Daniel jumillas, Lluís Pasqual y Emma Vilarasau en un ensayo de El sueño de la vida. Foto: José S. Gutiérrez

Lluís Pasqual estrena el jueves 17 en el Español El sueño de la vida, compuesta por la Comedia sin título más los dos actos escritos por Alberto Conejero para completar esta obra inacabada del teatro imposible de Lorca. Su puesta en escena desnuda resalta el compromiso artístico y cívico del poeta.

Lluís Pasqual se pasa buena parte de los ensayos de El sueño de la vida con los ojos cerrados. Podría interpretarse como un gesto de ausencia. Pero nada más lejos de la realidad. Intenta así detectar si la palabra lorquiana suena de verdad. Y eso sólo ocurre cuando se funde con la música a la que está ligada desde el origen de su creación. "En su escritura no hay distancia entre la una y la otra. El trazo que salía de su herida estaba unido por un conducto directo entre el oído y la mano. Es la respiración de Federico, que es lo que busco. Y cuando llega la reconozco sin duda. Ahí está su misterio", explica el director barcelonés, ya sentado en un despacho del Teatro Español. A su lado tiene a Alberto Conejero, el artífice de la prolongación de la melodía cercenada por el asesinato del poeta.



Durante una especie de trance lisérgico, escribió un segundo y un tercer acto que dan continuidad al primero, el único que nos queda de Lorca y conocido tradicionalmente como la Comedia sin título porque así se refirió a ese trabajo, de manera asépticamente descriptiva, en una entrevista cuando todavía lo tenía a medias. Los tres serán estrenados como un espectáculo compacto en el teatro madrileño el próximo jueves 17. Se titulará El sueño de la vida, que fue el nombre calderoniano que Lorca aventuró en otra declaración ya más intencionada.



"Yo sé que es un titular muy goloso decir ‘Alberto Conejero ha terminado la Comedia sin título' pero no es verdad", advierte el dramaturgo jienense. "Es una obra que estará siempre por clausurar. Yo sólo he pretendido ocupar con otro material el espacio que dejó aquel jarrón roto por la guerra". Conejero afirma por activa y por pasiva que su intención no fue imitar a Lorca. "Sería un estúpido ejercicio de hibris creer que puedo estar a su altura. Ha sido un acto de devoción y también de sacrificio porque me sitúo a los pies de un gigante y porque claudico ante él. Muchos pensarán que fue una temeridad o una osadía pero no podía censurar una expresión de amor, entrega y devoción. Y, además, lo que cuenta la Comedia sin título, que es qué puede hacer el teatro en tiempos de suciedad política y social, si ha de romper las paredes del drama y afectar a lo real, vuelve a ser un asunto clave", señala con firmeza para conjurar suspicacias.



No tuve que impostar nada porque toda mi escritura está imantada por la de lorca", dice Conejero

Conejero reniega del concepto emulación y esgrime el de imantación. "No tuve que impostar nada porque toda mi escritura está imantada por la suya, y por la de Koltes, Eurípides… Forman una logia secreta que está en el sustrato de mi literatura. Cuando vemos Las meninas de Picasso no pensamos que las pintó porque pensara que las originales estaban mal. El problema es que en España tendemos a meter en un sarcófago todo aquello que amamos. Pero Federico está ahí y al que no le guste…". Antes de que termine la frase, salta Pasqual para rematarla: "…que se tape los oídos". Lo dice con expresión serena, casi impasible. Una actitud que sustenta en su larga experiencia lorquiana: pocos directores lo han frecuentado tan obsesivamente como él en las últimas décadas. También en la convicción de que Conejero ha sido honesto y habilidoso al entablar su diálogo con el mito. A Pasqual no le chirrió su partitura ‘extendida' cuando la leyó. Escuchaba al fondo la enigmática música lorquiana y eso fue lo que le convenció para remangarse con la puesta en escena, donde hilvana el tránsito de Lorca a Conejero con la música de Falla. "Es como si un cuerpo hubiera dejado una estela de energía y Alberto la hubiera tomado como guía y la hubiera plasmado negro sobre blanco. Pero ni él ni yo hemos querido suplantar a Lorca", advierte.



Ambos no se conocían antes de aliarse en torno al poeta. Cuando Pasqual se enteró de que Conejero estaba escribiendo los actos ‘ausentes', pidió su teléfono y, entre bromas y veras, le dijo: "La estás escribiendo para mí, ¿verdad?". La presión sobre Conejero se disparó. A la que ya suponía ‘completar' a Lorca, se sumó la de que uno de sus directores más admirados le propusiese echarle un ojo a su texto para ver si se animaba a llevarlo a las tablas. La lectura incitó a Pasqual a lanzarse a la aventura, cuyo curso acabó alterándose. La idea era ensayar el montaje en el Lliure, teatro en el que luego se presentaría tras su estreno en Madrid. Pero su renuncia a seguir siendo su director, tras ser acusado en la picota de las redes sociales de tiránico y machista, supuso que la participación del teatro catalán se cancelara.



