Un momento de El surrealismo al servicio de la revolución, de Marcos Morau. Foto: Arnopaul

Desde que el coreógrafo y bailarín sueco Petter Jacobsson se hiciera cargo del Ballet de Lorraine la creación contemporánea ha sido una prioridad. En el Centro Coreográfico Nacional ha investigado y experimentado con todo tipo de disciplinas capaces de llevar la danza a otra dimensión. La compañía gala, integrada por 26 bailarines, se ha convertido en un referente en Europa tanto de creación como de repertorio. El espectáculo que podrá verse en el Teatro Central de Sevilla este viernes, 31, y mañana sábado, está integrado por Le Surréalisme au sérvice de la révolution, del coreógrafo español Marcos Morau, y Element I-Room, de la bailarina y coreógrafa belga Cindy Van Acker.



Morau, Premio Nacional de Danza de 2013, homenajea en su espectáculo a la revista del grupo surrealista del París de entreguerras, un período turbulento marcado por la depresión económica y la inestabilidad ideológica y política que conecta directamente con la coyuntura actual. "El principal problema teórico y político de los surrealistas fue siempre el creer en el potencial automáticamente revolucionario de la "convulsión" inconsciente ("L'art sera convulsif ou ne sera pas") de la misma manera que creían en el potencial automáticamente anti-religioso de la blasfemia", ilustra el coreógrafo. "Dentro de esta contradicción se empieza a construir el trabajo escénico, la repetición, las obsesiones, el culto, la comunidad... una serie de dispositivos escénicos que pretenden hacer referencia al movimiento surrealista que dictó Andre Breton y que solo activarían una Revolución pasiva, inofensiva, sin capacidad de cambiar el mundo, cayendo en una trampa artificiosa que acabó gustándose a sí misma más por lo que sugería que por lo que finalmente fue".







Además del movimiento surrealista, el director de La Veronal se apoya en la fuerza de Buñuel para su montaje, con una acústica visceral que no oculta su deuda con los tambores de Calanda. "Una de las primeras intenciones -reconoce a El Cultural- era la de construir un crescendo de tambores, primero uno, luego dos, y acabar todos percutiendo al unísono. Esta imagen se conectó rápidamente a la idea de revolución, donde no es sólo una voz la que mueve a un pueblo, sino la suma de todas y cada una de ellas. Aunque después se apaguen de golpe y dejen a su paso un desierto de silencio donde casi no ha cambiado nada".



Los textos que forman el preámbulo del espectáculo tienen como punto de partida las Bienaventuranzas del Evangelio de Mateo (versículos 3 al 12). "El hecho de escoger las Bienaventuranzas intenta reproducir el mismo patrón de paternalismo e hipocresía que siempre ha caracterizado la Iglesia en su tratamiento del mal del mundo, perfectamente metaforizado en muchas escenas de Buñuel, siempre mezclando un poco de absurdismo", explica Morau. Sus palabras irán poco a poco enredándose con el presente, haciéndose, según el creador de Portland, cada vez más cercanas: "Describen distintos estados de sufrimiento de varias categorías de 'jodidos' de la comunidad. Jesús insiste en que a ellos les 'pertenece' el reino de los cielos".



La otra pieza que podrá verse en Sevilla interpretada por el Ballet de Lorraine es Element I-Room, una indagación sobre el movimiento y los principios geométricos de Euclides en la que Cindy Van Acker vuelca su dialéctica sobre el virtuosismo y la contención de los bailarines. El montaje, con música del compositor Alvin Lucier (I am Sitting In A Room), busca, como suele ser habitual en su creadora, los límites de la expresión artística a través de una escenografía compuesta por un tapiz de danza con una imagen inspirada en el patrón de la espiral de Ulam y una iluminación que se ejecuta según las intensidades del sonido.



@ecolote