de la centuria, publicado en "Pravda" en enero de 1936, "Caos en lugar de música", fulminaba al enfant terrible y le convertía en "enemigo del pueblo", todo ello a partir de su nueva ópera, Lady Macbeth del distrito de Mtsensk, basada en un relato de Nikolai Leskov.

Relación con el poder
Desde ese momento, y hasta la muerte de Stalin (1954) según unos, o hasta la propia muerte de Shostakovich (1975) según otros, la relación del músico con el poder fue bifronte, paradójica, contradictoria, y desde luego esquizofrénica para el propio personaje. El artista pasó de la frontera de la "purga" -que podía suponer la desaparición (ejecución) o el confinamiento-, abortando estrenos -el de su ambiciosa Cuarta Sinfonía en ese mismo 1936-, a la redención política -con su Quinta Sinfonía (1937)- y al premio oficial -con su Quinteto con piano-, después al uso de su obra con fines patrióticos -Sinfonía nº 7 "Leningrado"(1942)- y al descrédito de la inteligentsia -por la satírica Sinfonía nº 9 de 1945-, de nuevo a la condena oficial -el Decreto de Zhdanov de 1948 que le acusó de "formalismo"- y la prohibición de sus obras, compensada (¿!) con el "Premio Stalin" de 1949 -por la cantata El canto de los bosques, "inspirada" en la 3ª Ley Agraria-, el "deshielo" de los 50 -llegada al poder de Kruschov-, la afiliación al PCUS en 1960 (hasta ese fecha se había resistido a ser miembro del partido), el nuevo enfrentamiento con la jerarquía -Sinfonía 13 "Babi-Yar" de 1963, con textos de Evtushenko referidos al antisemitismo o al "terror" staliniano-, para llegar a una etapa final en donde se le deja por bicho raro o imposible.

Cuando Shostakovich falleció, en 1975, fue saludado, dentro y fuera de Rusia, como uno de los grandes creadores del siglo. Sobre él ha habido todo tipo de literatura, con no menos de quince grandes trabajos que han tratado de desentrañar la vida, el sentir, el pensar y el creer de este maestro. Cuatro años después del óbito del artista, sus Memorias, Testimonio, llegaron a Occidente a través de Solomon Volkov: el texto en cuestión es un singular caso de Memorias parcialmente de primera mano y básicamente "de segunda mano" pero aun así fidedignas; en cuanto a su veracidad, polémica y cuestionada, unos la dan hoy por válida, y otros la deploran como infamia y patraña. Lo que no se cuestiona es la importancia de su música, asombrosamente críptica, sobre todo en su fabulosa obra de cámara, que puede pertenecer tanto a un disidente "potencial" como a un convencido "defensor de la causa", ni la especial condición, como Yuri Temirkanov ha dicho, de quien se vio llamado a ser "el ‘Pimen’ de su tiempo", esto es, el testigo y cronista de una época y un mundo.

El "padrecito" y su "hijo": Stalin y Shostakovich

Si una palabra puede definir la relación entre el "líder y maestro" -así se le llamaba en la URSS- y su "compositor oficial", esta es sobresalto. Es obvio que el segundo tenía terror al primero. Lo paradójico es que apenas se vieron, hablaron en alguna ocasión por teléfono -sobre todo en una conversación de 1949, cuando se informó a Stalin que Shostakovich no quería ir a la "Conferencia de la Paz" de Nueva York en 1949 y el jerarca llamó al músico a su casa para "convencerle", en conversación que el artista mantuvo rodeado por toda su familia, testigos del encuentro verbal; Shostakovich, desde luego, fue a Nueva York- y sólo hay documentadas cuatro cartas (1946, 1947, 1949 y 1950) enviadas por el compositor al Vozhdia, que este guardó en su archivo: el estilo de las cuatro misivas bordea lo patético ("Le deseo muchos años de salud y energía por el bien de nuestra Madre Patria y nuestro Gran Pueblo", etc.), pero siempre revelan el mismo trasfondo: miedo, temor. En Testimonio -idea que Shostakovich manifestó varias veces a íntimos y allegados- se indica que el desquiciado, frenético segundo movimiento de la Décima Sinfonía, escrita en 1954, tras la muerte de Stalin, es una descripción del personaje y su entorno.