Es llamativo que en mitad de ese maremágnum profesional y existencial, Pasqual se aferre de nuevo a la Comedia sin título como a un pecio para mantenerse a flote. En el año 89, salió de una crisis en su relación con la escena gracias a esta última entrega del teatro imposible de Lorca. Leía y releía textos y ninguno le motivaba. En ese trance adverso, se puso en manos de su maestro, Giorgio Strehler.
En Lorca no hay distancia entre la música y la palabra. Es la respiración de Federico, que es lo que busco. Y cuando llega la reconozco sin duda", afirma Pasqual


Fue a visitarle a Lugano y, algo melodramáticamente, le espetó: "El teatro me da asco". Éste, viejo zorro de la profesión, le contestó: "A mí me produce vómitos". El caso es que una noche decidió darle una nueva oportunidad a la Comedia sin título, que había leído varias veces y no le había dicho nada. Aquella vez, sin embargo, se le encendió la bombilla. Todo empezaba a encajarle, seguramente porque Lorca la escribió asimismo bajo el efecto de profundas aprensiones sobre el papel del teatro en la sociedad. Y la montó esa temporada con un elenco de celebridades: Imanol Arias, Marisa Paredes, Juan Echanove… "Creía que mi obligación era mostrar al ‘otro Lorca', el que el franquismo nos había escondido bajo una pegatina de folclórico y andalucista".



Ahora tiene bajo su batuta a Nacho Sánchez (el soldado que custodiaba a Rapún en La piedra oscura), Emma Vilarasau, Ester Bellver… Entonces, para presentar un espectáculo de una extensión que no mosqueara al público, pues el primer acto de la Comedia no pasa de media hora, colocó por delante dos escenas de El sueño de una noche de verano. Tenía su sentido la maniobra, ya que Lorca, en su reflexión metateatral, presenta una compañía que va a escenificar la pieza shakespeariana hasta que el personaje del Autor declara que no se va a alzar esa noche el telón porque se niega a ofrecer una experiencia escénica canónica, adocenada y estéril en términos de transformación social.



El Autor es un portavoz del propio Lorca, que proyecta su desdén contra el teatro caduco y romo mediante los airados parlamentos de este personaje. Lorca alcanzó aquí el cénit de su ruptura formal, que tenía como precedentes explícitos El público y Así que pasen cinco años, los otros dos hitos de su teatro imposible. El detonante de su crisis fue curiosamente el éxito. Tras la aclamación de Mariana Pineda y El romancero gitano, sentía la necesidad de reinventarse y abrir nuevas vías de expresión. Algunos de sus compañeros y críticos le reprochaban cierto conservadurismo en los temas y los moldes de su obra. La etiqueta de folclorista también empezó a incomodarle. Todo eso operó como acicate para lanzarse a la experimentación, mirando con el rabillo del ojo las propuestas renovadoras de autores como Evreinov y Piscator. Y ahí empezó a dinamitar el suelo que había pisado.



Por si fuera poco, la guerra era una premonición cada vez más concreta y, dado su relieve público, los partidos políticos le tironeaban de la manga para atraerlo a su causa. Pero siempre esquivó ser adscrito a unas siglas aunque, con paralela persistencia, siempre enunció con nitidez que su conciencia estaba al lado de los pobres y los orillados. Y esa posición la sostuvo en la Comedia sin título, más abiertamente política que El público. En ella Lorca perfila el clima guerracivilista del país: la revolución que remueve las calles y las fábricas irrumpe en el teatro y las fuerzas reaccionarias, encarnadas por el Espectador 2, anuncian su revancha a modo de cruzada religiosa: "Soy del ejército de Dios y cuento con su ayuda. Cuando muera lo veré en su Gloria y me amará. Mi Dios no perdona. Es el dios de los ejércitos al que hay que rendir pleitesía por fuerza, porque no hay otra verdad".



La pulsión cristiana

"Lorca sabe que en ese contexto el creador debe poner su propio cuerpo por delante, que ya no puede esconderse", dice Conejero, que ve la Comedia sin título como un auto sacramental por esa vocación de sacrificio. Un sacrificio de naturaleza ejemplar, lo que evidencia la pulsión cristiana del poeta. Y también calderoniana, claro. El sueño de la vida es un retruécano que nos pone inmediatamente en la órbita del autor del Siglo de Oro, cuya obra más célebre paseó con La Barraca por la España del arado y las moscas. "Él mismo se colocó en la pira para ser quemado", añade Pasqual. Ciertamente, en el teatro ensayó de algún modo el final que le aguardaba en su Granada natal. Volvió, como él mismo dijo, para "apartarse de las banderías y salvajadas" de Madrid pero sabiendo las ganas que le tenían. Algunos ven ese viaje como una inmolación deliberada en el aquelarre ibérico. Al pensar en aquel desenlace, Conejero trae a colación una frase de Luis Cernuda: "España escupe a todo lo que es cimero". El agravante en su caso es que los salivazos fueron de plomo incandescente.



Pasqual y Conejero vuelven a reivindicarlo en una época encanallada. Populismo, xenofobia, nacionalismo, destrucción del planeta… El primero lo hace sin énfasis escenográfico, empleando apenas un telón y unas sillas. Todo el protagonismo (y la responsabilidad) recae en los actores. Y el segundo cargando la suerte en el compromiso artístico y cívico de Lorca, que resuena especialmente rotundo en el lamento de la Actriz ante el cuerpo agonizante del Autor. Conejero pone en su boca los versos tronantes de "Grito a Roma", de Poeta en Nueva York: "Desde ahora la legión del desconsuelo/ rugirá en todos los teatros/ y siempre que se levante el telón/ será como un cataclismo./ Porque queremos el pan nuestro de cada día,/ flor de aliso y perenne ternura desgranada,/ porque queremos que se cumpla la voluntad de/ la Tierra,/ que da sus frutos para todos".