Música

Los tres músicos de Velázquez

7 marzo, 1999 01:00

La Fundación Caja de Madrid ofrece en estos días su IV Ciclo de Música Antigua Española "Los Siglos de Oro". Una iniciativa que ha venido a recuperar y difundir las obras maestras de uno de los períodos más brillantes y fecundos de nuestra historia en unos entornos extremadamente sugestivos y adecuados.

Este año el ciclo se titula "Música en tiempos de Velázquez", y con él se quiere conmemorar el IV centenario del nacimiento de aquel "cavalier che spiraba un gran decoro", como expresaron los versos del veneciano Carlo Broschi.
Con su caracter apacible y parsimonioso, su juicio sereno y la siempre digna apostura que le otorgaba autoridad entre sus iguales, Diego Velázquez (1599-1660) se alzó como uno de los más eminentes artistas de la historia durante el XVII, gran siglo español de las letras y de las artes. Un siglo en cuya decadente postrimería surgen los primeros frutos del pensamiento científico de Feijóo, precursor del espíritu de la Ilustración, como también lo eran las óperas y zarzuelas barrocas de Sebastián Durón y Antonio de Literes.
La vida de Velázquez lleva tres quintas partes de esa centuria, durante la cual se inicia y arraiga el estilo que hoy denominaremos barroco. España había brillado mucho durante el siglo XVI en la música vocal religiosa. Ahora sabrá adaptarse a la llamada "seconda prattica", que hará irreversible la ruptura con la polifonía al modo palestriniano. En la polifonía religiosa empieza a cambiar el viejo estilo contra puntístico, de tradición flamenca y densidad manierista, por el nuevo contrapunto homofónico, que a veces incluye pasajes solísticos.

Escasa presencia musical
Son muchos los compositores destacados que inician o acaban su carrera en tiempos de Felipe III y de Felipe IV, bien al servicio de la iglesia, la nobleza o la corte. La mayor parte son figuras señeras en nuestra historia musical y de muchos disponemos ya, por fortuna, de notables estudios musicológicos y grabaciones. Por eso resulta extraña, o acaso reveladora de un escaso interés por la música, la ausencia de retratos de músicos y la mínima presencia de asuntos musicales en la obra de Velázquez, sobre todo si pensamos que el gran pintor sevillano pasó la mayor parte de su vida al servicio de Felipe IV, uno de los reyes más afectos a este arte, del que era buen conocedor hasta el punto de que un motete compuesto por él, "Ab initio", sirvió de base al insigne polifonista portugués Manuel Cardoso para una de sus misas polifónicas.
Parece raro que, habiendo viajado Velázquez dos veces a Italia, con estancias superiores a un año, donde pudo conocer a Monteverdi, Frescobaldi y casi coincidir en Roma con Froberger, no los retratase. Pero más insólito es que, pese a sus cargos en la Corte (pintor real desde 1623, Ugier de Cámara y Ayuda de Cámara en el Alcázar de Madrid y, desde 1652, Aposentador Mayor de Palacio) no dibujase a compositor alguno entre los numerosos que trató a lo largo de su vida. Es insólito, porque así como hizo los retratos de Góngora y Quevedo, podría habernos legado las efigies de maestros de la talla de Mateo Romero (a quien el excelente grupo Capilla Currende dedicará un concierto en el Museo del Prado el próximo día 20), de Carlos Patiño, o de Juan Hidalgo de Polanco, este último compositor favorito de Calderón de la Barca, a cuya comedia "Celos aun del ayre matan" puso música, siendo la más antigua ópera española conservada.
En la pintura de Velázquez, a veces tan etérea y musical, apenas hay reflejo del mundo de la música. Al margen de los pífanos entrevistos en "La rendición de Breda", la flauta de pan en "Mercurio y Argos" y la viola de gamba difuminada en "Las hilanderas", no hay más alusión al arte de los sonidos que el juvenil "Los tres músicos",conservado en la Gemäldegalerie de Berlín.

Pasión por lo popular
En el reciente ciclo del Ayuntamiento sobre la música en tiempos de Velázquez, en el Centro Cultural Conde Duque, este cuadro representaba la música "mundana", opuesta a la música "seria", simbolizada por la viola de gamba de "Las hilanderas", o sea, música sacra y de concierto frente a la que seguramente amó el gran artista, la callejera o popular, muy usada en el teatro español del XVII. De ahí ese hermoso lienzo, donde asistimos a una escena de taberna. Allí, tres tipos muy españoles, dos adultos y un niño guitarrista, tañen y cantan. De los dos hombres, uno parece cantar o entonar para que el otro afine su violín barroco. En primer plano, sobre la mesa, pan, queso y un vaso de vino. El niño guitarrista no toca porque sostiene en su mano izquierda otro vaso de vino. El cuchillo clavado en el redondo queso es una de esas ocultas alegorías, tan caras al pintor, del transcurso del tiempo. Recuerda al reloj de sol, invitándose al horaciano "carpe diem". La música es, por tanto, aquí símbolo de una felicidad a disfrutar "antes que el tiempo airado" nos la arrebate.
Contemplando "Los tres músicos" pensamos que a Velázquez le atraían jacaras, fandangos, folías, zarambeques, marizápalos, españoletas, canarios... cantos y danzas de una picaresca apegada todavía a sus raíces, fulgores últimos de un arte plenamente español, pronto a desvanecerse para reaparecer, más de un siglo después, en los pinceles de Goya.