Publicada
Actualizada

Minutos antes de que salieran los Pet Shop Boys al escenario, cayeron las primeras gotas, seguidas por relámpagos que podrían causarle un ataque de celos a cualquier altavoz del festival. Por megafonía se nos avisó que el concierto quedaba suspendido temporalmente y que nos fuéramos a refugiar hasta nuevo aviso. Cuarenta y cinco largos minutos después, con el cielo despejado y un bochorno mayor, el dúo inglés por fin salió al escenario para culminar el Kalorama Festival.

Neil Tennant y Chris Lowe, impasibles y carismáticos como siempre, aparecieron con sus atuendos futuristas y una frialdad medida al milímetro. Pet Shop Boys, el dúo que redefinió el pop electrónico británico desde los años 80, ofreció una lección de estilo y resistencia con su Dreamworld – The Greatest Hits Live Tour, una celebración sin rodeos de una carrera que ha sabido navegar las décadas con dignidad, ironía y brillo.

En Madrid, el repertorio fue más que generoso, compuesto por veintiún grandes éxitos: Suburbia, Can You Forgive Her?, Opportunities (Let’s Make Lots of Money) y esa deliciosa versión híbrida de Where the Streets Have No Name con I Can’t Take My Eyes Off You funcionaron como cápsulas del tiempo activadas por sintetizadores y luces excéntricas.

Rent y I Don’t Know What You Want but I Can’t Give It Any More recordaron que los Pet Shop Boys también supieron narrar el desencanto con una elegancia pop inigualable. La tripleta que siguió –So Hard, Left to My Own Devices y Domino Dancing– fue directamente un viaje sin escalas a las pistas de baile de los años 80 y 90.

El público, variado en edades pero unido por una devoción sin fisuras, coreó cada verso de Always on My Mind y It’s a Sin como si fueran himnos nacionales de una nación invisible. West End Girls, con su aura melancólica y urbana, perforó con sus graves profundos y una de las líneas de bajo más reconocibles de la historia. Being Boring, quizás su pieza más íntima y nostálgica, cerró la noche con la intensidad emocional que solo los grandes saben manejar.

Antes de llegar a Madrid, los Pet Shop Boys ya habían dejado huella en el sur de Europa: el 17 de junio actuaron en Sevilla, en el Icónica Fest, donde ofrecieron un concierto vibrante en la Plaza de España; y solo dos días después, el 19, desembarcaron en Lisboa como parte del festival CoolJazz. En ambos escenarios desplegaron el mismo arsenal de clásicos que traían a Kalorama, reafirmando que su Dreamworld es mucho más que una gira: es una consagración.

Otros nombres

El otro artista que logró que la gente bailara casi tanto como con el dúo inglés fue Boy Harsher, que consiguió eludir la lluvia por meros segundos. El grupo trajo su electrónica oscura y minimalista, creando un contraste perfecto con la exuberancia kitsch de otros nombres del cartel. Su versión electrónica de Wicked Game, de Chris Isaak, fue una grata sorpresa que pareció presagiar los ritmos que desplegarían los Pet Shop Boys minutos después.

Lo mejor del día anterior fue, sin duda, The Flaming Lips, que convirtieron el escenario en un espectáculo lisérgico al interpretar completo Yoshimi Battles the Pink Robots, su álbum más experimental y psicodélico. Rodeados de confeti, muñecos gigantes y el carisma excéntrico de Wayne Coyne, su actuación pareció un circo bizarro que no dejó de sorprender hasta la última nota, con un set de casi tres horas.

The Flaming Lips durante su concierto. Foto: Martin Page

Para acabar el festival, acudieron al escenario Scissor Sisters quienes, mezclando glam, disco y teatralidad, ofrecieron uno de los conciertos más festivos del festival. I Don’t Feel Like Dancin y Take Your Mama desataron una pista de baile colectiva bajo el cielo madrileño que parecía dispuesto a bailar hasta que cayeran las próximas gotas.