Esta noche, bajo la arboleda encantada del Jardín Botánico de la Complutense, Air ha convertido Madrid en una cápsula del tiempo y del espacio. Ha sonado La femme d’argent y, con ella, ha comenzado un concierto que no parecía de este mundo: más bien, una transmisión en una frecuencia alienígena. El público no ha gritado ni interrumpido. Ha escuchado. No ha sido una noche de euforia, sino de suspensión. Una ceremonia etérea.
El dúo francés —Jean-Benoît Dunckel y Nicolas Godin— ha aparecido entre penumbras y sintetizadores, como si descendieran de una nave nodriza elegante, silenciosa. Han venido a presentar, nota por nota, su debut mítico: Moon Safari (1998). Pero no lo han hecho con nostalgia ni con grandilocuencia. Lo han interpretado con la serenidad de quienes saben que su obra no necesita justificación. Y ha funcionado: cada tema ha sonado fresco, envolvente, en sintonía perfecta con la naturaleza nocturna que los rodeaba.
Con Sexy Boy ha llegado el primer destello reconocible. Algunas voces se han unido al estribillo con timidez. Otras han preferido dejarse abrazar por la oleada sintética. En All I Need, la voz femenina ha flotado sobre un colchón de electrónica suave y batería comedida. Ha sido un momento de belleza pura. Y luego Kelly Watch the Stars ha despertado una alegría contenida, ese guiño pop que también forma parte del ADN de Air.
Remember, Ce matin-là y Talisman han tejido una atmósfera introspectiva y luminosa, como si la banda estuviera tocando dentro de un sueño. En New Star in the Sky (Chanson pour Solal), el público parecía levitar. Le voyage de Pénélope ha cerrado el bloque de Moon Safari como una despedida en cámara lenta.
Pero la travesía ha continuado. Han llegado Venus, con su dulzura sideral; Cherry Blossom Girl, etérea, casi susurrada; y Run, ese tema que parece recorrer paisajes sin fin. Cada canción ha evocado escenas de películas que no existen, habitaciones solitarias, ciudades nocturnas. Cuando ha sonado una versión instrumental de Highschool Lover, pieza clave de la banda sonora de The Virgin Suicides, todo ha adquirido un tono casi confesional aunque le faltaran los cantos que caracterizan la versión del álbum.
Air en el concierto de Noches del Botánico en Madrid. Foto: Martín Page.
Con Dirty Trip, el ambiente se ha vuelto más oscuro, más quebrado. Una bajada al subsuelo después de tanto flotar. En Don’t Be Light, Air ha mostrado su cara más eléctrica, con pulsos marcados y guitarras más agresivas, pero sin perder nunca el control. Incluso cuando rugen, lo hacen con precisión de cirujano.
Alone in Kyoto, compuesta para Lost in Translation, ha detenido el tiempo. Un piano, un loop, un suspiro. Y para cerrar, Electronic Performers, como una declaración de principios: lo electrónico también puede emocionar.
