Verónica Forqué en Los cuerpos perdidos, de José Manuel Mora. Foto: Sergio Parra

José Manuel Mora y Carlota Ferrer jamás soñaron que podrían escribir una de las páginas más brillantes de la historia de nuestro teatro cuando, en 2009, hacían lecturas dramatizadas de Los cuerpos perdidos por los pasillos de la universidad, un texto fruto del programa Iberescena y reconocido con el XVIII Premio SGAE que parte de los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez iniciados en 1993. Por su fuerza, por su indagación sobre el "mal supremo", no tardaría en subirse a un escenario. De una manera muy tímida, durante dos jornadas, lo acogería en 2011 la sala Triángulo con un elenco estelar (hoy) encabezado por Manolo Solo, Irene Escolar, Fernando Soto, José Luis Alcobendas, Nando González y Carmen del Valle, entre otros. De aquella chispa surgirían éxitos como La melancolía de King Kong (2011) y Los nadadores nocturnos (2015), ambos en La Abadía.



Este 1 de noviembre Los cuerpos perdidos vuelve a hacerse realidad en las tablas del Teatro Español con el mismo tándem fundacional pero con otro elenco, esta vez integrado por Verónica Forqué, Carlos Beluga, Julia Castro, Conchi Espejo, David Picazo, Paula Ruiz, Cristóbal Suárez, Jorge Suquet, José Luis Torrijo y Guillermo Weickert. "Esta apuesta es absolutamente nueva -explica la directora a El Cultural-. Los actores también, que bailan, cantan y tocan un instrumento. Todo al servicio de una puesta en escena con una factura plástica inconcebible la primera vez. Ahora, gracias a la producción del Teatro Español, hemos podido hacer realidad esta ‘pesadilla del mal' con una factura impecable".



Un elenco polifacético interpreta Los cuerpos perdidos. Foto: Sergio Parra

Para Ferrer, que destaca en esta "factura" el original vestuario del diseñador de moda Leandro Cano, el montaje tiene ecos de otros que ha realizado junto a Mora, principalmente Los nadadores nocturnos, por la manera de contar la historia, y de Esto no es la Casa de Bernarda Alba (que llevarán en febrero al Festival de Reims), por su búsqueda personal de aplicar elementos del arte contemporáneo a la escena. "El resultado fusiona los sueños de los personajes, formando una realidad crudísima y esencial. Es una creación donde teatro, danza y música resultan inseparables".



Mora, que tomó como referencia el libro Huesos en el desierto (Anagrama), de Sergio González Rodríguez, nos lanza varios interrogantes: ¿Quiénes son peores, los que ejecutan la acción o los cómplices que callan dejando que el mal siga su camino impunemente? ¿Se puede usar la barbarie y el dolor ajeno como material de creación? "He tenido la suerte de ver la pieza en Brasil y Chile gracias al programa de apoyo a la dramaturgia de AC/E pero nunca había sentido lo que he vivido estos días en los ensayos del Español: un pudor abrumador al escuchar a los actores pronunciar estas palabras", explica el autor, que reconoce en esta indagación sobre la "elocuencia del horror" haber escrito a corazón abierto y sin ninguna cortapisa moral. "Hoy no hubiese sido capaz de escribirlo", sentencia. Ferrer, que prepara también junto a Mora El último rinoceronte blanco, basado en El pequeño Eyolf, de Ibsen, considera que "en lugares así, donde la lucha de clases es salvaje y donde casi todo se compra, las mujeres siempre estarán desprotegidas y sin futuro".