Hay algo profundamente valiente —y necesario— en lo que hace la Compañía Nacional de Danza al presentar Creadores, ese escaparate de coreografías concebidas por los propios bailarines del elenco. En un mundo donde lo coreográfico aún arrastra jerarquías férreas, dar espacio al talento emergente, y además hacerlo desde dentro, se convierte en un gesto de generosidad institucional y, sobre todo, de visión. Porque si algo demuestra esta edición —con sus aciertos y sus tropiezos— es que dentro del cuerpo de baile de la CND late una inquietud artística poderosa, una necesidad de decir, explorar, transformar.

Nueve coreografías, nueve miradas. Algunas embrionarias, otras más maduras. En conjunto, un mapa afectivo y estético del presente: un reflejo de lo que preocupa, emociona y define a una generación de creadores formados en el rigor técnico, pero que aún buscan su voz.

La primera pieza, Essence, firmada e interpretada por Francesca Sari, abrió la velada con un susurro poderoso. Apenas dos minutos de danza bastaron para atrapar al público en un viaje hacia la autenticidad. ¿Cuántas veces nos moldeamos para encajar? ¿Cuántas nos perdemos? En su brevedad, Essence logra lo que muchas piezas más largas no alcanzan: una contundente declaración de intenciones, una interpretación que vibra desde el alma, que no necesita ornamentos para emocionar.

'Creadores'

Le siguió Boca loca, de José Becerra, con una impecable interpretación, aquí, el amor se vuelve laberinto, delirio, nostalgia. La primera parte es sublime: una estructura clara, una emoción contenida pero palpitante, una coreografía que sabe manejar los silencios del cuerpo. Sin embargo, la segunda mitad se deshilacha, pierde foco. Prometedora en su forma y lenguaje, esta pieza necesita todavía recorrer su propio laberinto para encontrar un final a la altura de su inicio.

Shakti, de Nora Peinador, trae a escena la energía femenina en clave hinduista. Vibrante y alegre, el movimiento remite a una clase de danza en el centro del estudio: ejercicios que muestran destreza, mas no terminan de construir una narrativa escénica. Las bailarinas, bellísimas, ofrecieron un despliegue desigual en cuanto a calidad interpretativa. Faltó una decisión coreográfica más clara, un riesgo. Porque energía hay, pero no basta con invocarla: hay que moldearla.

El umbral de los cuerpos, propuesta performática de Niccolò Balossini, quiso cruzar fronteras: moda experimental, escenografía digital, sensorialidad envolvente… y, sin embargo, quedó a medio camino. La idea es interesante —casi fascinante en su ambición conceptual— pero la ejecución necesita mayor profundidad. Y, sobre todo, no olvidar que estamos en una compañía de danza. La pieza tiende a dejar de lado lo físico, como si el movimiento coreográfico fuese prescindible en favor del concepto. Y no lo es.

Algo similar ocurre en Exposición nº 1 sobre escenario, de Emma Cámara y Roberto Lua. La premisa es poderosa: dos cuerpos recién nacidos, sin historia, sin mandato, enfrentados a la mirada civilizadora. Pero en sus quince minutos se acumulan demasiadas ideas. Falta depuración, síntesis. El resultado, aunque poético y bien interpretado, se disuelve en su propia sobrecarga simbólica.

'Creadores'

La propuesta más técnica fue quizá Se nos hace bola, de Alejandro Polo y Gaizka Morales. Aquí el despliegue físico fue admirable, pero la estructura narrativa resultó inconexa. Movimientos que impresionan, sí, pero sin conducir a un puerto claro. El espectador navega sin brújula entre imágenes potentes, pero desconectadas.

Frente a estas piezas aún en búsqueda, Antes que llueva —también de José Becerra— se alza como un ejemplo de madurez coreográfica. Con una clara influencia de Jiří Kylián y Nacho Duato, la obra articula un discurso físico sobre la contaminación emocional y medioambiental con una precisión admirable. El movimiento fluye, se entrelaza, y los cinco intérpretes (todos brillantes) logran ese milagro escénico donde la danza se vuelve metáfora sin dejar de ser danza.

Ondina, de Cristina Casa, es una de esas piezas que prometen más de lo que entregan. Basada en el mito de la ninfa del agua, plantea un diálogo lírico, bien bailado, pero algo falto de alma. La idea necesita madurar, encontrar su voz narrativa. Por ahora, es un hermoso boceto.

Cerró la velada Adamá, de Shani Peretz y Erez Ilan, con una exploración sobre la conexión entre tierra, cuerpo e identidad. Tres dúos que simbolizan tres formas de vínculo. Sin embargo, la propuesta, aunque sincera, no logra establecerse desde la originalidad ni aportar un discurso nuevo. Una danza bien ejecutada, sí, pero sin huella.

'Creadores'

En conjunto, esta edición de Creadores CND nos deja varias certezas. La primera, que hay talento coreográfico en la compañía, y que este espacio es fundamental para cultivarlo. La segunda, que el futuro requiere trabajo: fomentar la creatividad, sí, pero también acompañarla con herramientas para estructurar el pensamiento escénico, para traducir ideas en formas significativas.

Y, sobre todo, no olvidar nunca lo esencial. Porque antes que performers, que pensadores visuales, que generadores de conceptos, los bailarines de la CND son eso: bailarines. Cuerpos que respiran y cuentan desde el movimiento. No dejemos que el afán por innovar —tan legítimo y necesario— nos haga perder de vista que la danza, para serlo, debe primero danzar.