La Compañía Nacional de Danza (CND) regresó al Teatro de la Zarzuela para inaugurar su temporada con NumEros, un programa que funciona como una declaración de intenciones.

Bajo la dirección artística de Muriel Romero, la CND propone un recorrido que no busca agradar por acumulación, sino por coherencia: tres obras, tres lenguajes, una misma idea de danza como estructura, impulso y presencia.

El título no es casual. NumEros surge del encuentro entre Numen -esa fuerza intangible, casi sagrada, que atraviesa al artista- y Eros, motor vital y deseo encarnado. Entre ambos conceptos se despliega la danza, un territorio donde el número ordena y el cuerpo arde.

Balanchine, Forsythe y Godani dialogan aquí por continuidad histórica: arquitectura, geometría y visceralidad como distintas fases de una misma pulsión.

Para levantar este tríptico, Muriel Romero ha contado con nombres de primer nivel: Jacopo Godani, director hasta 2023 de la Dresden Frankfurt Dance Company; Coleen Neary, referencia mundial en la transmisión del legado de Balanchine; y José Carlos Blanco Martínez, stager de William Forsythe y profundo conocedor del ADN de la CND.

¿El resultado? Un programa equilibrado, dinámico y honesto, que devuelve a Madrid una compañía que echábamos de menos.

Abre la velada Serenade, de George Balanchine, pieza fundacional del neoclasicismo y símbolo de esa danza entendida como arquitectura en movimiento. Con música en directo -la Serenata Op. 48 de Chaikovski, interpretada por la ORCAM bajo la dirección de Manuel Coves—, la obra despliega su romanticismo contenido y su compleja construcción coral.

'Serenade'

No es una pieza fácil. Exige sincronía extrema, claridad en las líneas y una escucha profunda de la música. Hubo, es cierto, pequeños desajustes en algunas escenas corales, inevitables en un ballet que vive del pulso colectivo. Pero esos detalles no empañaron el brillo general de una interpretación limpia y técnicamente sólida.

Destacaron, como faros naturales, Kayoko Everhart, siempre precisa, siempre musical, y Benjamin Poirier, partenaire de noble presencia, capaz de sostener sin imponerse.

Serenade brilló por lo que es: un ballet que no busca emoción directa, sino una belleza que se revela poco a poco, como una compleja y bella ecuación que se resuelve en el aire.

El programa dio un giro radical con Echoes from a Restless Soul, de Jacopo Godani. Aquí la danza se vuelve tensión, músculo y riesgo. La música de Ravel -Gaspard de la nuit, interpretada al piano por Gustavo Díaz-Jerez- marca un territorio oscuro, introspectivo, donde el movimiento parece surgir de una inquietud interior.

Una imagen de 'Echoes'

Godani lleva al límite las premisas de Balanchine y Forsythe: el cuerpo como sistema de vectores, el espacio como campo de fuerzas. Pero lo hace sin frialdad. Echoes fue una poesía visual, un ejercicio de desnudez emocional donde la dificultad técnica no oculta, diría que revela.

En la noche del estreno Shani Peretz y Alessandro Riga ofrecieron interpretaciones de gran profundidad, buscando en la plasticidad del movimiento una forma de decir lo indecible. Las frases coreográficas, de extrema complejidad, encontraron equilibrio en la belleza física de quienes las ejecutaban. Aquí la danza no se contempla: se atraviesa.

Entonces llegó Playlist (Track 1, 2), de William Forsythe, como cierre estratégico e inteligente. Si Serenade apelaba a la delicadeza y Echoes a la intensidad, Playlist liberó la energía contenida del programa. Con música de Peven Everett y Lion Babe, la obra fusiona danza clásica y contemporánea con una precisión casi quirúrgica, pero vestida de vitalidad urbana.

Fue este, sin duda, el momento donde la CND mostró la potencia de su elenco masculino. La escena se transformó en un campo de juego físico, casi atlético, donde el rigor técnico convivió con una energía directa y contagiosa.

'Playlist'.

Como en un partido de rugby -la comparación no es gratuita-, los cuerpos chocaron, se impulsaron, avanzaron en bloque. El público respondió con una ovación prolongada y merecida, celebrando la obra y la vitalidad de una compañía que sabe adaptarse sin perder identidad.

NumEros es, en conjunto, un soplo de aire fresco e inteligente. Balanchine, Forsythe y Godani aparecen aquí como partes de una misma conversación sobre el movimiento, el número, el deseo y la forma. Muriel Romero acierta al plantear este diálogo y al confiar en una CND capaz de sostenerlo.

Madrid necesitaba volver a ver a su Compañía Nacional de Danza en plena forma. La Zarzuela fue el lugar adecuado, la noche fue la correcta y el mensaje fue claro: la CND está viva, es versátil y tiene mucho que decir. Que nunca deje de bailar es, sin duda, el deseo compartido al caer el telón.